Las horas se sentían como días, los días como meses y los meses como siglos en la época de la mengua. Así es cómo le describiré a las futuras generaciones lo que es atestiguar la total aniquilación de un país. Los horrores en la historia han sido diversos, sean guerras o plagas, pero no hay peor mal que el de los tiranos capaces de masacrar a sus propios pueblos. En los conflictos bélicos hay fuerzas de distintas latitudes en pugna. En las epidemias el virus no discrimina raza, nacionalidad o credo. En contraste, la tiranía no es más que una aberración. Aquella circunstancia donde sus representantes, por su cumulo de crímenes y perversiones, tienen como enemigos mortales a sus conciudadanos.
La indignación, que supone el azote a la ciudadanía por criminales en el poder, es un vomitivo para quien tenga consciencia. Sin embargo, tal sensación es un planteamiento abstracto, una expresión que cualquiera fuera de la cámara de torturas puede dar. La realidad más vivencial, ese nervio que expuesto al rigor de la aguja, sobrepasa a las intelectualizaciones por la memoria histórica de nuestras cicatrices. En una situación de esta naturaleza, no hay matices ni medias tintas. Solo hay victoria o derrota, libertad u opresión, ganancia o pérdida, esperanza o desesperación, sonrisa o llanto. En la época de la mengua, los propietarios de la alegría, dueños de la droga, oro y dólares a granel, eran los opresores y sus vástagos, mientras que los acreedores de la miseria eran todos los ciudadanos; se les opusiesen o no a los primeros.
En esa época del oprobio, el presente era un naufragar perpetuo. En los días buenos, si se les puede llamar de tal manera, se flotaba sobre un barco sin velas. En los días malos, uno se hallaba en la deriva, montado en un trozo de madera, tratando de remar usando cadenas y anclas. En cuanto al pasado, éste junto a sus bendiciones y maldiciones era un horizonte inalcanzable. La añoranza por el país que alguna vez fue era sal en las heridas. La flecha del tiempo parecía auxiliar a los déspotas y pulverizar a lo que uno conoció y amó. Por último, respecto al futuro, basta decir que el frío de su ausencia era parte de la cotidianidad.
La pérdidas ocasionadas por la tiranía parecían obras de demonios y titanes; profundas en lo interior e inmensas en lo exterior. No podía sentirse de otra forma cuando la cuantía del dolor era inmensurable. En tal sentido, lo monetario apenas fue el rostro más visible de la devastación. Los daños infligidos eran transversales, éstos perforaban a través de la fábrica de nuestra mismísima identidad. Contrario a nuestro verdadero potencial, nos hacían sentir como un desperdicio, un error o una vergüenza y en el peor de los casos; nos asesinaban o nos callaban. Todas las aflicciones que ellos facilitaron, sea el hambre, la enfermedad, el colapso de toda estructura y servicio; eran las herramientas con las que buscaban la subordinación del espíritu, a través de la humillación del cuerpo.
La oscuridad de esa época era de vastas dimensiones, pero detrás de su velo yacía algo completamente distinto. Aún cuando durante muchos años sus manipulaciones cegaron a muchos, terminó llegando el día en que nuestra llama ardió junto a otras más allá de nuestras fronteras. En el momento en que la luz brilló lo suficiente para apartar a las sombras, vimos que no había ningún monstruo entre las ruinas. Totalmente lo opuesto. Lo que presenciamos con claridad meridiana fue a una sarta de cobardes, un conjunto de payasos sin gracia, en fin, unas bestias cuya hostilidad se derivaba de su pequeñez. Ellos, que antes se pensaban intocables y todopoderosos, no resultaron ser más que parias dignos de todo rechazo.
Nunca podré olvidar lo que sentí en la época de la mengua en Venezuela. Las frustraciones continuas y los miedos proliferados. El peso de los sacrificios y la nobleza de los héroes. Lo que un grupo de resentidos es capaz de hacer cuando se les da mucho poder. El hecho de que los déspotas nunca fueron de verdad invencibles. Son muchas las cosas que no podré dejar atrás. Incluso así, sobre todas ellas, hay una imagen que siempre me inspirará lágrimas de alegría: el instante que entendí que ya éramos libres.
@jrvizca