Argenis es un preadolescente de 13 años. A su corta edad le ha tocado hacer frente al hambre, esa que en su familia de nueve miembros, nunca esperaron atravesar, reseña un reportaje de El Carabobeño.
Su corta vida no es sinónimo de inmadurez, por el contrario. Argenis ha dado la cara por sus seres queridos. Sacrifica su comida para que el resto pueda ingerir algo en el día, señaló su abuela, Ana Ríos, mientras el muchacho escuchaba, receloso, su testimonio sentado en un muro de la humilde vivienda. “A veces no lo mandamos al colegio porque no tenemos comida que darle pero de vez en cuando le dan y él lo trae para la casa”.
La repartición es de cantidades iguales: “Un poquito para cada quien” de un menú que en ocasiones sólo trae una pequeña sopa sin verduras ni mucho menos carne. La mayoría de las veces solo alcanza para los cuatros niños que residen en la humilde vivienda. Ellos son la prioridad.
Las precarias condiciones en las que vive Argenis no le impiden trabajar para alcanzar esos sueños que muchos le advierten imposibles. Quiere ser un gran futbolista, como sus ídolos del Real Madrid, su equipo favorito, pero la falta de una buena alimentación hizo que se desmayara en dos prácticas.
El joven no tiene zapatos para jugar, tampoco el uniforme. Su pasión por el deporte y las ganas de seguir adelante lo incentivan diariamente. Quiere dejar atrás las carencias y penurias de su día a día.
Las quejas no forman parte del vocabulario de Argenis. Sin probar bocado, asiste a la escuela, donde anota sus apuntes en hojas recicladas que debe rendir ante la imposibilidad de comprar cuadernos, contó su abuela con la mirada llena de impotencia y dolor.
Ellos no deberían pasar trabajo
Ana Ríos se emociona cada vez que habla de sus cuatros nietos. No puede evitar llorar. ¿Cómo no hacerlo? si jamás visualizó un futuro con tantas dificultades para ellos.
En el pasado, pudo sacar adelante sola a sus tres hijas con su trabajo como empleada doméstica. Pero las cosas cambiaron radicalmente. Lo poco que gana a sus 65 años lo utiliza para comprar un poco de granos o verduras, los únicos alimentos que consumen en su casa.
Sin saber leer ni escribir, conoce con precisión los precios de cada producto. En 50 mil bolívares se consigue medio paquete de algún tipo de granos y un huevo sale en 10 mil. Lo compra algunas veces para Camila, su nieta menor, quien se encuentra en pleno crecimiento. “Realmente todos lo están pero no nos alcanza para más y me da rabia porque ellos no deberían pasar trabajo” reflexionó mientras cargaba en brazos a la niña.
Reunir cada centavo es un verdadero desafío con los dos sueldos que perciben en su vivienda. Los dos mil bolívares del pasaje, los 200 mil bolívares de una camisa escolar o los ochocientos de un pantalón, son sumas que retumban constantemente en su cabeza. Acceder a algunas de estas cosas es un lujo para ella y su familia.
Su vejez la vive entre la angustia y la incertidumbre, pero no deja que esas emociones la embarguen. Tiene que mantenerse por sus pequeños nietos, a quienes desea ver crecer sanos y felices.
Añoranzas
Los buenos tiempos quedaron en añoranzas para la sexagenaria. En el transcurso de su juventud en San Felipe nunca pasó hambre, pese a no pertenecer a una familia pudiente.
Con la mirada perdida recordó que antes comía carne, huevo, leche, pollo y otros rubros que ahora sólo están en el recuerdo de una época donde era feliz, pero no lo sabía ni lo apreciaba.
En retrospectiva, consideró que atraviesa la peor etapa de su vida. Con cierta frecuencia lamenta los momentos en los cuales rechazó un plato de comida porque estaba frío o duro, como una arepa. “Dios aprieta y aprieta como para que uno recuerde todo lo que no supo valorar y yo lo recuerdo todos los días”
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