La llamada revolución bolivariana. chavizta y socialista es una farsa. Una vulgar y descarada mentira. Porque es un imposible realizar un auténtico cambio social con marginales y peor, con una mentalidad marginal. Y eso es lo que sobra en las filas de los revolucionarios socialistas del chavizmo. Una brutal mentalidad delincuencial.
El mensaje del ideario de la propaganda chavizta no ha cesado de repetir el llamado a la violencia desde que se instauró como poder de Estado. Esta manera de utilizar el lenguaje como instrumento de dominación ha sido efectivo. Tanto, que en cerca de 20 años de control chavizta, la sociedad venezolana se ha empobrecido en su uso idiomático.
Profesionales de todas las áreas, docentes universitarios, médicos, empresarios, políticos, militares y hasta sacerdotes, usan el idioma de una manera elemental, absolutamente informal que lleva a la precariedad de su lógica discursiva.
Todo discurso idiomático en la Venezuela del siglo XXI está matizado por la vulgaridad, la banalización de una comunicación que repite hasta más allá del cansancio, aquello que ha sido diseñado para la “masa” venezolana. Una fraseología de violencia y precariedad cuya base está centrada en el militarismo más rancio y decadente.
Porque si de algo ha servido el aparato militar venezolano es en su aporte de un verbo de fuerza bruta, signado por la altanería de saberse apoderados de la totalidad del Estado venezolano.
Creo que el daño más severo de este peligroso grupo de individuos, disfrazados de revolucionarios y socialistas, es haberse apoderado hasta del idioma y en general, del lenguaje del venezolano.
Es doloroso escuchar y leer a profesionales universitarios y apreciar hasta dónde ha llegado la llaga roja en su empeño por destruirlo todo. Individuos que se han informalizado en su uso idiomático. Matizando su natural discurso con una terminología de la violencia, del descaro y de la más baja orgía de fraseología vulgar y grosera.
Y a esa manera de hablar se agrega una marcada forma de ser y hacer. La informalidad del idioma en espacios académicos, científicos y artísticos es repugnante. Ni se diga en la vida del común de personas, en sus hogares y entre amistades.
Difícil escuchar conversaciones que dejen una enseñanza o lleven a una reflexión. El uso del idioma en boca del venezolano de estos tiempos es una herramienta para la abierta y desnuda grosería. Hablantes que en su uso idiomático, contribuyen a perpetuar la vida delincuencial de un Estado que necesita que la población modele en el lenguaje, valores y principios (una lógica idiomática) que les permita seguir en el poder.
Sin darnos cuenta estamos siendo adoctrinados idiomáticamente. Estamos perdiendo nuestra base primordial de existencia espiritual, nuestro idioma. Empobrecernos en la expresión de nuestro lenguaje es dejarnos arrastrar, definitivamente, hacia la formación de grupos asociales, donde lo primordial será la diaria e interminable búsqueda de alimentos, medicinas y una botella de aguardiente que nos haga olvidar esta enfermedad chavizta, bolivariana y socialista.
Solo en la complejidad del uso de un idioma que brille como un talismán, podremos encontrar las infinitas formas de nuestra libertad. No dejemos que nos aplasten en el estiércol del lenguaje soez y degradante. Usemos nuestro idioma como escudo frente a los bárbaros con mentalidad marginal. Esos, aunque nacidos en esta tierra, culturalmente pertenecen a grupos ajenos a nuestra identidad como república y nación. En estos terribles días debemos identificar, señalar y denunciar a esos seres, que son humanos, solo porque andan medianamente erguidos y gesticulan.
La crisis generalizada ya alcanzó hasta nuestro idioma. La mejor manera para defenderlo y defendernos de los bárbaros y la barbarie, es mostrando en nuestra cotidianidad, las buenas maneras de expresar nuestra lengua. Porque en ella están la decencia, los principios y valores que nuestros antepasados nos legaron. Esa es nuestra fortaleza más preciada.
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