El Libertador Simón Bolívar, al igual que los demás independentistas del hemisferio americano, luchó fervientemente para liberar a la región de regímenes monárquicos. El vasallaje al que estaban sometidos nuestros pueblos le fue, en ese entonces, razón suficiente para emprender la conquista de la libertad. Tal propósito, por supuesto, venía acompañado de una propuesta muy clara ante las realidades de ese entonces: instaurar repúblicas democráticas a toda costa. Esta anécdota de la historia es bastante pertinente en la actualidad, porque en Venezuela, siglos después, parecemos tener grandes sectores que se proclaman “demócratas”, pero olvidan los valores democráticos cuando estos últimos no les convienen.
El establecimiento de una república democrática significa, en cuanto a lo que democracia se trata, el reemplazo del vasallo por la figura del ciudadano y el concepto del pueblo como el depositario de la soberanía. Por otra parte, en cuanto a república, el sistema enarbola la separación de poderes y que el Estado sea conducido por representantes elegidos por la población. Ahora bien, en esta breve construcción teórica, nunca se menciona que los representantes están llamados a captar los votos del pueblo, llegar al poder y luego hacer lo que les venga en gana. Con lo difícil que pareciese visualizarlo, la realidad es que en muchas ocasiones los “representantes del pueblo” terminan defendiendo solo sus propios intereses personales o coyunturales. Esto es lo que parece estar transcurriendo con una variedad de actores en la oposición venezolana.
A pesar de que estos actores insisten redundantemente en su talante pacífico, democrático, constitucional y electoral; hay ocasiones en que éstos parecen olvidar a los preceptos más básicos que dicen defender. Su soberbia y maltrato al electorado, por ejemplo, sus acciones en República Dominicana, parecen afines a las actitudes de los reyes de antaño. En tal sentido, no sería descabellado afirmar que muchos de estos dirigentes, una vez que alcanzan el poder, ven a sus votantes como vasallos que deben aprobar todo lo que éstos hagan.
La referida situación refleja que estamos mucho peor de lo que creíamos. La proliferación de dirigentes con actitudes autoritarias solo puede ser indicador de tres grandes catástrofes: 1) hay una falta de cultura democrática en la clase dirigente; 2) los principios han claudicado ante perversos pragmatismos en el quehacer político; y 3) tenemos, culturalmente hablando, una óptica profundamente distorsionada de lo que es la función pública. Puesto de manera sucinta, podemos decir que en Venezuela rige la idea de que los ciudadanos se deben a los funcionarios públicos, en vez de que los funcionarios públicos se deban a los ciudadanos. Si hay dudas sobre este respecto, podemos recordar el plebiscito del 16 de julio de 2017 que terminó en el olvido.
El choque entre la mayoría de la representación opositora y pueblo venezolano ha sido tangible desde la elección de la Asamblea Nacional en el 2015. Esta legislatura, desde su inauguración, acogió un discurso y un proceder completamente opuestos a lo que había sido su oferta electoral. Más allá de las arbitrariedades y vicisitudes ocasionadas a la asamblea por el régimen y sus órganos afectos, el hecho es que la casa de la representación popular nunca habló el mismo lenguaje de quienes la eligieron. El pueblo venezolano votó por la asamblea para dirigir al país hacia un cambio sistémico total, y ésta, en su fracaso, distorsionó esta encomienda con planteamientos que al ciudadano de a pie poco le importan. Mientras los representantes se la pasan hablando de elecciones pacíficas y “constitucionales”, canales humanitarios y respeto al congreso, lo que a los venezolanos les interesa es una sola cosa: la salida del sistema ruinoso que los está matando.
Lo que los dirigentes venezolanos que aspiran a cargos de elección popular deben entender es muy simple. Ustedes no son elegidos para realizar lo que les parezca. Ustedes son elegidos sobre la base de una plataforma que el pueblo quiere que sea implementada. Ustedes no son más que el pueblo que los elige, de hecho, ustedes son empleados de los venezolanos, no sus jefes. Sean humildes, sepan que la única razón por la que ustedes ostentan sus cargos es porque los treinta millones de venezolanos no caben en el Palacio Federal Legislativo. Ustedes son solo unos mandatarios, unos apoderados del pueblo, y, por ende, sus votos y decisiones deben ser coherentes no con lo que dictamine un partido o una coalición, sino con lo que dictaminó la gente en reiteradas ocasiones.
Así las cosas, los venezolanos, hacia el futuro; debemos invertir todas nuestras energías en el activismo ciudadano. Debemos responsabilizar a nuestros dirigentes, sea quien sea, diputado, presidente, gobernador o alcalde; para que éstos rindan cuentas en vez de andar pidiendo una y otra vez nuestro apoyo incondicional. Debemos cambiar los viejos paradigmas que nos afligen. Nosotros no necesitamos mesías a los cuales darle nuestra fe ciega, lo que necesitamos es ser patronos estrictos ante la incompetencia de nuestros subordinados. Ellos no son reyes y nosotros no somos sus vasallos, aprendamos esto, interioricémoslo muy bien, porque de lo contrario estamos en el enorme peligro de que terminemos alternando dictadorzuelos.
@jrvizca