Dos eventos de exaltación presidencial ha tenido Nicolás Maduro y prepara el tercero. Todo está listo, sólo falta la gente, los electores.
Primero fue aquél relevo automático despegando del masivo velorio y la losa en el Museo Militar, desde entonces agitada cada tarde por un cañonazo sin consecuencias. Maduro tomó el relevo para culminar el período constitucional de quien había muerto entre lluvias y dolores con su cuestionable camino a medio hacer, interrumpido por el cáncer al borde del precipicio de la crisis económica.
Después, siempre enmascarado por la sombra y pajaritos ilusorios de Hugo Chávez, fue electo Presidente Constitucional de la República tras ganarle por los pelos a Henrique Capriles, pero también estigmatizado por haber perdido varios centenares de miles de votos de los supuestamente aportados por el fervor chavista. 7 millones y medio de votos en comparación con la última votación recibida por aquél Chávez devorado por el cáncer, 8 millones 191.000 votos y pico, en la versión del CNE. Es inevitable especular cuántos votos realmente sacaría Capriles para que reconocieran esos resultados que indicaban una caída del propio Chávez fantasmal.
Por años Maduro, además de su terquedad ideológica ignorante de las realidades de la economía, desconcertado por la abrumadora caída del petróleo, enredado por una colosal deuda externa e interna, agresivamente atacado por un creciente sentimiento opositor que por dos veces salió a las calles a jugarse vidas y libertades y ni Maduro y sus políticos ni los militares supieron manejar adecuadamente, incapaz de ajustes inevitables en la economía, perdió aquellos votos chavistas y al país que se le ha venido al suelo.
Este año el madurismo que ha venido construyendo y fortaleciendo en Miraflores, dio una otra vuelta a la tuerca en preparación de una nueva Constitución y un desarrollado a medias Estado Comunal, y convocó a nuevas elecciones presidenciales antes de los tiempos habituales.
La oposición nacional e internacional había venido exigiendo reiteradamente esas elecciones, los maduristas se las dan en versión propia, montada en condiciones favorables para el oficialismo frente a una oposición desgastada, desprestigiada en parte y dividida. Ilegítimas y mundialmente rechazadas, pero en acción.
La campaña presidencial ya comenzó. Tercer evento electoral para Maduro.
Por un lado candidatos de oposición, con un pequeño pero importante alarde de fuerza y organización de Acción Democrática, un fiasco de Primero Justicia y un no se sabe qué de Voluntad Popular –aparte de figuras conocidas y respetables como Claudio Fermín que, hasta el momento, no tienen estructura propia ni sabe uno muy bien para dónde en estas circunstancias.
Lo que sí importa es que comenzó la primera campaña presidencial propia de Nicolás Maduro; no la del designado, la del heredero. Arrancó con estrategia, estilo y logo propios de Nicolás Maduro, propia de él, suya, sin recursos ni miradas al pasado. Y, aunque con ventaja, jugándose el todo por el todo.
Es una apuesta con riesgo, pero necesaria para quien es hoy Presidente, tiene gente propia, tiene estructura, tiene dinero. Con un CNE cuya presidente está entre rumores y silencios de que está grave, moribunda o muerta y embalsamada. Se sabe quién la sustituirá.
Lo que cuenta es que es el mismo CNE, que el chavismo se está dejando en las brumas y romances del pasado, y el madurismo afirma su presencia. Ya el heredero no quiere seguir recordando a Hugo Chávez para basar sus “ordeno” u “ordené”.
Nicolás Maduro se está jugando su propio sitio, sin competidores que gruñen pero están siendo o van a ser apartados –por no decir aplastados, barridos, que es lo que le está pasando a algunos que fueron parte del chavismo, e insisten en serlo porque aparte de dinero, es lo único que tienen en la carretera al poder, competencia en la cual corren con plomo madurista en el ala.
Nicolás Maduro necesita ganar estas elecciones porque tiene la fuerza, los recursos, en su grupo sus competidores han sido anulados, encarcelados, denunciados, enjuiciados. Y si se produce una reacción previsible pero no fácilmente controlable y pierde frente a una oposición unida -le guste o no- tras Acción Democrática, habrá logrado su objetivo. Contarse, saber de verdad con cuánto y quiénes cuenta, y con mucho en su morral para negociar. Dependiendo de qué y cuánto sea necesario.
Hugo Chávez ha sido relegado a los sepulcros de la historia y las emociones, y allí permanecerá, diluyéndose. Nicolás Maduro está vivo, bailón, de mano agarrada con su combatiente siempre atenta y sonriente aunque poco expresiva, con ese humor tosco y ordinario, pero fácilmente comprensible por las masas, hablando paternalmente de la familia como base de la moral y del bienestar, ¡vaya sorpresa!
Sigue exagerando en relaciones exteriores, con sus necesitados culpables alrededor, la guerra económica, el “injerencismo” y otras banderillas que frente al hambre son de poco durar, pero algo les queda, las elecciones no son en diciembre sino en 90 días.
Nicolás Maduro ganará estas elecciones presidenciales que puede perder. No está dispuesto a esfumarse en la historia ni en las leyendas, él no es leyenda, es real y tiene edad y ambición para querer seguirlo siendo. Lograrlo es otra cosa, pero es la apuesta.
Y si perdiera las elecciones, que puede pasarle dado el inmanejable desastre nacional del cual carga encima casi todas las culpas, peso aligerado porque ahora culpan también a presuntos cómplices opositores; si perdiera, no sólo se habría contado y afirmado como él mismo y no como su antecesor, sino que tiene casi un año completo para negociar condiciones. No en Moscú, Pekín o La Habana. Aquí, que es donde le interesa. Hay una oposición dispuesta.
La pregunta es cómo reaccionará la otra oposición, la que se muere de hambre.