Muchos científicos afirman que el pasado no existe. Lo dicen con una convicción irrevocable, que deja en entredicho hasta los álbumes de fotos y las esquelas amatorias de aquellos años de noviazgos primerizos. Que es un invento del hombre para sus evocaciones divertidas y sus nostalgias irredimibles.
También se asegura que el futuro sufre la misma suerte, pues no puede existir algo que no ha llegado. Sólo el presente se salva de este proceso de evaporación analítica y de tantos postulados que tratan de develar las verdades para nuestro propio desconcierto.
El presente entonces está allí, con sus guasas y quebrantos. Innegable en sus constancia para confundirnos. Esa actualidad a veces tan severa e imprecisa. Ese juego insondable de lo que sucede, inalterable, rígido y estático cuando reparte acciones poco provechosas para el colectivo.
Pero si asumiésemos los mismos postulados de la serie de libros novelescos de “Caballo de Troya” -sostenida en teorías tan convincentes como irreales-, y tuviésemos la oportunidad de utilizar una máquina del tiempo magistral, que nos permitiera a nuestros antojos, destrabar los días aciagos y girar las tuercas hacia un lado distinto, para modificar las equivocaciones y anacronismos antiguos, tal vez pudiéramos leer la historia de una manera menos atragantada.
No le cambiaría el color al caballo de Bolívar ni le alargaría el bigotillo a Hitler. Ni tampoco haría rubia a la Mona Lisa o me inventaría a un Nerón más delgado, serio y con verdaderas convicciones de emperador. Esas realidades inverosímiles ya quedaron debajo de la alfombra de las peculiaridades de la vida del mundo. Tal vez porque posiblemente no tengamos el derecho de evitar las guerras mundiales o de enderezar hasta el caminar de Chaplin.
Pero si sólo nos dedicáramos por puro desparpajo de nuestra imaginación, a variar algunos hechos precisos de Venezuela. Tengo una lista interminable y descabellada para tales pretensiones. Sólo para los últimos 30 años. No iría por más. Sucesos que parecieran no tener reparo y generaron esta tragedia en la nación que merecía los mayores beneficios.
Estos son los caprichos y pretensiones de mi inventario de ideas para sembrarlos en el tiempo (tres décadas atrás): Colocarle un candado irrompible y memorable al centro penitenciario de Yare, donde enclaustraron a Chávez después de la asonada golpista de 1992. Eliminar la palabra indulto de las normativas presidenciales. Que en las constituyentes no se reestructuren las instituciones. Prohibir la entrada de cubanos con antecedentes de manejo de armamento. Las concesiones televisivas deben ser vitalicias.
Reglamentar a perpetuidad, el no poseer relaciones con islas socialistas o naciones con emblemas rojos. Sembrar el petróleo como lo dijo Uslar Pietri. Evitar la queja del “cómo estamos”, cuando había libre mercado y poderes autónomos. Sólo pueden expropiarse las riquezas de los mandatarios y sus secuaces. Que la oposición no se retirase de las elecciones parlamentarias de 2005. Que el voto manual sea el único método para elegir hasta el presidente de la junta de un condominio.
Pero el cambio más sustancial, genuino y profundo, debe ser el amor por esta tierra espléndida y con virtudes generosas. Dejar de creer en ese postulado casi ancestral en que un caudillo puede resolverlo todo. Hoy tenemos hasta un extranjero mandando, adelantado elecciones y haciéndole burlas a un planeta incrédulo de ver tanta miseria en el país donde se hacía realidad cualquier fantasía.
No se requiere el subirnos al DeLorean, programar sus artefactos y circuitos ochenteros, para transportarnos a tiempos felices. Quizá nunca existieron como dicen los científicos o, simplemente, podrá variarse este presente amargo, con una postura valiente, fervorosa y convencida en que sólo unidos se restablecerá la república y tendrá real sentido el orgullo de ser venezolano.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571