Mirando algunas fotos antiguas de nuestra estancia en la idílica isla caribeña de Santa Lucía, aprecio hermosas puestas de sol, playas impresionantes y mares con un color impresionante. Parece idílico y el lugar perfecto para educar a los niños.
Por Clara Wiggins/ The Washington Post
Lo que las fotos no pueden decirte es que esa isla podría ofrecerte la imagen perfecta, pero también era infernalmente caliente, pequeña y claustrofóbica. Aparte de tener interminables playas de arena blanca, en realidad era difícil hacer algo. Especialmente cuando tu hija mayor odia la playa.
Esto es una advertencia para cualquier persona que está pensando en ir a una isla tropical para resolver todos sus problemas.
Nos mudamos a Santa Lucía, una isla del sur del Caribe, donde mi marido trabajaba en varias operaciones para la intercepción de drogas en Sudámerica que llegan al Reino Unido. Nuestras hijas de cuatro y un año de edad también nos acompañaron en nuestra aventura. Cuando llegas a cierta edad, puedes imaginarte que la vida en una isla caribeña puede ser la mejor opción. Para muchas familias podría ser cierto, pero no para la nuestra.
Antes de que dejáramos los cielos grises de Inglaterra, casi todas las conversaciones que teníamos con otros familiares y amigos versaban entorno a lo maravilloso que podría ser vivir en una isla. Todos ignoraban cualquier intento de advertencia sobre lo difícil que sería vivir en un lugar tan pequeño. Algo que contrasta con las imágenes perfectas que venden las empresas de turismo. Nos habían advertido que la vida en la isla sería complicado .
Mi hija odiaba la playa. Así que intentamos hacer otro tipo de cosas, pero la verdad es que ese no era un país con mucho entretenimiento para los niños. No hay parques de juegos excepto un puente movedizo en mal estado, por lo que no podías dejar a los niños solos porque se podían caer en cualquier momento. Tampoco habían clases de baile ni museos ni parques acuáticos. También echaba de menos las bibliotecas, las granjas o los zoológicos. No había ningún lugar seguro para montar en bicicleta o para aprender a patinar. De hecho, la única actividad organizada que pudimos encontrar fueron clases de natación, y eso se convirtió no solo en su principal fuente de diversión, sino en el único lugar en el que podía interactuar regularmente con otras madres.
En una etapa de nuestra estancia visitamos la vecina isla de Barbados. La arena de la playa era perfecta. La mejor que había visto en toda mi vida. Pero ¿qué fue lo más destacado del viaje para nuestras hijas? Una zona de juegos cubierta, con aire acondicionado y un restaurante fast-food donde pasaron la tarde.
Hicimos todo lo posible para que nuestra hija estuviera un rato en la arena y en el mar. Cuando mis padres nos hicieron una visita, mi madre estuvo muchas horas intentando persuadirla para llevarla un poco más allá del borde del agua. Ella estuvo unos cuantos minutos, por cortesía, pero rápidamente volvió a su toalla, en la sombra. Se quejaba de lo desagradable que era tener arena entre los dedos de los pies y cómo la sal le picaba por todo el cuerpo. Mi hermano y su familia también vinieron y la animaron a probar el buceo. Ella se lo pasó bien, pero solo durante cinco minutos. Mientras que su hermana tuvo que ser obligada a salir del agua, ella volvió al auto completamente vestida y ajena al paraíso que le rodeaba.
Al final nos dimos por vencidos. Nada iba a convencerla de lo maravilloso que uno se sentía al acostarse de espaldas en el cálido mar Caribe, frente al sol, o con la mirada hacia abajo como un pez que nada entre las rocas.
Salimos de Santa Lucía antes de lo que habíamos planeado. No fue solo el problema de la playa (era tan pequeña y claustrofóbica como nos habían dicho). Tratamos de salir de la isla tanto como pudimos, pero el alto costo de los vuelos no lo permitía demasiado. En todo ese tiempo tuvimos que seguir haciendo una vida normal, yendo de compras, trabajando y haciendo las tareas domésticas. Todo eso, pero con más sudor.
Santa Lucía es una isla impresionante y es el lugar perfecto para hacer unas vacaciones. Pero jamás me he arrepentido de haberme ido. Siempre que decimos dónde hemos vivido la gente nos contesta que debería ser un lugar increíble. En sus mentes, se deben estar imaginando a la gente acostada en las tumbonas con cócteles en las manos y disfrutando de unas vacaciones de 20 meses de duración. Sé que estarás pensando de que nuestras vidas deben haber sido el paraíso. Pero en algunos aspectos ha sido como vivir en el infierno.
En cuanto a esa niña que odiaba la playa ¿dónde está ahora? Pues tiene 11 años y en diciembre aprendió a bucear. Le encanta el océano y se ha convertido en toda una entusiasta de los peces.
Algunas cosas, sin embargo, nunca cambian. Aún odia la arena.