Marcelo Crovato caminó hacia el puente internacional Simón Bolívar. Vestía camisa manga corta azul, bluyines, zapatos deportivos negros y llevaba una pequeña maleta en la mano derecha en la que guardó dos camisetas y una computadora. Sentía que daba en su deseado camino a la libertad, publica La Opinión.
Por Javier Vargas
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Su corazón estaba acelerado, sudaba frío, su tez de piel blanca lucía más pálida. Una sensación de temor y al mismo tiempo de triunfo le invadían. Su mente estaba programada en un solo pensamiento: “No me van a atrapar ni siquiera me verán”.
Marcelo, un abogado argentino prisionero político del régimen de Nicolás Maduro durante los últimos tres años, 10 meses y cuatro días, trataba de burlar a las fuerzas públicas venezolanas y salir hacia La Parada, en Villa del Rosario.
Estaba rodeado de decenas de guardias nacionales. A pesar de los fuertes dolores de columna ocasionados por una severa lesión sufrida en la cárcel, trataba de caminar erguido, sin mostrar algún gesto de sufrimiento. Esa resistencia era parte de su camuflaje.
Su mentón estaba limpio, porque un día antes se había rasurado por completo la barba abundante que lució durante los últimos casi cuatro años. También se quitó las gafas correctivas de toda la vida, para que no lo relacionaran con las fotos que muchos manifestantes lucían en sus franelas durante las protestas contra Maduro, exigiendo su libertad y la de otros 215 prisioneros políticos.
Al llegar al puente del lado de Venezuela y dirigirse hacia el cruce fronterizo quedó petrificado al escuchar a un guardia decir, “Párate y ven acá, muéstrame que llevas ahí”. Sintió que le faltaba el aire, que el miedo le invadía. Le dolió el pecho y los hombros. Sudó de pies a cabeza, pero mantuvo el control para voltear y responder a la orden del suboficial. Se calmó cuando el militar con un gesto de manos señaló al joven que caminaba a su lado con un maletín grande.
Retomó su marcha, fueron cinco minutos de caminata por el puente pero para Marcelo Crovato, parecían una eternidad. Cada vez que se acercaba a un uniformado en su mente retumbaba el pensamiento que lo había acompañado en el viaje que emprendió 14 horas antes en Caracas. “No me van a atrapar”.
Cuando estuvo cerca del último de los suboficiales venezolanos, se sintió tan próximo a ser libre que pensó: “Si este intenta detenerme lo empujo y corro con las fuerzas que me quedan hasta llegar a Colombia”. Cuando estuvo a menos de un metro del soldado, este volteó luego de que un compañero le hablara. Marcelo Crovato pasó sin problemas.
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Había planificado la fuga solo con su esposa y todo estaba saliendo bien. La fortuna también estaba de su lado, cruzó el puente a las 7:00 pm de Venezuela, la oscuridad de la noche ayudaba a pasar inadvertido; además en ese momento hubo un apagón en todo el Táchira. El viaducto estaba abarrotado de personas que intentaban cruzar a Colombia y otros que retornaban a Venezuela. Era poco probable que se fijaran en él. Luego de 14 horas sin anteojos los ojos le ardían y en medio de la noche su vista era deficiente sin las vitales gafas, pero aun así leyó un aviso de Migración Colombia, en un toldo en el que se ubicaban las autoridades nacionales, no le dijeron nada, pasó como si nada.
Luego de avanzar cinco metros, le preguntó a una señora de edad avanzada que caminaba a su lado. “¿Ya estamos en Colombia?” “Sí, hijo estamos en La Parada, Norte de Santander de Colombia”.
Y sin pensar la abrazó fuertemente y comenzó a llorar sin parar. “Tranquilo hijo, ya pasó todo, ya está en Colombia. Todo está bien”, lo consoló la mujer.
Memorias de un preso político
Al sentirse algo seguro, tras tener certeza de que estaba fuera de Venezuela, miró hacia San Antonio y se despidió con la señal de los scout. Una película de recuerdos se activó en su mente.
Marcelo Crovato recordó la madrugada del 22 de abril de 2014, cuando uniformados del Cicpc, sin orden de allanamiento ni de captura, llegaron a la residencia de un amigo en Caracas porque lo relacionaban con las marchas contra Maduro, a las que había llamado Leopoldo López de Voluntad Popular desde el 14 de febrero. El amigo le pidió que lo asistiera legalmente y él acudió.
Los funcionarios le dijeron que debía acompañarlos para declarar, pero luego le dijeron que quedaba detenido. Recordó que lo acusaron de obstrucción de vías, incitación a desconocer las leyes, intimidación pública y asociación para delinquir (conspiración) y quedó preso.
Pensó en los diez meses que estuvo en la Cárcel de Yare III en el estado Miranda encerrado en una pequeña celda de tres metros cuadrados, rodeado de presos comunes: asesinos, secuestradores, ladrones o narcotraficantes. Cuando le colocaban en un plato esmaltado una pequeña arepa pura para el desayuno o le servían tres cucharadas de arroz con granos para el almuerzo. A su mente llegó el sabor insípido del vaso de agua de avena que le daban para cenar.
Regresó también al momento en que encerrado en un pequeño calabozo se percató de que el cáncer de piel que había sufrido años atrás había reaparecido en su pie derecho. Pidió asistencia médica, pero solo después de cuatro meses de peticiones y 30 días en huelga de hambre le dieron acceso a medicina general y luego lo refirieron a un especialista.
Tras diez meses en la cárcel le dieron una medida de arresto domiciliario debido a su delicado estado de salud deteriorado por la desnutrición, la severa lesión de columna a consecuencia de las golpizas, el cáncer, estrés postraumático y varios quites en los riñones que le detectaron por esos días. Perdió 34 kilogramos de su peso corporal.
Al regresar a su casa, temió que en cualquier momento pudieran devolverlo a prisión pero se sintió afortunado por poder reencontrarse con su esposa y sus dos hijos. Ayudaba a resolver las tareas del colegio a los niños, cocinaba para la familia, disfrutaba el clásico del béisbol venezolano entre Caracas y Magallanes, pues es fanático de este último y del clásico del fútbol argentino entre Boca Junior y River Plate, porque es hincha empedernido de Boca.
Durante todo ese tiempo su proceso judicial no avanzó porque le difirieron la audiencia preliminar 40 veces, después de los dos años debió quedar libre por vencimiento de términos, pero eso no ocurrió. En cuatro años solo le dieron acceso a su expediente, de mil páginas, una sola vez por espacio de diez minutos. Esas injusticias lo llevaron hace cinco meses a planear la huida con su esposa.
No quiso involucrar a otras personas para que nadie más cayera preso. Recordó que en su viaje de Caracas a San Antonio consiguió 20 retenes, pero los militares ni lo miraro.
La única vez que se desvió unos pasos del camino fue en San Antonio para comprar en una droguería gotas para los ojos. Luego cruzó el puente rumbo a tierra de libertad: el Norte de Santander.
Tras recordar los pasajes de los últimos tres años y diez meses, Marcelo Crovato se dio cuenta de que habían pasado 10 minutos en su reloj, desde que dio el abrazo a la desconocida. Buscó un taxi y se embarcó a San José de Cúcuta, donde se encontró con su familia que había llegado el día anterior. Esa noche durmió en esta ciudad abrazado a sus dos hijos.
Al día siguiente selló el pasaporte. “Se acuerda de Antonio Ledezma, el alcalde Caracas que pasó por acá. Yo soy el segundo Ledezma. Soy un prisionero de Maduro”, le dijo al funcionario que le explicó que no podía sellarle el documento porque no había marcado la salida en Venezuela.
Al oírlo, el funcionario le dio la bienvenida al país y luego de confirmar con Acnur le puso el sello.
Ese mismo día Marcelo Crovato voló a Buenos Aires donde con su familia planea una nueva vida, seguir gozando del superclásico argentino y los Caracas-Magallanes, y tratar de ayudar a los prisioneros políticos de Maduro, en su otra patria, Venezuela.