El fracasado diálogo de República Dominicana –país que ha sido albergue y refugio de corruptos y narcotraficantes venezolanos– no podía comenzar peor. A todas luces ha sido un éxito para el régimen y para dirigentes de una oposición hecha a la medida de la dictadura, que se presta para fortalecer a Maduro y sobrevivir en medio de esta vorágine destructora que amenaza con acabar hasta con el aire que se respira.
Por su génesis como por sus integrantes, ese diálogo carece de relevancia para los venezolanos que, perplejos, vemos cómo caímos en la miserable dictadura comunista que tanto advertimos quienes, por experiencia y olfato político, jamás creímos en un proyecto abyecto y criminal como el instaurado por Hugo Chávez, con cómplices en todos los sectores de la vida nacional.
Vivimos la tragedia de ser un país maula, sin relevo generacional, plagado de pillos y advenedizos, de imberbes intelectuales que han servido de comodín al régimen cubano para hacerse de la joya de la corona de América del Sur.
Paralelamente al falso diálogo, se dio inicio a la purga más grande sufrida por el chavismo desde la división de los comandantes del 4F, cuando abandonaron a Chávez por su apoyo a los narcoterroristas de la FARC y la creación de un Estado forajido en Venezuela, que hoy se encuentra consolidado como el centro de narcotráfico más importante del mundo.
Hay que resaltar que el gobierno del dominicano Leonel Fernández, a través de su bien ponderado alias Miguelón, fue pieza fundamental en la dinámica que permitió a las FARC establecer una ruta financiera que involucró a República Dominicana y Petrocaribe –creado por Fidel y Leonel– para servir de plataforma operativa. Así que no nos vengan con cuentos sobre ese maculoso centro de operaciones instaurado en la isla caribeña, alineada con las directrices dictadas desde Cuba.
Maduro es una ficha de alta confianza de los Castro, mucho antes de que apareciera Chávez en el espectro político, desde su formación comunista en Cuba; por eso, ante la misteriosa muerte del galáctico, los Castro decidieron que lo sucediera para mantener el control de la colonia cubana en la que nos convertimos. Para levantar la poca popularidad de Maduro y apuntalarlo como candidato a la reelección, Cuba ordenó un acto de exorcismo hipócrita con una purga de las fichas más emblemáticas ligadas a Pdvsa, lo que permitió a la dictadura militar tomar control de la desmantelada industria y emular al príncipe heredero de Arabia Saudita efectuando una razzia nunca vista en los tiempos rojos rojitos y haciendo rodar las cabezas de piezas fundamentales dentro de la “realeza” chavista, como Rafael Ramírez, su primo Diego Salazar y su entorno, así como la nomenclatura de Citgo, ex ministros y “bolichicos” a quienes el régimen amenaza con expropiar y encarcelar.
Para hacer juicios sobre la corrupción y buscar a los culpables del empobrecimiento de la nación hay que comenzar por toda la cúpula del poder. En cuanto a la forma, no es más que una parodia de justicia que guarda sus enigmas en un juego mortal de doble lenguaje. No luce como una lucha contra la corrupción, sino como un ajuste de cuentas entre mafias enfrentadas a muerte por sobrevivir en un contexto internacional cada vez más incierto, y cuyo único destino a salvo es la Venezuela de la impunidad absoluta.
Mientras los príncipes caen, la MUD, convertida en el fantasma de la Coordinadora Democrática, junto a lo peor de la raza política internacional presidida por Rodríguez Zapatero, se une al millonario lobby que empresarios beneficiarios de los contratos millonarios de Pdvsa han contratado para intentar revertir las sanciones a funcionarios corruptos y frenar las que inevitablemente vendrán en su futuro.