Como todo buen venezolano, soy mestizo, en mi casa comemos Hallacas y Dulce de Lechoza, pero también Sarmale y Strudel; nuestra historia familiar no es muy distinta a la de muchos por estos lares, sin embargo, hay detalles que me gustaría rescatar a propósito de la situación que estamos viviendo: Cuando mis abuelos maternos llegaron a Venezuela en 1950, lo hicieron huyendo del Comunismo, sus desgracias y su equitativa distribución de la miseria. Mi abuelo quedó atrapado en la Checoslovaquia socialista, y mi abuela, que ya había perdido su hogar y familia con el avance del comunismo en la parte de Yugoslavia que hoy conocemos como Serbia, perdió también su segundo hogar en Alemania, ante la salvaje arremetida del ejército rojo. En mi casa se habla español, se chapucea el alemán, y se recuerda vívidamente el horror que significa ser gobernados por el comunismo.
Hace dos generaciones mi familia materna huyó de la falta de medicinas, el racionamiento de alimentos, el abuso de autoridad, el odio y la represión, hoy mi familia huye de nuevo. Así como mis abuelos extrañaban con nostalgia y tristeza a Praga, o al Bello Danubio Azul, ahora mi generación es la que desde Chile y Perú recuerda con añoranza a Venezuela, sus playas, su gente y sus miles de cosas que alguna vez fueron bellas. Y así como los Ureš Weiler, también los Gross, los Del Giudice, los Carnevale, los Gonçalves, los Jiménez, los González, los Sosa, los Hernández y miles de venezolanos más, se ven desarraigados dolorosamente de sus afectos y sueños, arrancados de la tierra que les vio nacer, y que debería cobijarlos al término de una vida plena y bien vivida.
Al final la dolarización llegó, todo se cotiza en moneda extranjera, menos los salarios. Para los chamos jóvenes es imposible ir al cine, irse de vacaciones o tan siquiera comprarse un helado. La mayoría de los hogares tienen economía de subsistencia, y muchos son los que hoy en día hacen a duras penas una sola comida. Ni hablar de la catástrofe familiar y personal que significa padecer cualquier enfermedad crónica en un país donde ni siquiera la hemodiálisis puede uno realizarse decentemente. ¿Alguien lleva la cuenta de los pacientes con cáncer que han muerto por falta de quimioterapias y radioterapias, o de los diabéticos que fallecen por falta de insulina, o de las personas que se suicidan o sufren lo indecible ante la falta de medicamentos psiquiátricos? Salir a la calle es toparse con las colas infinitas, el colapso del sistema de transporte, el miedo al hampa y la incertidumbre de no saber si regresaremos con bien. Acá no hay calidad de vida, sino meras expectativas de sobrevivencia.
Dios sabe que hoy por hoy, todos los venezolanos vivimos en tierras ajenas, pues incluso quienes preferimos quedarnos, aferrados a nuestras ideas, a diario descubrimos una Venezuela distinta a la que fue nuestro país. Sí, son las mismas calles, pero la vibra les cambió, ahora todo es diferente, digamos que las cosas se perciben tristes, grises, avejentadas y mancilladas. La fría sensación de vacío y soledad es la inmediata consecuencia de que nuestros familiares y amigos se hayan ido, convirtiéndose en meras abstracciones reducidas a mensajería de texto vía internet.
Pero no creamos, ni una sola vez, que esta desgracia es obra de una guerra económica o incluso de la impericia de nuestros gobernantes, nada de eso, nuestro particular infierno fue cuidadosamente planeado y ejecutado de forma magistral por un grupito cuyo único objetivo es el de perpetuarse en el poder, a la manera cubana o incluso norcoreana. Ellos saben que necesitamos medicinas, pero niegan la posibilidad de que recibamos ayuda extranjera; están conscientes de la inflación, pero aumentan los controles de precio para generar escasez; entienden que nuestras posibilidades son: irnos a protestar indefinidamente, o huir del país; y en consecuencia exacerban la bestial represión, al tiempo que facilitan los trámites para apostillar títulos y extienden la vigencia de los pasaportes… lo que está a la vista no necesita anteojos: Nos están echando de Venezuela…
Que este periodo de Carnaval, que muy pocos disfrutarán, nos sirva para reflexionar sobre nuestro papel en la historia y sobre el futuro que queremos elegir para nosotros, nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos.
Víctor Jiménez Ures.
@VAJimenez1