Nuevamente nos acercamos a esa fecha que hace apenas dos años significó mucho por tantos: el 5 de enero. En ese entonces, se había despedido al 2015 con unos comicios parlamentarios que se tradujeron en la más grande victoria opositora desde el inicio de la era chavista. Entrando en el 2016 los ánimos abundaban, las expectativas estaban a la alza y, cerca de la referida fecha; todos estábamos listos con nuestras palomitas de maíz para presenciar lo que nunca pensamos que veríamos: el quiebre de la hegemonía oficialista. Sin embargo, mucho ha transcurrido desde ese entonces y ahora cabe preguntarse: ¿a alguien le importa la instalación de la Asamblea Nacional en el 2018?
Tanteando las perspectivas de las personas en la calle pareciese que la respuesta es un rotundo: meh. Si nos remitimos a las promesas electorales del 2015, podemos constatar que prácticamente nada de lo que se propuso se dio. ¿Puede culparse a la Asamblea por tal realidad? En gran parte pudiese decirse que no, visto que hoy la ciudadanía está clara que el Gobierno Nacional y sus poderes subordinados perdieron cualquier ápice de institucionalidad democrática. Aún así, a pesar de todo lo vil del accionar del ejecutivo; es preciso puntualizar que la Asamblea Nacional, y en específico las juntas directivas que la dirigieron, tienen en su haber la dirección política más fracasada que haya visto contemporáneamente la nación.
Recordando al 2016, tuvimos a la Asamblea Nacional que ladraba pero no mordía del diputado Henry Ramos Allup. Una asamblea que tuvo la oportunidad de llevar a Venezuela a puntos insoportables de tensión, pero que siempre prefirió, en palabras del precitado parlamentario; doblarse para no partirse. La junta directiva presidida por el Ramos pudo haber sido aquella que haciendo uso de su súper mayoría, una ventaja que nunca tuvo el oficialismo; hubiese podido sancionar expeditamente un paquete de reformas legislativas que sentara las trincheras con las que palear el evidente autoritarismo del ejecutivo, pero no… eso no estaba destinado a ser. En vez de hacer eso y aprovechar la oportunidad, la asamblea presidida por Ramos se perdió entre espectáculos que no se traducían en políticas públicas, el sometimiento tácito ante un Tribunal Supremo de Justicia espurio y su Sala Constitucional irrita (acatando la supuesta nulidad de las leyes sancionadas, dejando que los diputados de amazonas siguieran durmiendo el sueño de los justos) y el seguimiento de formalidades excesivas que socavaron la efectividad parlamentaria. En definitiva, la Asamblea Nacional presidida por Ramos demostró a los venezolanos una oposición que cuando llega al poder no sabe qué hacer con él.
Regresando al recién culminado 2017, nos encontramos con la Asamblea Nacional domesticada pero en ocasiones atrevida del diputado Julio Borges. Una asamblea que pudo haber sido el epicentro de un gobierno de transición ante el obsceno quebrantamiento de la carta magna por parte del Ejecutivo Nacional y sus subordinados. La junta directiva presidida por Borges pudo haber sido aquella que, capitalizando las protestas, instrumentalizando el apoyo internacional y haciendo cumplir el plebiscito que ésta misma convocó; hubiese podido marcar el tránsito hacia la libertad del país, pero no… nuevamente eso no estaba destinado a ser. En vez de hacer eso y armarse de gallardía, la asamblea presidida por Borges superó a la Ramos en cuanto no solo fue incompetente, sino que también fue traidora de la gran mayoría de la sociedad civil que la apoyó. Por tal motivo, el saldo que dejó esta asamblea está constituido por vidas perdidas, un palacio legislativo usurpado sin resistencia alguna, negociaciones con los mismos usurpadores, un país transitando por un despeñadero y una navidad privada de toda alegría.
Ya en el 2018, la Asamblea Nacional será presidida por el partido Un Nuevo Tiempo de Manuel Rosales. Un partido, que para cualquiera que ponga su atención en la política venezolana; está caracterizado por su duplicidad. Realmente no puede pensarse otra cosa del partido responsable de que no se eligieran los nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral, o cuyo fundador pasó repentinamente de ser preso político a hombre libre con viajes pagos a Miami.
Si una consolación puede haber, podemos encontrarla en el hecho de que en la asamblea hay diputados de bien que genuinamente tienen los intereses del país en cuenta. Estos parlamentarios, aún si no logran impedir las posibles malas decisiones de la nueva junta directiva; al menos podrán dejar sus votos en contra como medallas de honor que la historia les reconocerá. Sea como sea, es de considerar que en este punto el daño sobre la autoridad política y moral del legislativo nacional es total. Haga lo que haga la nueva junta directiva, ésta no puede socavar a una asamblea instalándose sobre la nada, la nada institucional, la nada política y, peor que todo lo demás; la nada en el corazón del pueblo venezolano.
@jrvizca