Una absurda diatriba ha ido tomando cuerpo en las redes sociales; iracundos libertarios chasquean el látigo de la crítica y el desprecio sobre la espalda de quienes protestan acicateados por el hambre, la pobreza extrema y la enfermedad, sin exigir, simultáneamente, respeto a los principios democráticos conculcados en Venezuela y que son lugar común en las constituciones liberales del mundo.
Hace tiempo oí decir a un anciano campesino «es fácil tener principios con el estómago lleno»; con el transcurrir de los años ha ido cambiando mi apreciación sobre esa sentencia que, en su momento, me pareció un eructo producto de la ignorancia.
Tiempo después me enteré de la existencia y obra del psicólogo estadounidense Abraham Maslow (1908-1970), quien estudió y jerarquizó en las necesidades, creando la llamada Pirámide de las Necesidades Humanas, en cuya base colocó las necesidades fisiológicas (respiración, alimentación, descanso, sexo, homeostasis) y en la cúspide las de autorrealización (moralidad, creatividad, espontaneidad, falta de prejuicios, aceptación de hechos, resolución de problemas). En total dicha pirámide tiene cinco niveles, a cada una de las cuales accede el individuo –según su creador– una vez satisfechas las necesidades descritas en el nivel inmediatamente inferior.
Según Maslow, las necesidades satisfechas no influyen sobre la conducta individual, lo que si hacen las insatisfechas. Así, por ejemplo, una persona hambrienta centra su actividad en la búsqueda de alimento, pues mitigar el hambre que pone en peligro su supervivencia es su prioridad absoluta; quien en un desierto desfallece por la sed, no piensa en alimentarse, pero sin en ingerir líquido.
A decir de este estudioso de la conducta, cuando se está en la franja inferior de la pirámide, la de las necesidades fisiológicas, entre las cuales se encuentra la alimentación, todas las ubicadas en franjas superiores son inexistentes e irán surgiendo una vez satisfechas las del estrato inmediatamente inferior.
Pero no solamente las indagaciones de la psicología nos ofrecen ayuda para comprender situaciones político sociales como la que estamos viviendo; la historia de las dos grandes revoluciones del siglo XVIII hacen lo propio. La burguesía francesa, dotada de cultura y de poder económico, pero sometida al poder de la nobleza y del clero, aspiraba a un reacomodo del status quo, mientras que las depauperadas masas populares y el famélico campesinado aspiraban resolver sus necesidades más apremiantes, agigantadas por el aumento de los precios agrícolas y la creciente escasez de productos básicos.
La Revolución Americana que dio origen a Estados Unidos de América, fue detonada por una serie de medidas impositivas aplicadas por el Parlamento Británico, entre las que destacaba el impuesto a la importación de té, pero los que dejaron sangre y vida en las batallas de Lexington y Concord y los importadores afectados obedecían a diferentes motivos.
El liderazgo revolucionario francés (Robespierre, Marat, Danton, Sieyes y otros) y el estadounidense (Adams, Franklin, Hamilton, Jefferson, etc.) entendieron que sus dirigidos tenían motivaciones disímiles, pero supieron amalgamar los factores coincidentes y desechar los discordantes. Tal acierto les permitió alcanzar la libertad.
Un altísimo porcentaje de los habitantes de los populosos barrios de Caracas y principales ciudades del País, se ubican en la franja de los requerimientos fisiológicos insatisfechos; para ellos respirar, alimentarse, descansar y tener sexo absorben su tiempo y el pernil prometido que nunca llegó, es una agresión a sus requerimientos más imperiosos.
El gran reto de la dirigencia política honesta es hacer entender a los más pobres y necesitados que la prosperidad solamente se puede alcanzar en libertad; que la libertad significa pan en la mesa, calzado en los pies, buenos servicios de salud, movilidad social, sueños realizables y mejor futuro; que el comunismo ha sido el sistema que ha provocado más muerte por miseria en el mundo; que Mao y Stalin mataron más gente que Stalin y Mussolini juntos pero, sobre todo, ponerse en los zapatos agujereados de los que hoy exigen el pernil prometido, no para acompañar las hallacas, el jamón y el pavo navideños, sino para mitigar su hambre y la de los suyos y para calmar el estridente llanto del niño que tiene meses sin ingerir alimentos que le proporcionen proteínas.
El País requiere a gritos una dirigencia decente y capaz que impida, con carácter de urgencia, que nos sectoricen entre este y oeste, «sifrinos» y «tierrúos», aplicando la vieja conseja: «Divide y reinarás».
Feliz año nuevo en libertad.
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29 de diciembre de 2017