El legado de Chávez, por José Guerra

El legado de Chávez, por José Guerra

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Prematuramente fallecido el 5 de marzo de 2013, no alcanzó el presidente Hugo Chávez a ver lo que fue el resultado de su obra de casi catorce años de gobierno, con todos los poderes en sus manos. En mi libro editado en julio de 2013, El Legado de Chávez en sus cuatro ediciones me propuse hacer una valoración lo más objetiva posible de lo que fue su gestión. Antes en otro libro de 2007, Refutación del Socialismo del Siglo XXI examiné las bases conceptuales del tipo de socialismo que Chávez pretendía aplicar en Venezuela. La conclusión a la que arribe ese año 2007 era que ese modelo económico no era viable, que solamente se sustentaba en altos precios petroleros y que la destrucción de la economía que se estaba incubando tendría efectos nocivos sobre los venezolanos.

Chávez se declaró socialista y marxista leninista en 2006, antes no asomó una sola palabra al respecto y contrariamente, era un admirador de Pérez Jiménez de quien dijo que era el mejor presidente que había tenido Venezuela. De eso hay constancia histórica en el libro de entrevistas que Chávez concedió a Agustín Blanco Muñoz bajo el nombre Habla El Comandante. Cuando Chávez se lanza de lleno a la construcción del socialismo lo primero que hace es estatizar al sector agro-pecuario y comprar un conjunto de empresas hasta ese momento en manos privadas, para pasarlas al dominio del Estado. Pensaba Chávez, equivocadamente, que una revolución que se precie de tal debía afectar a la banca, la industria y el comercio. Adicionalmente, ya había instrumentado un férreo control de precios y de cambio. La mezcla de un sector estatal empresarial agigantado, control de cambio y de precios, no podía resultar en otra cosa diferente a lo hoy tenemos en Venezuela: una degradación de la producción y la liquidación de actividades productivas que fueron literalmente extinguidas. El caso de la producción de alimentos es emblemático; en 2017, Venezuela produjo 40,0% menos alimentos que en 2007.





Como el sector estatal no paraba de crecer y con él la nómina pública, descubrió Chávez que se podía financiar sin subir los impuestos, recurriendo a la impresión de dinero por parte del BCV. Al principio le funcionó pero luego se fue imponiendo la lógica de hierro de la economía y comenzó a coger fuerza la inflación, luego ésta se transformó en inflación alta y para degenerar en hiperinflación cuando el abuso a la creación de dinero de la nada, se hizo la forma más importante de financiar un presupuesto en rojo. Pero donde la obra de Chávez y quienes lo acompañaron ha sido más visible es el petróleo. Los venezolanos hoy todavía no podemos ponderar en toda su magnitud el efecto destructivo de una política petrolera suicida, que produjo la paradoja de que en el país con las mayores reservas de petróleo, la producción no deja de caer y la corrupción y el nepotismo haya proliferado a lo largo de la cadena de los hidrocarburos, no dejando hueso sano en la industria. Que sirva de aprendizaje esta experiencia traumática que sufre el pueblo venezolano hoy en bancarrota para que no vuelva a ser objeto de experimentación con ideas ya fracasadas.