La pregunta no es con qué cara se va a sentar ahora el Gobierno a negociar con la oposición en Santo Domingo, sino con qué cara va a acudir y conversar la oposición, después de toda la angustia, la ferocidad rencorosa y la sangre de la semana pasada, y de la bajada de pescuezo para la renovación constituyente.
El oficialismo ha barrido el piso –sonriéndose, como el Guasón que Batman siempre derrota pero regresa- con esa oposición faramallera enamorada de sí misma –de sí mismos, para ser exactos- y de cualquier micrófono mediático, pero sigue empeñada en creer que los tontos son otros. Por ejemplo, chavomadurismo y los electores.
Porque es que ahora está en un problema delicado, y no sé si lo podrán resolver. El Gobierno los acusó de delatores, no específicamente a los delegados a las conversaciones, como aclaró Jorge Rodríguez, sino a los dirigentes opositores en general, general éste a cargo del ministerio de policía que no siempre habla claro. Los acusó, dijo que habían expresado cosas que ayudaron a conseguir a Oscar Pérez y su gente, y lo dijo leyendo y ante todo el país, de manera que fue un resbalón retórico sino un plan concreto.
O sea, además de hablar sin parar en Santo Domingo con los oficialistas que llevan sus instrucciones muy claras, hablan tanto en la calle, en lo que va quedando de Asamblea Nacional, en las sedes de sus partidos, en fin, que podría pensarse que lo que el Ministro expresó podría ser verdad, que en una de ésas algo se les escapó. Verdad o falsedad, obviamente algo que un ministro de Gobierno jamás debió decir en público, a menos que real y deliberadamente quisiera decirlo.
Pero habría una duda, claro, ¿cómo podían saber esos opositores presuntamente parlanchines dónde estaba Oscar Pérez si el ahora enterrado –aunque no muerto su recuerdo- no quería saber nada de ellos, supuestamente? Podría, así, acusárseles de frívolos y egoistas, pero difícilmente de conscientemente acusetas.
No somos afectos a esa dirigencia opositora, pero tampoco creemos que pueda apartárseles por completo, algo hacen. Lo malo es que pareciera que lo que hacen en enfrentamiento con el Gobierno, pasa primero por medir sus propios intereses que pueden democráticamente coincidir con los de la ciudadanía, o no.
Los que estamos verdaderamente en un aprieto somos los ciudadanos comunes y corrientes, que además de aguantarnos día y noche las fallas de servicios públicos, la inflación absolutamente fuera de control, la frustrante escasez, las medidas torpes de un Gobierno empecinado en su propia destrucción, cada día dudamos más de quienes se supone nos representan. Esto es más grave aún, porque destruyéndose a sí mismos han venido acabando con el país.
Tampoco podemos culpar del todo a esa oposición –llamémosla MUD/AN- respecto a la persistencia de grandes masas venezolanas en ilusionarse con Hugo Chávez, aunque sobraron siempre las voces que advertían sobre el trillado camino comunista que marcaba el ya fallecido militar, y no me dirán ustedes que la masiva asistencia a sus funerales fue sólo un alarde de organización polopatriotérica.
Tienen responsabilidad, eso sí, en haber persistido en la equivocación tradicional de los partidos venezolanos desde tiempos de Gómez –por poner una fecha-, que proyectaron la democracia y los derechos del pueblo, pero nunca hablaron de los deberes ni del compromiso de cada ciudadano de ganarse el pan sólo con su esfuerzo fuese cual fuese el partido y el líder gobernante. Todos los partidos de esos años desde 1958 para acá, todos, incluyendo el conservador Copei, se presentaron siempre como ideologías de izquierda y militantes del principio del Estado que todo debe darlo a ciudadanos que todo lo merecen y en consecuencia todo lo esperan de ese Estado/Gobierno.
Los herederos, no sólo de Chávez con Maduro y alrededores, sino también de Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, para sólo mencionar a los principales jefes y fundadores, no parecen haber entendido que, aparte del chavismo, estamos en una era radicalmente diferente a la de sus orígenes. Ya no es ni siquiera el tiempo de la televisión abierta y de los grandes diarios –aparte del problema oficialista del papel-, es el siglo de la comunicación instantánea alrededor del mundo, de los celulares grabadores que convierten a cualquier hijo de vecino en reportero, incluso con los riesgos de subjetividad, con televisión sólo en internet.
Por otra parte, hay que pensar también que en esta oportunidad quien largó el plumero de la brutalidad implacable fue el Gobierno, porque es obvio que el asalto en El Junquito fue un despliegue de fuerzas oficiales, colectivos incluídos, con bastante desorden y un objetivo, sacar sin voz ni voto a los rebeldes, y efectivamente lo hicieron. Después las cosas se les enredaron, Pérez era un hombre moderno, no político sino bien preparado, y lo grabó todo, hasta la voz del militar mas o menos a cargo ofreciendo paciencia, periodistas y fiscales.
No pudo cumplir su oferta, los uniformados no dejaron pasar a ningún periodista ni cámaras, lo que sí hicieron algunos vecinos. Y en cuanto al fiscal que con militares o sin ellos debió por ley estar presente, no sabremos por qué nunca llegó hasta que el Fiscal General, siempre tan hablador y ahora silencioso, no diga algo.
Como para embarrarse más, el Gobierno hizo todo lo posible por empeorar su sospechosa actuación. Rodeó la Morgue y después el cementerio de vigilantes y equipos antimotines, retrasó e incluso oscureció las informaciones, saboteó y enredó todo lo que pudo, y terminó consolidando un nuevo héroe popular y perdiendo más popularidad.
Hoy son dos caras muy distintas las de esa MUD/AN, la de conversar con sus propios verdugos sobre acuerdos y mutuas comprensiones, y la que cada día más venezolanos esperan, y ésta es una cara que son muchas, demasiadas.
Este lunes 22 de enero hay una convocatoria de María Corina Machado para concentrarse en la Plaza de las Tres Gracias, viaje plaza caraqueña remodelada por Pérez Jiménez y usada por los universitarios tradicionalmente para protestar por todo lo protestable. Este lunes quizás podamos comprobar –o no- si hay una tercera cara opositora sin tantos enredos y nuevas posibilidades.