Muchas cosas que pasan en A. Latina no pasan en Costa Rica, y para bien. Sin un ejército que mantener y sin golpes de Estado, se fueron creando las condiciones para que hoy la innovación encuentre en la pequeña San José un lugar para experimentar en paz, concretando interesantes logros de alcance global. ¿El riesgo? Que los casos sean excepciones y la paz se convierta en siesta.
Por Andrés Almeida, especial, para América Economía Intelligence
En San José las calles no tienen nombre ni las casas tienen número, por lo que las direcciones corresponden a referencias como 300 metros al norte del higuerón viejo, el edificio rojo, Barrio San Pedro de Montes de Oca, tal como si se tratase de un pequeño pueblo, donde todos se conocen e impera la oralidad por sobre la palabra escrita.
Y casi es un pueblo, o una confederación de pueblos, pues lo que se considera como el Gran San José no es otra cosa que la conurbación de pequeñas ciudades como la misma San José, Alajuela, Heredia y Cartago, con muchos barrios al interior de cada una de estas, por lo que la tradición funciona y ser cartero no requiere de un doctorado.
Más allá de lo anecdótico, el dato refleja cierto carácter pueblerino de la capital costarricense, por lo que, de buenas a primeras, es difícil imaginar que ahí haya centenas de startups (ligadas principalmente al software, la biotecnología, las ciencias de la vida o el agro), centros de I+D, oficinas de capital de riesgo y múltiples entidades de apoyo y mentoría para la innovación. Pero los hay, y San José es un hub en el que pasan cosas, principalmente experiencias a baja escala, pero que tienen gran potencial de ir más allá de los límites urbanos de esta ciudad de 2,5 millones de habitantes.
Fue el caso de Leaf.fm, una startup de origen costarricense que ofrece música online, y que hoy compite con Spotify y Pandora, y ha logrado estar en el top 10 de las descargas de aplicaciones de música en 56 países. ¿El secreto? Un modelo de negocios diametralmente distinto a la competencia: en vez de monetizar las descargas de música y transferir el costo al usuario, Leaf cobra a los artistas un servicio de información sobre sus fans, aplicando distintas técnicas de escucha digital de los usuarios. Grito y plata en mercados emergentes, donde hay aversión a pagar online unos pocos dólares por un disco, pero donde se pagan fortunas por un ticket de un concierto. “Estamos en la competencia global, pero claramente descubrimos una ventaja competitiva por el hecho de provenir de un país emergente, lo que nos ha hecho fuertes también en África y ciertas partes de Asia”, dice Gilbert Corrales, fundador de la startup.
Hoy los headquarters de Leaf están en Newcastle, en el Reino Unido, pero mantienen buena parte de la operación en San José. “Abunda el talento de ingenieros y programadores”, asegura Corrales.
Otro caso paradigmático es el de Intel. Si bien en los 90 Costa Rica sacudió el mundo tech de la época al atraer a San José la primera inversión fuera de Estados Unidos por parte de este gigante tecnológico, para muchos la noticia del cierre de la planta de ensamble de chips en 2014 fue el epílogo de una apuesta perdida, pues pocos creían que la inauguración de un Centro de I+D de Intel en su lugar iba a compensar el cierre.
“Intel nunca se fue de Costa Rica”, dice Timothy Scott, director de asuntos corporativos de la compañía. “Lo que pasó es que la empresa decidió cambiar el carácter de su operación en el país, pasando a ser un centro de I+D y también un centro global de servicios, como recursos humanos o finanzas”, explica el ejecutivo. “Y si bien es cierto que las ventas de Intel ya no son las mismas, el cambio ha sido importante en términos cualitativos, pues hoy la empresa cuenta con 2.100 colaboradores en San José, en instancias en que antes del cierre de la planta de ensamble contaba con 2.700. Un poco más que ahora, pero con un cambio sustantivo en la cualificación de estos y el potencial innovador que eso conlleva”, dice Scott.
La razón de este cambio, según Scott, se debió a que Intel vio la oportunidad de experimentar con I+D en Costa Rica, antes de lanzar productos o servicios a escala global, a la vez que, reconoce, los costos laborales ya no justificaban mantener la maquila de chips.
“Tenemos siete equipos de ingenieros trabajando en proyectos de internet de las cosas, big data e inteligencia artificial que se prototipan y testean en San José, de los cuales aproximadamente tres al año se transforman en productos o procesos de Intel a nivel global. El primero de ellos, un scanner 3D, se vendió primero en Bélgica”, dice Federico Castro, director de tecnología para América Latina de Intel.
“Es que somos un laboratorio”, dice Tomás de Camino, director de Fundación Costa Rica para la Innovación. “En San José, Amazon y Walmart han pilotado experimentos de delivery con drones”, ejemplifica.
De tal modo, a la imagen primera de una ciudad bucólica, donde las calles no necesitan nombre, hay que superponerle algunos drones circulando con los logos de los corporativos más grandes y dinámicos del planeta.
La imagen es posible, en buena parte, por razones históricas, que estas hacen de Costa Rica una excepción no solo en Centroamérica, sino en América Latina. El país no tiene ejército desde 1948, tres años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, y no ha vivido golpes de Estado en el siglo XX ni recientemente. “Esto ha sido claramente una ventaja, pues ha permitido al país concentrarse en educación y salud, por lo que se cuenta con una base indispensable para desarrollar la economía del conocimiento”, dice De Camino.
Históricamente Costa Rica ha tenido el mayor porcentaje de gasto público en educación y salud en la región, por sobre Argentina, Chile y Uruguay (aunque este último ha tenido periodos en que ha superado a Costa Rica en salud), lo que explica, por ejemplo, que sea el país latinoamericano que tiene actualmente la mayor proporción de la fuerza laboral empleada en los sectores de servicios intensivos en conocimiento (25%), según la OIT.
La ausencia de graves conflictos también se explica (y es causa, en una relación dialéctica) por un rasgo cultural que incide fuertemente en el potencial innovador de Costa Rica: el capital social distribuido en la población. “La diferencia entre ricos y pobres no es tan grande como en el resto de América Latina. La creencia histórica de que todos los ciudadanos somos iguales ha sido y sigue siendo muy fuerte. El índice de Hofstede que mide la distancia de poder en distintas culturas nos ubica en la posición 35 al lado de Alemania y debajo de cualquier país hispanoparlante”, dice Juan Carlos Barahona, profesor de gestión de la innovación y la tecnología en INCAE Business School. “Y el capital social es una de las características que explican el potencial innovador de las personas y de los países”, concluye.
El riesgo de tocar el arpa en el cielo
Según Adrián García, socio de Carao Venture Capitals, una de las entidades de capital de riesgo de origen costarricense, San José tiene las condiciones para convertirse en un hub de innovación a nivel latinoamericano, en especial si sus startups logran conectarse en las cadenas productivas de grandes empresas de origen estadounidense que tienen operaciones en Costa Rica, como Amazon, Intel, HP, Boston Scientific o incluso Ad Astra Rocket, una compañía fundada en Texas por uno de los costarricenses más célebres, el exastronauta Franklin Chang-Díaz.
Sin embargo, García piensa que hay un problema en el nivel corporativo de empresas propiamente costarricenses, dado por el carácter pacífico y bucólico del país. “Hay un letargo, pues son empresas familiares que no han vivido grandes crisis y se conforman con un negocio tradicional, en instancias en que, por miopía, no se han vuelto globales. A lo más, aspiran a que las compre un banco o transformarse en subsidiarias de empresas extranjeras de alimentos o farmacéuticas”, dice.
Con esta dicotomía presente en el mundo empresarial, y sumado a un tamaño de mercado de muy baja escala, toda la innovación costarricense debe mirar hacia afuera o morir en el intento. Caroe Venture Capital mismo no puede conformarse con apuestas en territorio local. “Apuntamos a América Latina, pues los emprendedores exitosos tendrán que pasar arriba de los aviones, y ahí ellos tejen redes, y nosotros también, con venture capitals de otros países, que también requieren asociatividad para adquirir escala”, explica García.
Una crítica generalizada en el ecosistema costarricense de innovación es el déficit de recursos públicos para la innovación, razón por la cual algunos proyectos languidecen o terminan yéndose a aceleradoras en Estados Unidos, como 500 Start Ups o Start-Up Chile, que recibe a varios emprendedores costarricenses al año.
Si bien buena parte de la crítica responde a un ajuste del Ministerio de Ciencia y Tecnología para 2016 que implicó la reducción del 3% del presupuesto y a la subejecución de un programa del BID para apoyar la innovación de pymes, son pocos los que dudan de lo acertado de la orientación de las políticas públicas, y en especial del aporte que hace el sector público a través de sus universidades y por el establecimiento de la zona franca.
Para Mariela Cortés, directora de Pro Innova, la agencia de la Universidad de Costa Rica (UCR), encargada de impactar su investigación y conocimiento en el mundo productivo, la labor de esta y otras universidades públicas está dando frutos más allá de formar buenos e idóneos profesionales para el ecosistema innovador. “Poco a poco cobra importancia esta labor de articulación entre empresa y academia, en la medida en que empiezan a verse resultados”, dice Cortés en relación con varios spin offs exitosos logrados a propósito de la colaboración entre científicos, empresarios y el sector financiero, especialmente en el ámbito agrícola/alimentario, ingeniería y salud, que es donde la UCR se ha vuelto fuerte en materia de investigación.
Y si bien, según Cortés, todavía la cultura académica no comprende todo el valor de innovar, por lo que escribir papers sigue siendo más importante, en su parecer, los profesionales que salen de su universidad, pero también de otras públicas y privadas, tienen rasgos emprendedores. “Costa Rica tiene un sector turístico que en sí es una innovación, pues apuesta a la sustentabilidad y a la asociatividad de pequeños negocios, por sobre grandes actores, y así, por ejemplo, aquí fue que se inventó el canopy, al menos como producto turístico”, dice.
Según David Bullón, director de innovación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Comunicaciones, el sector público ha tenido lucidez en el diseño territorial para la innovación. Primero, por el establecimiento de las zonas francas, en particular la Zona Franca Metropolitana, que hoy alberga a 56 compañías multinacionales. “Si en los 80 estábamos enfocados en ofrecer servicios primordialmente de empresas de maquila, hoy impulsamos un cambio estructural hacia actividades de mayor valor agregado, como los dispositivos médicos”, dice Bullón. Segundo, porque se ha desarrollado “un proceso paulatino y sólido de renovación urbana, que –al favorecer la calidad de vida y el desarrollo de la oferta cultural– ha convertido a San José en una ciudad más atractiva para atraer y retener talento”.
La apuesta urbana es la apuesta por la serendipia (un hallazgo afortunado), como lo fue la experiencia de Paco Cervilla, un diseñador que partió siete años atrás con el Festival Internacional de Diseño, el que aspiraba a reunir las industrias creativas de San José y algunos exponentes internacionales, y que hoy congrega 550 personas de 17 países, quienes han ido a escuchar a Alberto Villarreal y Ji Lee, directores creativos de Google y Facebook, respectivamente.
“Hoy –aparejado a la economía naranja que emerge de la ciudad– hay un distrito creativo y barrios cosmopolitas, como el Escalante, donde existe una oferta gastronómica de primer nivel. Son cosas que ni se soñaban en San José”, dice Cervilla.