Se invoca en Cataluña la democracia y el derecho a la autodeterminación de los pueblos para validar lo invalidable por ser política e históricamente inaceptable: el referéndum de la Generalitat de este 1 de octubre. Tal invocación se hace con la retórica que nos refiere directamente a nosotros. En efecto, los separatistas, antes de la mano de Mas (9N) y ahora con Puigdemont Casamajó (1-O), y el desvergonzado Podemos, son en el fondo parte de ese entramado que pretende hacer resurgir en toda Europa el oscuro episodio izquierdista. Son parte de los mismos indeseables que asaltaron a la América Latina bajo la tutela de los hermanos Castro y del Foro de Sao Paulo, cuyas peores consecuencias ha tenido que padecer Venezuela con el narcoestado chavista.
No es democrático permitir aquello cuyas intenciones siguen ocultas por los intereses que le movilizan y que en el trayecto deciden acompañarle. Mucho menos cuando se sabe que detrás de todo se busca la disolución del Reino de España en las arenas movedizas de la izquierda “podemista”.
Es que con el paso del tiempo empezamos por comprender, en medio del grandioso proceso globalizador, que la democracia no es separatismo, que la autodeterminación de un pueblo no tiene nada que ver con el sacrificio de la integridad de las naciones, sobre todo cuando por delante hay espectros que deben ser enfrentados con firmeza política para que la sociedad no sea presa fácil de ideologías trasnochadas ni de crueles fanatismos, como es el caso de Europa ante la invasión islámica de los supuestos refugiados.
Lo más dramático por grotesco, de la sedición de Catalunya, no es la delirante mentira que pretende convertir la independencia en un acto meramente legal que se basa en el Derecho Internacional, sino esos apoyos adheridos en el camino del separatismo. Ora por el surgimiento de los grupos neonazis, ora por el oportunismo delirante de Podemos. Esto es lo más peligroso para España por la amenaza a su unidad nacional e integridad territorial y para Europa que se haya desnuda por la paciencia democrática que le recomienda dejar a estos indeseables cocerse en su propia agua.
Pero una vez más se hace válido el cuestionamiento a los métodos democráticos con los que el Estado se arroga el derecho a defenderse de cualquier amenaza interna o externa. No es justificable que ante la indefensión jurídica de Europa se permita la existencia de un “Estado” dentro del Estado, siendo que esto es una posible esperanza para otros tantos resentidos que al verse impotentes o inconformes con la soberanía y lo que de ella emana decidan invocar sin más el derecho a la libre determinación, desgarrando de esta forma –y en momentos tan cruciales- la unidad territorial del Viejo Continente. ¿Sería válido justificar que si Lyon está en desacuerdo con la política migratoria de Macron se invoque el derecho a su separación de Francia) ¿O si en Múnich surge un trasnochado izquierdista que cuestione la estructura del Estado alemán e valdrá sin más ni menos por su derecho a autodeterminarse? ¿Cuáles son los niveles de paciencia que debe tolerarse para que el método democrático no se violente?
Por mucho queda claro, si el referéndum del 1 de octubre se realiza no se pondrá en juego sólo el destino de España, sino el de toda Europa que habrá cedido a los radicalismos sinrazón que pretenden conducirla a una disolución moral. Eso es inaceptable