El modelo de negociación que está practicando el régimen tiene para él el lucro explícito de ganar tiempo. Algunos se preguntan si eso tiene sentido. ¿Para qué gana tiempo el régimen? La respuesta es realista. Para conservar el poder. La réplica a la respuesta es casi visceral. ¿Para qué quiere conservar el poder si no tiene capacidad alguna para resolver los problemas que le acechan? La respuesta es aún más cruda. Al régimen no le interesa resolver problema alguno. Ha aprendido a amortizarlos, los descuenta, los tira a pérdida. En esta fase revolucionaria ya no hace falta ningún disfraz democrático. El guión es otro, la desmovilización de los adversarios, el sometimiento de los ciudadanos por hambre, represión y miedo, la promoción de la desbandada de la clase media hacia otros países, y paradójicamente, la administración contingente de mecanismos de apaciguamiento de lo que queda de organización política de la disidencia. Cuando no le es suficiente la represión, o cuando los costos de la persecución les perturba la ecuación, siempre pueden simular el querer hacer un pacto. Para esto último, practica una secuencia infinita de sesiones de negociación, diálogo y encuentros de paz que distrae a las oposiciones y les hace comprometerse con un curso de acción que no los conduce a nada.
El régimen está aferrado al poder. Sabe que no tiene popularidad y por lo tanto sería temerario exponerse a unas elecciones limpias. Sabe que no tiene recursos para resolver ninguna de las crisis que asolan al país. Sabe que no tiene buen crédito internacional. Venezuela, gracias al ruinoso socialismo, es visto como de los que más riesgo representa para cualquier inversor. Sabe que no puede revertir el colapso de la industria petrolera que, en sus manos, ha llegado a unos mínimos que auguran el colapso inminente. Sabe que nadie le compró la bazofia constituyente, y por lo tanto necesita alguna triquiñuela que obligue a su reconocimiento. Pero también sabe que está al frente de la una aplastante maquinaria burocrática que, si bien es cierto, no le sirve para organizar un complejo de soluciones, por lo menos le permite mantenerse y medrar, mientras eso tenga un mínimo de factibilidad. En eso la experiencia cubana les ha resultado indispensable para entender que no es tan difícil dirigir a un país sumido en la miseria.
Toda la estrategia del régimen se ha reducido a ganar tiempo. El apuro lo tienen los otros, a quienes los plazos les parecen importantes. Para la revolución, el uso del tiempo es contingente. Mientras sus contrincantes piden que se cumplan los lapsos, el régimen los ralentiza. Recordemos cómo lo hizo con la solicitud de revocatorio, o la trama que impuso con la relegitimación de los partidos políticos. Así también funciona cuando necesita extender hasta el infinito un proceso judicial, o cuando le conviene extender un año tras otro la excepción que le permite gobernar por decreto. Si por alguna razón táctica necesita lo contrario, también demuestra una sorprendente capacidad. El haber hecho dos elecciones en menos de noventa días demuestra que ellos pueden manejar los procesos de acuerdo con la conveniencia del momento. El poder ejercido por ellos se debe entender como la administración unilateral y sin respetar regla alguna, de los tiempos institucionales, sociales, políticos y económicos. Los costos, son despreciables, si se comparan con retener el poder, por eso no les importa el hambre, se hacen los locos con la inflación, les parece irrelevante la caída de la producción, y no tienen demasiado interés en resolver la escasez.
Claro que, para ganar tiempo, necesita interlocutores ingenuos que compren su agenda. Los procesos de negociación -en donde por supuesto ellos no están dispuestos a negociar ni conceder nada más allá de las fintas para hacer creíble la intención de dialogar- necesitan contrapartes. Cada vez que la crisis se desborda, porque la realidad es inexorable, de inmediato convocan a un supuesto diálogo por la paz. Para ello se sirve de un paquete de incentivos en donde no se puede excluir el peso atroz de la extorsión. Permitir que presos e inhabilitados dirijan la contraparte no es un acto de generosidad sino una estrategia en donde las promesas y las amenazas abundan. No en balde, Maquiavelo celebraba el uso del engaño en cualquier conflicto. En su libro Discurso sobre la primera década de Tito Livio le dedica al ardid un capítulo. “En la guerra es cosa laudable y digna de elogio el uso de la trampa contra el enemigo que se fía de ti… porque cuando hay que resolver acerca de la propia salvación, no cabe detenerse por consideraciones de justicia o de injusticia, de humanidad o de crueldad, de gloria o de ignominia. Ante todo y sobre todo, lo indispensable es salvar la propia existencia y libertad”. Ingenuos son los que no se imaginan que esto sea lo que significa que la política es el arte de lo posible.
El tiempo, dentro de un conflicto, se comporta como un juego de suma cero. Si lo gana una de las partes, lo pierde la otra. El intento fructuoso de mantenerse en el poder es la negación del acceso de cualquiera de sus alternativas. Mientras más esté el socialismo en el poder, menos oportunidades tendrán cualquiera de los otros. No dudemos ni por un momento que ellos cruzan los dedos aspirando a que ocurra un milagro que les mejore súbitamente las condiciones del escenario. El régimen lleva años esperando que mejoren los precios petroleros, así como intentando el perfeccionamiento del sistema totalitario que, partiendo de los CLAPS los pueda llevar a la vigencia de un proceso constituyente que les otorgue definitivamente todo el poder. Mientras “negocian”, ellos lo siguen intentando. Siguen extendiendo el sistema totalitario de distribución de alimentos, destruyendo al sector productivo privado, dinamitando las bases del sistema de mercado, legislando sus leyes de sometimiento y de odio, apresando y liberando presos políticos dentro de la lógica de “la puerta giratoria”, y jugando al atroz experimento del ensayo y el error. Ellos son muy incapaces, y la lógica de secta que aplican les provoca rendimientos decrecientes, y no tengan de donde sacar un experto capaz de manejar apropiadamente una industria compleja. Pero eso no les importa, porque su ganancia la miden en términos del tiempo que ganan, a pesar de ellos mismos y de sus resultados.
Son incapaces. También son desalmados. Pero son disciplinados y cuentan con un respaldo sin fisuras del alto mando militar, actor principal y beneficiario privilegiado del socialismo del siglo XXI. Ellos son y están en el gobierno. ¿Del otro lado qué hay? Una acumulación de tiempo y oportunidades perdidas, por errores de conducción política y la obsesión por conseguirle sentido al curso de acción planteado por el gobierno. Se está jugando en el tablero del gobierno, con las reglas impuestas por el régimen, y con poco realismo sobre la eficacia de la agenda y los resultados. La alternativa está perdiendo el tiempo y arriesgando toda su reputación a una negociación cuya exigibilidad excede sus posibilidades y el compromiso internacional. El otro lado quiere presentarse como el que juega con honestidad, el que efectivamente se preocupa por el deterioro social, el que intenta una salida pacífica y democrática, renunciando a la movilización y al desafío ciudadano, único activo que alguna vez tuvo. Para colmo viene cargado de inconsistencias y con la marca del abandono de sus bases. ¿Cómo pueden negociar así?
La alternativa es también rehén de sus propias promesas. No puede reconocer a una asamblea constituyente que ya desconoció. No puede aprobar una deuda que ya declaró ilegal. No puede pedir la eliminación de las sanciones porque serían tildados de colaboracionistas -y efectivamente lo serían-, no pueden ir a unas elecciones si no cuentan con suficientes y determinantes garantías porque si no es así seguirían siendo víctimas de la más pavorosa apatía. No pueden salir sin una amplia amnistía porque los presos políticos no pueden ser negociados por toletes. Y para colmo, si fuera el caso, necesitan tiempo para organizar un frente unitario que hasta ahora no tienen. El mal manejo de los tiempos y sus prioridades les hace ver incluso ridículos cuando plantean unas primarias presidenciales para seleccionar un candidato sin tener todavía liberada la tarjeta unitaria, recuperado la legalidad de sus partidos, ni haber resuelto una composición apropiada del ente rector de las elecciones. El régimen no tiene apuro, puede seguir negociando, y llegado el caso, extender, a través de la espuria constituyente, el periodo presidencial, invocando la falta de acuerdos para llevar a cabo unas elecciones con garantías mínimas. Pero si ocurre un acuerdo, las velocidades cambiarán, dejando de lado la modorra y demostrando que todo estaba fríamente calculado para arrebatar el triunfo, usando a fondo la lógica provista por Maquiavelo. Por eso es tan malo para la oposición el llegar a un acuerdo como el no alcanzarlo. Porque dentro de la lógica de la negociación el único que gana es el régimen. Por eso las negociaciones son una parodia que usa el régimen para apaciguar a sus contrapartes.
Cuando Carl von Clausewitz escribió su tratado sobre la guerra determinó tres variables que no pueden faltar en una estrategia. Lugar donde habrá de emplearse la fuerza, el tiempo que será utilizada y la magnitud que tendrá que adquirir. Nada se puede dejar al azar. No siempre se trata de batallas convencionales. En el caso que nos atañe lo que significa es lo siguiente: Las oposiciones tienen que salirse de la trampa de la parodia dominicana y forzar al régimen a jugar otro juego con otras reglas. Hay que invertir lo que ahora es ganancia para el régimen en perdidas netas. Y el nuevo desafío debe tener una dimensión global, o sea, que comprometa a todo el país descontento, en el esfuerzo de resolver definitivamente la crisis. Esto, ya lo hemos dicho, exige que se supere el diletantismo, el sectarismo y la ambigüedad en los compromisos asumidos. El enemigo no puede dormir en la misma cama.
El arte de ganar o perder es responsabilidad de los líderes. Ellos deciden, comprometen recursos y determinan la calidad de los resultados. No es aceptable lo que viene ocurriendo. Que cuando vuelven con las manos vacías de cada uno de los episodios dominicanos, dicen que los culpables de tal resultado son los que advirtieron que ese no era el camino. Vienen, se descargan, acusan al mundo de lo que solo ellos han provocado, y vuelven otra vez a la carga. El régimen sonríe, porque una semana tras otra, acumula ganancias preciosas de tiempo para ellos. Hay que leer mas a Maquiavelo y menos a Paulo Coelho.
El capítulo XXXVIII del libro de Maquiavelo que hemos citado alerta sobre las cualidades que necesita un general para conducir exitosamente las batallas. Y advierte a los que carezcan de ellas, que si la fortuna o la ambición los lleva a desempeñar dicho cargo, en vez de honor le ocasionará desprestigio; porque no son los títulos los que honran a los hombres, sino estos a los títulos. Tito Livio pone en boca del General Valerio Corvino el inventario de las condiciones que los generales deben tener para generar confianza entre sus soldados: “Mirad, además, bajo qué dirección y con qué auspicios se empeña la lucha; si el jefe no es más que un brillante orador, bueno solo para ser oído, bravo solo en palabras, inexperto en la guerra, o es por el contrario, un hombre que sabe manejar las armas, marchar al frente de las banderas, meterse donde más enconada es la lucha. Mis hechos, y no mis palabras, quiero que imitéis. No me pidáis solamente órdenes, sino también ejemplos”. El peor general posible se equivoca al inicio, cuando pone sus esfuerzos en donde no es, dilapida el tiempo y no está consciente de la magnitud del desafío.
Víctor Maldonado C.
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