La belleza de la mujer venezolana trascendió las fronteras de nuestra tierra. Desde que la inolvidable Susana Duijm se coronó Miss Mundo en 1955, Venezuela ha batido récord en los concursos mundiales de belleza. De la natural fuimos pasando progresivamente a la belleza intervenida quirúrgicamente, lo que hizo, también, de Venezuela uno de los países más avanzados en materia de cirugía plástica. Este rasero tan alto que ponían las misses en la vara de medida de la hermosura femenina nacional, elevó las expectativas del resto de nuestras paisanas, que decidieron ser mises en su vida cotidiana, sin distingo de edad, ni de condición social, al punto de que un busto femenino no operado se ha convertido en una auténtica rareza nacional digna de admiración y respeto. En definitiva, toda una cadena de acontecimientos, una “industria de la belleza” (a la par de la petrolera), como suele decirse en el argot, se desarrolló en los certámenes que constituían un auténtico sueño para muchas jóvenes venezolanas. Eran de los programas más vistos de la televisión, junto a la parodia que ofrecía la Rochela, el celebérrimo Miss Chocozuela. Todo ello hasta que -como en todo- “llegó el comandante y mandó a parar”.
El Miss Venezuela también ha cerrado sus operaciones. Cuando uno cree que ya todo fue arruinado, siempre viene algún acontecimiento a recordarte que la destrucción de una nación es algo, como diría Gilberto Correa: “¡sin límites!”. Según cuentan las crónicas, el envilecimiento del régimen que surgió para acabar con la “podredumbre” (un buen psiquiatra podría escribir un tratado sobre eso que llaman la disonancia), llegó también al magno evento de la belleza, al punto que la propia organización del certamen, decidió cerrar el concurso para su reestructuración ante los rumores que se han corrido de que detrás de tanta hermosura se esconden las más desagradables fealdades. Baste con decir que hasta el nombre del inefable pariente de los mil millones en Andorra ha salido a relucir (no hay perversión en la que no figure), sí, el mismo que a punta de vino Petrus, barruntaba el advenimiento del petro.
Que sucumba el Miss Venezuela en un país en el que pasan cosas de mucho mayor dramatismo y gravedad, no es tampoco para rasgarse las vestiduras, ya todo eso era vox populi desde hace tiempo. Si angustia, la profunda noche que se cierne sobre el país y la velocidad creciente con la que se extiende. Una especie de varita mágica de destrucción se activó desde hace dos décadas: todo lo que toca se hunde en el viscoso fango de la desidia, la corrupción y la maldad más repugnante. Si uno no supiera que han nacido aquí los autores de tal desatino, hasta podría pensar que cobró realidad una de esas ficciones de invasiones extraterrestre cuya misión, en este caso, es acabar con toda forma de vida entre nosotros. Los ciudadanos, siguiendo el consejo del Libertador, huyen del país en el que uno solo encarna todos los poderes. Parte de nuestra tragedia es la de encumbrar a los monstruos de los que luego habremos de huir.
Amigo lector: si usted está haciendo algo bueno, justo, noble y decente en este momento, por favor no lo divulgue, hágalo de manera clandestina, silenciosa, para que su honestidad no llegue a oídos de los administradores de la demolición. La única forma de resistencia es la bondad, el trabajo, el esfuerzo sostenido e íntegro, la inteligencia, que constituyen la verdadera belleza de una nación. Si es verdad, como dicen, que nunca es más oscura la noche como cuando está a punto de amanecer, aquí tiene que estar muy cerca el día y quizá por eso mismo este es el momento en que todos estamos más extraviados, desanimados y desesperanzados, ávidos de una luz que no acaba de aparecer para permitirnos ver el primor que se esconde detrás de esta cenicienta tierra asolada, en una noche tan chimba como ésta.