Bajo el inclemente calor de octubre en Barranquilla la venezolana Carmen Rojas vende dulces, trabajo que alterna con la prostitución en las calles, para darle de comer a sus dos pequeños hijos con los que llegó a esta ciudad colombiana huyendo de la crisis económica en su país.
Así como Carmen, que vivía en Coro, capital del estado de Falcón, cerca de 20.000 personas, muchas de ellas sin documentos en regla, han llegado a Barranquilla, la principal ciudad del caribe colombiano, y a poblaciones cercanas tratando de sobrevivir, según la Personería Municipal (defensoría del pueblo).
A sus 25 años esta mujer robusta, de cabello desordenado y piel morena, dice que “es mejor estar sola que mal acompañada”, cuando se le pregunta por el padre de sus hijos, a quienes deja al cuidado de otra venezolana con quien vive en “Villa Caracas”, como llaman a un asentamiento de casuchas de tablas en el sur de Barranquilla.
“Yo me vine de Coro con mis dos hijos, mi hermano, la mujer de él y sus hijos. Como mi cuñada es colombiana, cuando llegamos a Barranquilla yo me quedé y ellos se fueron para donde los familiares de ella en otro pueblo cerca de Magangué”, manifestó a Efe Rojas, mientras le pide a un transeúnte que le “colabore” comprándole una golosina.
Su drama es el de muchos compatriotas suyos que llegan a Colombia en condición de ilegales y se encuentran con otra realidad que a diario los desborda tanto en Barranquilla como en numerosas ciudades y pueblos de prácticamente todo el país por los que se han esparcido.
“Mi hija mayor tiene seis años y el niño tiene tres y no los he podido poner en el colegio porque tienen que estar registrados como colombianos; el problema es que ni mis hijos ni yo tenemos papeles, ni pasaportes, porque entramos por la trocha (de forma ilegal)”, expresa la mujer.
Como lo que gana vendiendo dulces no le alcanza para vivir, reconoce con rabia que ha tenido que ejercer la prostitución en Barranquilla como lo han hecho muchas de sus compatriotas que ven en en esta actividad la salida para conseguir algo de dinero.
Sin embargo, es algo sobre lo cual prefiere no hablar y siente que, en cierta forma, tiene la “fortuna” de disfrutar de un techo, a diferencia de muchos venezolanos que están durmiendo en las calles ya que no tienen familiares ni amigos en la ciudad, ni dinero para pagar una posada.
Alberto López, un joven rubio que aparenta unos 25 años, de piel tostada por el sol y que se gana la vida limpiando los cristales de los vehículos en los semáforos de la calle Murillo, dijo a Efe que cuando llegó de Maracaibo hace tres meses dormía en hoteles de mala muerte del centro de la ciudad, en donde pagaba por noche 6.000 pesos (unos dos dólares).
“Cuando tengo un día bueno me alcanza para pagar, pero otras veces me escondo en el andén entre unos tanques de agua para que no me vean los malosos (ladrones)”, dice.
El personero de Barranquilla, Jaime San Juan Pugliese, declaró a Efe que la situación es cada vez más crítica porque cada día llegan personas de Venezuela en condiciones precarias.
“Tenemos que sentarnos todas las instituciones de todos los niveles porque esta situación va a empeorar. El Gobierno nacional tiene que intervenir porque todos los que llegan están en condiciones de vulnerabilidad”, explicó.
Según el funcionario, son dos tipos de inmigrantes los que llegan de Venezuela.
“Están los que tienen algún pariente colombiano y adquieren la nacionalidad y con ellos algo se puede hacer porque aún en medio de las dificultades tienen acceso a los servicios de salud y educación, y los que solo son venezolanos, a los que solamente podemos darles ayuda humanitaria y de ahí en adelante pasa cualquier cosa”, indicó.
San Juan explicó que muchos de estos venezolanos lograron tramitar el permiso especial de permanencia con el cual pueden trabajar si llegaron antes del 28 de julio último, pero “una gran cantidad entró ilegalmente al país, y siguen llegando, y ellos son explotados por quienes se aprovechan pagándoles muy poco, muchas veces hasta la mitad de lo normal”.
“Incluso para los que tienen la nacionalidad y pueden registrar a sus hijos las cosas no son fáciles”, agregó.
Debido a la magnitud de la crisis el funcionario no se muestra optimista. “Esto se está saliendo de las manos. No hay una ruta de atención y a veces como Personería tenemos que tocar la puerta de las clínicas privadas para que atiendan a mujeres en embarazo y otros casos urgentes”, afirmó.
Hugo Penso Correa/EFE