Lo que nace de la arbitrariedad, la usurpación y la ilegalidad siempre será fraudulento y sombrío, aunque al objeto del delito, lo traten de ocultar detrás de todos los soles de las galaxias. El delito —además de dejar evidencia de imposturas— genera caos, desdicha y perversidad. Todo mundo lo sabe: La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) nace de un acto, insolentemente, espurio. Maduro, despoja al pueblo de Venezuela del privilegio de ser “depositario del poder constituyente originario…”. Contradice lo que dicta el Art. 347 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999. Desleal, y no contento con esto, busca derogarla para redactar otra constitución, sin que los correligionarios de Hugo Chávez, puedan defender su legado.
Maduro y sus aláteres, siguen tendiendo la trampa de la ilegalidad. Conocen que sus adversarios, por encima de todo, exigen legalidad. Saben, que por esta causa, muchos se abstendrán de ir a elecciones. Lo mismo está sucediendo ahora, con el adelanto de las Elecciones Presidenciales de este 20 de mayo. Maduro, prosigue con el mismo libreto. Pues, de manera grosera y mediante acto ilícito —con un Consejo Nacional Electoral (CNE) oficialista y parcializado—pretende legalizar las propuestas de la espuria ANC. Maduro entrampa al país. A forcé, lo empuja hacia el túnel de la más enferma crisálida del poder, que por defecto, frustra el vuelo de la decencia y la legalidad. Esta es otra manera de alargar el conflicto, de correr la arruga, de perfumar la carroña. Todo el mundo quiere que la crítica crisis política, social y económica que tortura al pueblo venezolano, se resuelva de manera civilizada. Pero, Maduro conduce al pueblo hacia la más peligrosa de las celadas. Su gobierno —en clara segregación política— no quiere ver, escuchar ni oír a la oposición. En su unilateral agenda de odio, no ampara sus derechos. Por ello los difama, los persigue, los encarcela y asesina. El escritor ruso, León Tolstoy (1828-1910), en su breve artículo: No Puedo Callarme. A riesgo de perder la vida, declara contra los excesos del régimen zarista, de la manera siguiente: “¡Restablecer vosotros el orden y la paz! Pero, ¿por qué medios pretendéis restablecerlo? Destruyendo el último vestigio de fe y de moralidad en los hombres”. En Venezuela no existe legalmente la pena de muerte; pero, los gobiernos de turno, de hecho y sin derecho, se reservan la admisión de la vida de nuestros connacionales. En la actualidad, los ejemplos de asesinatos y masacres, huelgan. Maduro mata al socialismo y al pueblo con hambre y represión.
Los pueblos, cuando confirman que son engañados por sus gobernantes, se convierten en masa ciega y sorda. Y, “La masa no piensa—como lo expresa Elías Canetti, en su obra Masa y Poder— destruye lo que encuentra a su paso”. Así es como la historia alimenta a su insaciable y ventrudo estómago. De tal manera, siempre el futuro camina sobre el presente. Un estudio consciente sobre la situación del país, por parte de los actuales actores políticos, ayudaría a reorientar políticas y a evitar hechos que lamentar. Quienes inutilizan la política y llevan a los pueblos a la guerra, por lo general, no van al campo de batalla. Solo el carácter moral de verdaderos sabios de la política, que amen al país, podrán sentarse —frente a frente— a resolver el conflicto. Sería una estupidez, alimentar inicialmente a la industria bélica, a los “perros de la guerra” y a los misántropos que se deleitan con sangre. ¿No sería más sano y una acción altruista —que antes de provocar la muerte de millones de seres humanos— se sentaran, con el país por delante, a refrendar la paz y la convivencia? Todo gobierno, como es natural, viene de una de las partes confrontadas de su país. Su deber es conciliar, activar los vínculos de concordia, porque: “cada pueblo, cada nación — como lo entendía el neogranadino Miguel Antonio Caro (1843-1909) — encierra una doble naturaleza”. De tal modo, a esta doble naturaleza, deberíamos entenderla y protegerla.