Griselda Reyes: Volvamos a Dios

Griselda Reyes: Volvamos a Dios

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Esta semana estaba decidida a escribir sobre el drama social, económico y humano que viven a diario nuestros maestros, esos héroes anónimos que se mantienen en pie de lucha esgrimiendo sus únicas armas: tizas o marcadores, borradores, cuadernos, lápices y un cargamento de conocimientos que transmitir.

Sin embargo, los acontecimientos del fin de semana (saqueos programados o espontáneos, vandalismo, depredación y negociaciones entre gobierno y oposición en República Dominicana) los hechos ocurridos el pasado lunes (donde se violentaron todos los procedimientos y derechos humanos a un grupo de venezolanos que desconociendo al gobierno actual pedía un cambio inmediato de sistema), modificaron el tema.





Venezuela vive en una situación de “realismo mágico” permanente. No me gusta reconocerlo, pero nuestro país está enfermo y sus habitantes también. Para nosotros se ha vuelto “normal” lo que es absolutamente inconcebible en cualquier parte del mundo, tras una férrea censura de los medios de radio y televisión, y de otros muchos digitales, que impiden acceder a la información oportuna y veraz, encontramos a una comunidad digital dividida entre la duda y la certeza de lo que se publica, que cuestiona y hasta juzga a quienes fijan posición sobre cualquier tema que se desarrolle en las redes sociales.

No quiero polemizar ni llover sobre mojado acerca de Óscar Pérez. Hubo quienes estuvieron a favor y en contra de él, de sus ideas y de su proceder, pero lo que nunca, nunca, nunca, nunca podemos avalar ni aceptar es el asedio y ajusticiamiento de siete personas que ya se habían rendido ante las autoridades y además negociaban su entrega.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la cual Venezuela es signataria, es muy clara: Toda persona es inocente hasta tanto se pruebe su culpabilidad. Toda persona tiene derecho a ser oída públicamente y con justicia, por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones.

Casi todos los venezolanos lloramos hoy el destino fatal de estas siete personas, ¿inocentes o culpables? No nos corresponde a nosotros sentenciarlos. Lloramos también la desolación de sus sobrevivientes, de esas esposas, madres, padres, hijos y hermanos a los que nadie les devolverá a sus seres queridos.

Repudiamos todo acto que atente contra los Derechos Humanos. La vida, la salud, la seguridad ciudadana, la educación, la libre expresión, el libre tránsito, la propiedad privada, son derechos inalienables. Nada justifica el arrebato de una vida y menos de la manera como se ejecutó en Óscar Pérez y compañía.

Repudiamos todo acto que atente contra los Derechos Humanos. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión, de expresión y a no ser molestado a causa de ellas.

Repudiamos todo acto que atente contra los Derechos Humanos. Nadie puede ser sometido a esclavitud ni servidumbre, a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Repudiamos todo acto que atente contra los Derechos Humanos, porque toda persona tiene derechos y libertades, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole.


Volvamos a Dios

Pero retomemos el tema que nos compete en este capítulo que tiene que ver con la necesidad de volver a Dios y reconocernos en él como seres imperfectos, como seres humanos que yerran pero que tienen la capacidad de corregir o enmendar el error.

El otro día escuchaba la conversación de dos personas. Como se ha vuelto normal, el tema central era la situación país, el caos social, la crisis económica, la hiperinflación, la escasez, la inseguridad, el desabastecimiento… Y LA MALDAD de la gente. Una de ellas le decía a la otra que Venezuela necesitaba un exorcismo.

Y coloco MALDAD en mayúsculas porque, al revisar las redes sociales y analizarlas en frío, llámense Twitter, Facebook, Instagram o cualquier otra, te encuentras con una legión de “poseídos” integrada tanto por quienes defienden al gobierno como por quienes se autodefinen opositores, escribiendo atrocidades, atentando contra todo razonamiento lógico, contra la sensatez y el sentido común, contra la dignidad humana, cayendo en lo más bajo del ser humano, en ese primitivismo y barbarie que sólo se sigue viendo en sociedades a donde no llegó el desarrollo, el avance y el progreso.

Jamás pude imaginar cuán enferma está la sociedad venezolana, cómo casi 20 años de lenguaje y proceder violento han servido para convertirnos en seres llenos de odio y resentimiento, de amargura y frustración, para trocarnos en una sociedad indolente y deshumanizada, que se ceba en la sangre “del enemigo”, que se alegra y celebra la muerte de algún personero político, ya sea del gobierno o de la oposición.

¡Con qué facilidad se cuestiona, se juzga, se critica, se maldice, se desea la muerte del otro si no piensa como yo! ¡Con qué facilidad hay quienes piden se instaure la pena de muerte como castigo a los infractores si la justicia no hace justicia! ¡Con qué facilidad se pide la intervención militar extranjera para que otros vengan a resolver los problemas que nos corresponde a nosotros resolver! ¡Con qué facilidad se pide la llegada de un salvador para que intente poner orden donde nos negamos a poner orden nosotros mismos!

Hace 20 años, ganó Hugo Chávez porque la sociedad que lo escogió vio en él al “mesías” que resolvería los problemas engendrados durante los gobiernos democráticos y que nos correspondía a nosotros atender. Dos décadas después surgió otro “mesías” que le habló claro a la gente y le dijo que de este caos solo podríamos salir en unidad y se burlaron de él, lo tildaron de “showcero”, de ser una ficha del gobierno, de ser parte de una vieja fórmula del G2 cubano y pare usted de contar.

Tuvo que correr su sangre y la de otros seis de sus compañeros, para que muchos frenaran su frenética manía de pedir, desde la comodidad de sus casas u oficinas, calle y sangre para salir del régimen… Pero frenaron para retroceder un poquito, ahora dirigir sus “esfuerzos” en alabar y exaltar la figura de un hombre que, tal vez por el camino equivocado, intentó deponer al gobierno actual. Esa actitud para nada es normal.

No soy médico psiquiatra ni psicólogo, soy contador público y una venezolana que, como tú, está preocupada por lo que está pasando, pero sí creo que la salud mental de nuestra población está muy afectada por toda una suma de factores.

Volvamos a Dios para protegernos el alma y el espíritu ¿Acaso cuesta tanto? Oremos con fervor por nuestro país y pidamos a Dios el don del discernimiento. Hay muchísimas personas que, por montarse en la ola de la noticia, escriben como locos sin pensar siquiera que todo lo que se dice y hace genera responsabilidades. Si no sabes qué escribir es preferible que no lo hagas y te mantengas callado.

Existen gobiernos malos y gobiernos del mal y desde hace casi 20 años estamos en manos de un gobierno del mal, por eso parte de nuestra lucha es espiritual, tal como decía la persona de la conversación. Venezuela necesita un exorcismo, sí, pero que debe comenzar en cada uno de nosotros.

En otras oportunidades les he hablado de la tolerancia, como uno de los valores que nos urge rescatar para garantizar el retorno de la normalidad a la sociedad venezolana, porque ella desarrolla la habilidad de adaptarse a los problemas de la vida diaria.

Quiero parafrasear a la historiadora y directora de ValeTV Canal 5 María Eugenia Mosquera, quien en estos días señaló que “Venezuela necesita una gran dosis de esperanza, reeducación y valores”, acompañada de “bondad, desprendimiento, humildad e inteligencia”. Yo agregaría que Venezuela también necesita una gran dosis de justicia, perdón y reconciliación entre hermanos, pero sobre todo de volver a Dios.

Oración, reflexión y sindéresis. Pidamos a Dios discernimiento para que, como decía San Francisco de Asís, seamos instrumentos de su paz.

Lic. Griselda Reyes

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