La resistencia es física tanto como, en sumo grado, mental. Me lo pregunto a menudo: ¿estaremos todos tan firmemente enloquecidos que podemos soportar a diario la calidad y cantidad de esta desmesura en todo que nos ocurre? ¿Cómo será apreciarnos desde lejos, ya algunos lo hacen con demasiada inquietud personal o diplomática, como un recipiente refractario a todo.
Al parecer, no existe límite para nuestro espíritu soportador: ¿humillaciones? Vengan, hasta el arrastre evidenciado en un casi ímpetu perruno al sentir el silbato para la comida. Y así… gritos, vulgaridades, tapaderas de boca, violaciones a lo más caro de la institucionalidad, de los pactos socio-jurídicos: diputados o alcaldes presos, perseguidos, exiliados, una Asamblea Nacional paralela, entre tantos otros paralelismos de los modos de establecerse regionalmente el Estado.
Segregaciones individuales y colectivas, el espanto vivito de la dignidad aniquilada. Quebrantamientos de los derechos esenciales del individuo: la papa, el territorio, la casa, ¿qué diremos del vestir? La familia aniquilada en sus conformaciones. El individuo llevado a su anulación particular o colectiva. La prisión, la persecución, el exilio voluntario u obligado. La vida en su mínima expresión diaria, enflaquecida en su totalidad, hasta el agostamiento. Pocos elementos para una sonrisa, por leve que sea. No existe el derecho a la vida, cacareado, público y notorio en diversas instancias internacionales: ONU y todas las oficinas de derechos humanos del mundo. Un permanente reto al charrasqueado diario es este habitar aquí. Diríamos con el ranchero Infante:
“Comienza siempre llorando/y así llorando se acaba/ por eso en este mundo/la vida no vale nada”. Especialmente para los más jóvenes, estos huyentes de oficio en busca de un oxigenante, menciono esto sin el más mínimo ímpetu cuestionador, vergonzante o insultador para los muchachos, para nada. Es a su existencia a la que juegan en serio.
Estamos en un régimen de agobio continuo, sin ciudadanía que ejercer, por impedida desde el poder. Donde la pregunta por el suicidio y su respuesta resultará cotidiana, con Camus: decidir si la vida vale la pena vivirla o no. Dirá el chistoso con sumo desdén de expresión popular: “¡Eso será vida!”.
¿Resistir? Sí. Hasta que alcancen el hartazgo de su fruición. Hasta la libertad.