Escribí este artículo el 06 de noviembre. Antonio Ledezma ahora está libre, porque “el no quiso ser rehén de una tiranía, capaz de usarlo para doblegar a una oposición que quieren convertir en un trompo servidor de un gobierno que busca perpetuarse en el poder”. Más de mil días preso, una amenaza tras otra, y la decisión de no convertirse en un factor que pudiera usar el régimen para legitimar la parodia dominicana. Antonio ya está libre, esta entrevista es ahora un homenaje a su pensamiento, su coraje y su compromiso.
El verdadero castigo para un político, su infierno personal, es estar sometido al silencio. Un líder democrático se va desgastando en la medida que no puede mantener ese vínculo vital con sus seguidores. Las tiranías lo saben, y por eso mismo juegan a la imposición de una pena en la que, con el pasar de los días, no solamente se va la vida, sino también la posibilidad de ser útil. Las tiranías se solazan en sus mezquinos triunfos mientras juegan a ser dioses olímpicos que aplican su voluntad por la fuerza. Los presos políticos no pueden dar entrevistas, lo que no impide que uno se imagine un diálogo cuyo objetivo sea el airear las ideas de los que no pueden hablar porque se lo tienen prohibido. Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas es uno de esos casos. Detenido entre los confines del apartamento donde vive, no consigue espacio suficientemente grande para guardar ese caudal de palabras que se le atragantan al no tener como encauzarlas. Lo imagino en su casa, articulando nuevas ideas, tratando de hilvanar nuevos consensos, intentando resolver lo que prácticamente es irresoluble, y viendo como los días pasan al frente de su ventana, sin que él pueda salir a ser parte de la historia. Su cara se asoma a una ventana, tratando de llenar sus pupilas y sus pulmones de la suerte del país, ahora abatido por la decepción, el hambre, la enfermedad y la miseria. Su cara trasluce preocupación e impotencia o, mejor dicho, como si fuera posible frenar todo ese potencial de un liderazgo que no quiere entregarse a la vorágine de un colaboracionismo que se está volviendo exquisito y sofisticado. A lo lejos se puede notar que a una persona como él se le puede confinar físicamente, pero cuesta mucho más abatir la libertad con la que piensa, y mucho más complicado, obligarlo a claudicar en sus obsesiones por un país mejor que el que todos vivimos. Yo quiero imaginar esa entrevista que es imposible hacerle, porque como preso político, está obligado a callar.
Vivimos tiempos difíciles para la política.
Son tiempos de definiciones. Por una parte, nadie puede dudar que vivimos una oscura tiranía, depredadora de las garantías y libertades de los ciudadanos. Ya nadie puede poner en duda que se le ha dado un golpe de estado a la constitución, y que la conducta del régimen es irreversible en el perfeccionamiento de una desfachatez totalitaria donde ya ni siquiera importa guardar las formas. Por otra parte, buena parte de los ciudadanos se están convenciendo de que tienen que asumir el difícil compromiso de luchar e involucrarse en el esfuerzo de restaurar la república. Y que esa lucha, no tendrá un guión electoral. Entre otras cosas porque ya no hay las condiciones para unas elecciones libres y competitivas, porque han sido sustituidas por simulaciones, donde no hay respeto por el secreto del voto, ni por los resultados, ni hay condiciones equitativas para los que compiten, ni estado de derecho al cual acudir cuando se pone en evidencia el ventajismo o el uso del amedrentamiento para aplastar cualquier opción no conveniente. En el esfuerzo de aparentar una normalidad democrática que nadie convalida, el régimen se está proveyendo de una simulación de oposición, apaciguada, erróneamente convencida de que puede convivir con esta situación, como si pudiesen esperar tiempos mejores de esto que ya estamos viviendo. Ya nadie se puede llamar a engaños.
Y si no es el camino electoral, ¿cuál es el camino que les queda a los venezolanos?
A los venezolanos no les queda otra opción que hacer valer la mayoría que efectivamente son. Una mayoría que no se siente conforme con la depredación de sus libertades y derechos. Una mayoría que no quiere sufrir la fatalidad de la pobreza. Una mayoría que no se resigna a la inseguridad ciudadana, y a la debacle de sus ciudades. Y esa mayoría se tiene que hacer valer en las calles. La protesta ciudadana, organizada, estratégicamente concebida, sin arrojos temerarios, usando todas las modalidades de protesta no violenta, es la kriptonita del régimen. Cuando los ciudadanos salen a las calles y se reconocen como parte indivisible de un afán irreductible para restaurar la república, y cuando está decidido a pagar el precio, resulta indetenibles, y colocan al régimen en serias dificultades de gobernabilidad. Los que venden caminos sencillos, de formulitas matemáticas, sin arriesgar nada, son los nuevos estafadores de la política, y ya vemos cuales son los resultados que obtienen. La alternativa es, en todo caso, multifactorial. Una ciudadanía movilizada y retadora. Unas instituciones haciendo lo que deben hacer, sin abandonar atribuciones ni conceder tiempo al régimen. Ha sido moralmente devastador el tener que ver el abandono de las sesiones de la Asamblea Nacional. Ha sido un error dejar morir al parlamento, porque el contraste con el fraude constituyente nunca debió haber sido la ausencia de agenda, el fatalismo propositivo y la lastimosa inconsistencia entre el ofrecer mucho y el hacer poco.
Pero la protesta se abandonó, dando un portazo en la cara de los ciudadanos.
Eso fue un error porque puso en entredicho la consistencia del liderazgo y la integridad del discurso político. Los ciudadanos venezolanos, que manejan redes sociales, que viven las nuevas comunidades digitales, que están pendientes de lo que ocurre en el país, no pueden comprender esos saltos argumentales de los que hoy dicen una cosa y mañana otra. Para colmo, la voltereta y el cambalache se dieron en el mejor momento, cuando más de siete millones de ciudadanos habían suscrito el mandato del 16 de Julio, y cuando tres días después, los integrantes de la Mesa de la Unidad Democrática habían presentado al país un acuerdo de transición, porque veían a la vuelta de la esquina un cambio político. Menos de quince días después, el mismo que leyó el acuerdo de transición, en nombre de todos los presentes, se desdijo de todo ese proceso y asumió, también en nombre de todos, que había se ir a las elecciones regionales, sin negociar nada, sin renovar al CNE, haciendo oídos sordos a la denuncia de fraude hecha nada más y nada menos que por Smarmatic, y lo peor, sin comprender la trama perversa de un proceso constituyente, producto de una farsa electoral, pero que el régimen necesitaba convalidar. Esa siniestra componenda la denunciamos, la advertimos. Muchos de ellos juraron nuevamente que nunca iban a juramentarse ante esa farsa constituyente, y ya sabemos quiénes honraron su palabra, y quienes defraudaron nuevamente al país. Lo cierto es que se abrió un abismo de incredulidad y decepción que ahora todos estamos pagando.
Ahora todo parece ser una gran desbandada.
Una desbandada penosa, pero donde se puede medir la perversidad que estamos viviendo. El régimen persigue destruir la institución parlamentaria, en la persona de sus directivos, amenazados con la cárcel o el destierro. Un régimen que negocia la salida de unos presos políticos, pero con la condición de que accedan a ser la contracara de unas elecciones simuladas. Unos candidatos que ofrecen su opción sin pensar en lo que viene después, sin medir los efectos de acatar la exigencia de reconocer el fraude constituyente. Una constituyente que sigue allí, agazapada, con una agenda para implementar el comunismo, y que tiene dos años para irlo soltando poco a poco. Y unas elecciones presidenciales que están a la vista de todos como un señuelo, como una trampa caza bobos. Porque no hay ninguna posibilidad para la libertad si no nos embraguetamos y denunciamos esta terrible trampa en la que estamos todos. La trampa es la convalidación de todo esto, para que no haya razones para luchar, para darnos por vencidos.
Tenemos pendiente el tema de la unidad.
Yo he estado presente en todas las iniciativas unitarias. Y por eso mismo seguiré incansablemente dedicado a construir una oferta unitaria que permita al país superar este trance. Esa nueva unidad debe abundar en la claridad de sus principios y sus propósitos. Libertad, prosperidad, salvar a la gente de los efectos terribles de la pobreza y la ignominia, luchar contra la tiranía, sin concesiones ni desvíos inconvenientes, ir más allá de las utilidades electorales y plantear un frente integrado de lucha donde los venezolanos, vivan aquí o vivan en el exterior, estén libres o sufran la cárcel o el exilio, independientemente de cualquier aspecto singular, todos ellos tengan incentivos para participar de una gran plataforma que permita la transición hacia la republica civil, el derecho, la libertad y la justicia. La unidad no es una palabra fetiche para encubrir la falta de coraje, los perturbadores personalismos, o las concesiones hechas al gobierno. La unidad es otra cosa: una convocatoria hecha desde la integridad, los principios, la generosidad de miras, para que, entre todos, le abramos caminos al país que queremos. Un espacio de reconocimiento de todo el esfuerzo, todos los sacrificios que los venezolanos hemos invertido para tratar de superar esta etapa. Y sobre todo, una visión de consenso sobre el país que queremos, y el tipo de gobierno que merecemos tener.
En ese esfuerzo titánico, ¿sobra alguien?
Desde la cárcel uno aprende a desarrollar la intuición, a ver más allá de las caras. Pero uno también aprende a perdonar y a comprender. En un país con justicia, derecho y libertades, debe imperar la verdad y una versión responsable sobre lo que aquí ha ocurrido. Habrá tiempo para la justicia transicional. Pero lo más importante ahora es abrirle camino a una coalición ética, donde todos se sientan convocados, no para ser utilizados y desechados, sino como parte de un proyecto que tiene que buscar las formas para convertirse en realidad. Si el país que queremos es el producto de una visión compartida, si las reglas del juego están claras, si podemos construir entre todos los anticuerpos para garantizar una democracia republicana, todos nos sentiremos beneficiarios y herederos de un país mejor, que va a resolver sus problemas, y que nos va a sacar de este foso oscuro que representa la tiranía del socialismo del siglo XXI.
Desde esta cárcel, ¿cómo puedes ayudar?
Esta cárcel es una circunstancia que te puede quebrar, o que te puede fortalecer. Pero todos los que sufrimos persecución sabemos que lo único de lo que podemos disponer con libertad es sobre el plano de nuestras convicciones, nuestras ideas, nuestros sueños. Lo único que queda de cada uno de nosotros, sometidos al silencio, separados de nuestros ciudadanos, llevados al plano del escarnio, presentados como enemigos del pueblo, lo único que queda es lo que hayamos sido, la persistencia principista, el vínculo logrado con los ciudadanos, y nuestras realizaciones. Me he dedicado toda la vida a la política. He sido siempre intransigente, nunca he colaborado con los enemigos de la libertad. Y desde aquí sigo haciendo todo lo posible para que la gente siga teniendo esperanza en que el cambio es posible y puede ser en un tiempo razonable. Desde la cárcel doy testimonio, y sigo convocando a la unidad. La iniciativa SOY VENEZUELA es una invitación de puertas abiertas, porque no podemos dejarnos vencer. Hay que seguir insistiendo. Y tenemos que aprender: Nada podemos lograr sin estrategia, sin propósitos claros, sin claridad de miras, sin cabeza fría, si no dejamos de lado los falsos heroísmos, si no nos deslindamos de la agenda de conveniencias del régimen. Ese es el desafío que tenemos por delante. Nada es imposible, si nos lo proponemos de verdad.