El terrorismo de Estado aplicado por el régimen durante años, desde hace cierto tiempo se combina con el vandalismo de Estado, novedosa fórmula aplicada para “empoderar” al pueblo llevándolo al pantanoso terreno del delito. El asalto a los supermercados constituye una pieza más de ese mecano, cuya composición final será, si se les deja, la demolición material y moral del país. Ya no es posible pensar que los saqueos son obra solamente de gentes acorraladas por el hambre. Detrás de estas expresiones de desesperación está un gobierno que quiere devastar al país, para que todo el mundo pase a depender de los favores y privilegios que el gobierno quiera conceder a través de los Clap y el Carné de la Patria.
El gobierno intenta ocultar sus graves y persistentes errores económicos responsabilizando de la hiperinflación a los dueños de los supermercados. Esos empresarios son también víctimas de un régimen que destruyó la agricultura, la industria y la agroindustria, con su política de controles absurdos, confiscaciones, expropiaciones y estatizaciones. Además, debido a que despilfarró la inmensa riqueza petrolera en regalos a países como Cuba y Nicaragua, y contrajo deudas millonarias y sin control de ningún tipo con China, ahora no cuenta con divisas para importar en los volúmenes que Venezuela necesita para su normal funcionamiento. La verdad es que el país carece de insumos, materias primas y maquinarias para impulsar la producción y abastecer la demanda interna. Tampoco posee dólares para importar. El socialismo del siglo XXI fracasó de forma estruendosa y el país sufre las consecuencias de ese descalabro.
Mientras el gobierno siga pensando que la raíz de la inflación se ubica en el acaparamiento y la especulación, y no en la falta de producción interna por el aniquilamiento de la economía nacional, los problemas se mantendrán y profundizarán. Mientras el principal consejero económico del régimen sea un dinosauro como Alfredo Serrano Mancilla, los problemas se agudizarán. Ese señor, que dice ser economista, es uno de los personajes más nefastos que ha pasado por estas tierras. Su ignorancia y pedantería causan ruina.
La respuesta de la gente durante estos episodios fue lamentable, aunque comprensible. El régimen a lo largo de dos décadas ha clientelizado a un inmenso sector de la población. Esta forma brutal de populismo y demagogia ha deteriorado la fibra moral de numerosos venezolanos. En la actitud de la gente vemos el fracaso del sistema educativo socialista y del intento por construir el “hombre nuevo” y el reino de la felicidad prometidos en el Primer Plan Socialista (2007-201) y en el Plan de la Patria (2013-2019).
Resulta deplorable ver la eclosión de grupos empobrecidos violentos, que luchan por la sobrevivencia. Sin embargo, no hay que ser duro con la gente que se mueve impulsada por instintos y pulsiones atávicas, que la llevan a saquear y aprovecharse de bienes que no les pertenecen. Contra quien hay que cargar la mano es contra el régimen, conducido por un grupo de dirigentes sin escrúpulos, de una ignorancia supina y de un nivel de maldad pocas veces visto en la historia nacional. Es a esos destructores a quienes hay que condenar sin atenuantes. Representan lo peor del populismo autoritario latinoamericano. Desprecian la propiedad privada y la libre iniciativa con el único fin de mantener sometida a la gente más humilde.
No tengo dudas de que esas acciones traerán mayor inflación, mayor escasez y ruina para la población. En el mundo globalizado de hoy, la seguridad jurídica constituye uno de los criterios fundamentales a partir de los cuales una corporación o un inversionista particular deciden invertir en un país. Prefieren, incluso, la seguridad jurídica sobre el volumen de ganancia. Lo que hace Nicolás Maduro todos los días es socavar la confianza en el Estado de Derecho. Los empresarios afectados por esas medidas arbitrarias e irresponsables no tienen ningún tribunal independiente donde acudir para reclamar sus derechos vulnerados.
Las decisiones del régimen debilitan aún más a una nación que requiere con urgencia que fluyan inversiones masivas para crear nuevos empleos y animar la producción interna, de modo que se satisfaga la demanda creciente. Esa política caprichosa hay que repudiarla porque en vez de resolver los graves problemas existentes, lo que hace es convertirlos en insoportables. El gobierno no se ocupa de controlar la inflación y la escasez que su política producen, sino que los fomenta. Ahora costará más abastecer los mercados con abundantes productos baratos y de buena calidad. La vida de los venezolanos será aún más difícil. El venezolano promedio tendrá que obtener el Carné de la Patria y refugiarse en los Clap. Dependerá más de las migajas que le entregue el Gobierno a través de esos instrumentos perverso. Maduro destruye a la nación para someterla a los intereses de su burocracia inepta y corrompida.
@trinomarquezc