En 1939 se funda el Banco Central de Venezuela y desde entonces el ente emisor pasaría a ser el único banco con facultad de emitir billetes de circulación nacional. Desde sus inicios el BCV fue muy austero en el manejo del dinero y se siguió implementando el mecanismo de que las emisiones de billetes fueran respaldadas por oro y ahora también por divisas, además de que 50% de las obligaciones estaban sometidas a encaje legal. Pero sobre todo estaba negada la posibilidad de financiar al gobierno. Así durante sus primeros 20 años el BCV brindó mucha estabilidad al país, de manera que este período de gracia alcanzaría un lapso de 40 años y sería de crecimiento continuo. La paradoja es que esta larga estabilidad y crecimiento económico se produjo en ausencia de libertades políticas. Para finales de los cincuenta el país reclamaba cauces de libertad y el ejercicio de la democracia.
Los gobiernos democráticos lograrían que Venezuela iniciara una senda sostenida de desarrollo, dentro de parámetros de austeridad económica, pero invirtiendo en capital humano y dotando al país de las infraestructuras necesarias para asegurar una buena calidad de los servicios públicos. Se inició así el período más estelar de la nación, con la creación de una poderosa clase media y de un alto nivel de vida, como nunca antes lo había disfrutado Venezuela. Esto fue así hasta 1974, cuando se cedió a la tentación del nacionalismo de Estado y la consecuente hipertrofia de éste. En ese año se reforma la ley del BCV para convertir al instituto emisor en un banco de desarrollo, de manera que estuviera en capacidad de fijar tasas subsidiadas diferenciales de forma que el gobierno pudiera redescontar títulos, para derivar ingresos y poder financiar proyectos en los sectores agrícola, de la construcción, Pymes, etc. Igualmente se facultó al BCV para realizar operaciones de mercado abierto de manera de financiar al gobierno. Como resultado de esta desviación de la misión del banco central, se produjo en los años subsiguientes la indisciplina fiscal, el gigantismo del Estado, y un problema crónico de déficit fiscal. En lo adelante, nunca más volvimos a un período de estabilidad económica, sino que la inflación, el endeudamiento y las recurrentes devaluaciones, serían las características de nuestro comportamiento económico. En la nueva gobernabilidad, hay que tomar nota de esto, no repetir los errores del pasado, pero si sus aciertos.
Miguel Méndez Rodulfo
Caracas, 5 de septiembre de 2017