Casualmente, la gravedad del asunto radica en que, detectadas como fueron las contradicciones y falencias del discurso, lo asumido como actuar equivocado y a la vez causa importantísima de los problemas identificados, resulta, precisamente, punto de partida para la solución de los desaciertos cometidos; claro está, bajo la presunción de que efectivamente hayan sido errores de concepción y/o ejecución y no líneas direccionales pautadas ex profeso, cuyos resultados obtenidos fueron siempre los esperados de antemano. En todo caso, si el constructo a partir del cual se entienden los procederes es inadecuado, anacrónico o falso, todo logro alcanzado será insatisfactorio pues vendrá contrahecho desde el alumbramiento. En esto la ciencia es implacable y hasta Lenin lo alertaba: sin teoría no hay práctica que valga. Confundir conceptualmente el hecho de centrarse en lo esencial y, por consiguiente, apartar lo superfluo, lo que sobra, lo que no tiene ningún sentido que se haga con el hecho de conformarse con lo mínimo como producto de lo emprendido conlleva a incurrir en equívocos garrafales. Por esa vía, hágase lo que se haga, es imposible encontrar la salida del laberinto.
Intentemos, cuando menos, un ejemplo para ilustrar lo expuesto. Ninguna sociedad que pretenda enmarcarse en los cánones de la modernidad puede efectivamente alcanzar tal objetivo, entiéndase prosperar, si en ella no se respetan incuestionablemente las libertades económicas; en especial, la libertad de que los particulares puedan ser propietarios de medios de producción y disponer con propio arbitrio en tal sentido. Si de por medio no se atraviesa el reconocimiento claro, preciso y seguro de tal derecho, es imposible que el individuo pueda ejercer, en un sano clima de competencia creado por el libre juego de la oferta y la demanda, su incuestionable opción al lucro personal y familiar; léase, crear riqueza y distribuirla en su particular área de desempeño, con base en sus propias capacidades, limitaciones, talento y esfuerzo.
Centurias atrás, ciertas lecturas clásicas, cuya certeza interpretativa la historia se encargó de demostrar, dejaron en claro que el bienestar colectivo nunca será otra cosa que la suma de los bienestares individuales de todos los seres humanos afanados en salir adelante y mejorar sus condiciones de vida como producto del trabajo honrado y persistente. Si el Estado se empeña en ser el máximo propietario de los medios de producción, si su única razón de ser es controlar sobre lo controlado y guiar por decreto la más elemental actividad económica, con la burda finalidad de demostrar el poder omnímodo que lo caracteriza y poner en práctica la paranoia de que ninguna hoja caída en el suelo ha de moverse si los funcionarios no se erigen en el viento que la sopla, jamás la economía del país encontrará el sano cauce que angustiosamente anhela y desesperadamente anda buscando. En estas condiciones, el hombre, exclusiva especie productora sobre el planeta, es anulado en su especificidad transformadora y la supervivencia se constriñe a relaciones de dependencia con el poderío estatal. Estancamiento puro. Ya no hay más adelante, aunque tristemente se verifica el atrás. Reducir al mínimo la intervención del Estado en la vida social, para garantizar que su acción sea eficiente, eficaz y efectiva en aquellas áreas que realmente son de su competencia, es sano mandato de la inteligencia.
¿Contra el minimalismo, dijo usted? ¡No, por Dios! ¡Todos con el minimalismo!, debería ser la consigna.
@luisbutto3