Érase el Día del Estudiante, por Guido Sosola

Érase el Día del Estudiante, por Guido Sosola

Guido Sosola @SosolaGuido
Guido Sosola @SosolaGuido

Aplastada toda disidencia por la dictadura perezjimenista, hacia 1956 apareció el Frente Estudiantil de resistencia que involucró a la muchachada de los liceos y de las universidades. El consabido plebiscito aguijoneó las protestas y, para el 21 de noviembre de 1957, en plena celebración del Congreso Mundial de Cardiología y de la Comisión Preparatoria del Congreso de la Organización Internacional de la Aviación Civil,  estrenando la novísima sede de la Universidad Central de Venezuela, la dirigencia estudiantil de las distintas escuelas, incluyendo a los más decididos profesores, irrumpieron ese día jueves en reclamo de libertad y de democracia. Incluso, la feroz censura, en tiempos muy lejanos a las redes sociales, no impidió la difusión inmediata del inmenso y corajudo testimonio de rebeldía.

Caído el dictador, la Junta de Gobierno no sólo reconoció la autonomía universitaria, sino que decretó la fecha como la del Día del Estudiante. Al  pasar los años, les fue muy útil a la ultraizquierda – además – armada en sus faenas de propaganda para victimizarse, con una presencia determinante en el movimiento estudiantil que, ahora, en el poder, ya super-armada, ofrece los más dramáticos contrastes: es enemiga de la autonomía universitaria, ha reprimido hasta la saciedad al estudiantado y teme de la celebración de cualesquiera elecciones hasta para dar con un delegado de curso, pretendiendo empinarse sobre los escasos jóvenes que, palanqueados, portan los más viejos vicios de la política del patio.

Antes, armaba una alharaca gigantesca, cuando resultaba malherido o moría algún estudiante, pues, con demasiada razón, al país le estremecían que los jóvenes fuesen objeto de una tragedia y, por algo, en 1937, tiroteado Eutimio Rivas en la vieja sede de la Universidad Centra, todavía existe una placa alusiva en el Palacio de las Academias. Otra comparación, este año, sólo este año, el actual régimen cegó la vida de más de un centenar de jóvenes y todavía pretende que lo celebremos con bombos y platillos.





Después de las jornadas de protesta de 2017, hay un natural y provisional repliegue que, por cierto, no ha de significar jamás el abandono de una fecha tan significativa y de profundo aliento histórico. En las proximidades, sería importante que el movimiento estudiantil la retomara, que salón por salón sus líderes actualizaran el problemón de la autonomía universitaria y de la propia universidad que peligra, haciendo – aunque parezca un pleonasmo – política cívica, pues, no todo se dirime ante una cámara de televisión y con las frases que la ocasión brinda.

Érase y puede ser de nuevo, el Día del Estudiante. Sobre todo, cuando la política y los cambios sociales en Venezuela, para curiosidad de la intelectualidad europea, no se entiende sin él (que también es ella), teniendo por epicentro las aulas.