Vaticinaron a Piñera como indiscutible ganador de las elecciones chilenas y con alta probabilidad de triunfar en la primera vuelta. No sucedió así. El Frente Amplio, un popurrí de izquierda, se hizo sorpresivamente con el 20% del voto sacándoselos no a la izquierda oficialista sino a la derecha de Piñera.
Las encuestadoras habían fallado nuevamente. El primer error es que ejercen de analistas políticos cuando no lo son. Su arte es otro. Segundo, la encuesta estadística se ha vuelto verdad inapelable; los errores o aciertos los cometen los interpretadores y no el número sagrado. La realidad es más crasa. Las encuestadoras trabajan en base a formularios standard de preguntas, mayormente producidas para realidades políticas estables del primer mundo. Cuando hay estabilidad pronostican bien. Pero en sociedades decepcionadas de su sistema político, enojadas y queriendo castigar a los culpables —como sucede en Chile, en México y otras partes—, las encuestas standard se van a equivocar.
Una sociedad acumula odio contra el sistema de partidos que causó su decepción. Paulatinamente migra hacia “independientes” o “indecisos”. Allí, con diversos argumentos, macera emociones. Muy cerca del acto electoral, una parte importante de esa olla de presión, hace una estampida sorpresiva en favor de quien promete venganza y/o redención. Esa reacción no tiene nada que ver con el agua potable, el empleo, el salario o cosas materiales que tan minuciosamente busca la encuesta regular. Tiene que ver con certezas psicológicas y sobre todo con la recuperación de la fe. La emotividad en sociedades indignadas no va a actuar nunca igual que la racionalidad en sociedades estables. Esto lo entiende el populismo, sea de izquierda o de derecha. Y esa es su peligrosa astucia.