En el transcurso de los últimos días Venezuela ha seguido siendo noticia en la arena de la opinión pública internacional. Las condiciones de inestabilidad han encendido las alarmas en toda la comunidad de Estados, que a diario hacen seguimiento a la situación en el país, y a su terrible crisis humanitaria; siendo numerosas las muestras de apoyo y solidaridad hacia nuestro pueblo, el cual verdaderamente ha tenido que llevar sobre sus hombros el peso del fracaso socialista.
A esta altura del partido, la espiral inflacionaria continua en ascenso, golpeando severamente el bolsillo y el poder adquisitivo de los ciudadanos sin dar muestras de piedad, y sin el respaldo de ninguna medida económica convincente que pueda revertir este escenario; y junto a ello, el riesgo de ingresar a una etapa de default financiero es una amenaza cada vez más inminente. En este marco, hablamos de un estado del sistema económico en colapso, prisionero de un modelo ideológico culpable de la pobreza, miseria y sufrimiento en distintas épocas y sociedades. Pero que ahora intenta aprovechar la situación venezolana, y el estado de dependencia de los individuos para ejercer el peso profundo de la dominación, acabando con cualquier noción de estabilidad democrática.
El Gobierno no quiere admitir que la complejidad de la crisis económica, generada por sus errores, hoy sigue profundizando (y podría agudizar todavía más) la crisis política; ha subestimando la capacidad de aguante de los ciudadanos, y al mismo tiempo se encuentra reduciendo peligrosamente las probabilidades de que el orden político pueda ser asegurado en el tiempo.
No se percata que un entorno de inestabilidad económica no solamente se proyecta en el incremento prolongado de un clima de opinión pública sumergido en la incertidumbre, sino que además estimula el desarrollo de unas condiciones en el sistema político donde las interacciones entre los distintos miembros del conjunto socio-político, que incluye a las relaciones entre los distintos actores, partidos, organizaciones, ciudadanos, y las pautas de comportamiento tradicionalmente aceptadas en el modelo democrático, en una situación de tensión definitivamente pudieran ser transgredidas.
Un ambiente de orden político, o de ausencia de violencia en el sistema, tiene su origen directo en condiciones sociales, políticas, pero fundamentalmente económicas, que respaldan el establecimiento de un entorno de gobernabilidad y gobernanza. Pero en Venezuela la situación es diferente. Las perturbaciones económicas severas están profundizando la brecha entre pobres y privilegiados; siendo estos últimos casualmente los que se encuentran a cargo de llevar a cabo las actividades de gobierno. Esta situación no sólo está generando un clima de malestar social, sino que también está consolidando en la sociedad un sentimiento de frustración colectiva que debe ser canalizado democráticamente; de lo contrario, sería sólo el preludio del quiebre de cualquier orden futuro.
Sin duda, nos encontramos frente a un sistema político al borde. La clase política en el gobierno se ha planteado como objetivo último su perpetuación definitiva en el poder. Y en el proceso de cumplimiento de este objetivo han confundido adrede su propia supervivencia política con la del sistema democrático. Pero las condiciones internas, la brecha entre la capacidad de las estructuras institucionales y la cantidad de demandas formuladas por la sociedad cada vez es mayor; y a ello tendríamos que agregar el nivel de confrontación institucional, reflejo de las incompatibilidades entre un modelo que se muestra partidario de la igualdad de resultados, y la planificación centralizada traducida en ineficiencia, frente al modelo político-económico que cree en la justicia social, y también en la competencia como principales motores del desarrollo. De ahí la necesidad de que podamos contribuir con estimular condiciones para conquistar una transformación efectiva en la dimensión política, como paso previo para recuperar la estabilidad económica. Definitivamente, el destino de nuestro país está en juego, y el reto es inmenso. Pero al final, la definición, planeación y claridad en la estrategia y las acciones será verdaderamente lo único que podrá marcar la diferencia.