El fraude electoral está en esa zona zombi que no genera emociones sino bostezos; es una farsa que todo el mundo reconoce como tal. Sin embargo, hay una especie de convención entre los participantes para hacerse los locos, como si de verdad creyeran en lo que dicen.
Maduro asegura concurrir a unas elecciones mediante un inmenso esfuerzo, y que al apelar a su proverbial talento y a la ayuda del medio salario de sus partidarios, ganaría con el espontáneo apoyo de las masas que vibran de patriótica euforia para acompañar a su líder. Desde luego, nadie ni cuerdo ni chiflado cree en esto. Se sabe que los potingues del laboratorio electoral de las ladies del CNE ya tienen el componente alquímico que produce votos con la frecuencia y el aroma de los flatos. El régimen necesita esa bufonada como un elemento de su propaganda en esta etapa mortuoria. Véase a los concurrentes a los eventos de Maduro con su inocultable cara de constipación y desagrado más elocuentes que cualquier análisis.
El fracaso inevitable del teatro del diálogo, en sus versiones I, II, III y IV, con los avechuchos Zapatero y Samper incluidos, debería haber sido suficiente para no querer concurrir a una nueva comedia electoral. No fue suficiente. Tuvieron que venir las elecciones de gobernadores y de alcaldes para confirmar lo que sabían venezolanos y extranjeros, con excepción de un grupito de dialogantes ahora en gira por el planeta tierra: la vía electoral la cerró el régimen a sangre y fuego.
Hasta ahora habían empleado el fraude masivo pero, de ocurrir eventos no calculados por el régimen como las victorias democráticas en 2007 y en 2015, se podían poner en marcha los engranajes del poder para anular esos resultados: Chávez impuso luego su reforma constitucional negada por el voto popular meses antes; y Maduro anuló la Asamblea Nacional hasta convertir aquella vigorosa institución de enero de 2016 en el lamentable residuo que se observa en 2018, asediado, abandonado y postrero.
Dicen unas lumbreras que si todo el mundo votara por Henry Falcón y el régimen se viera obligado a aceptar los resultados, Maduro saldría del poder. Lo que no dicen es que igual pasaría con El Tuerto Arévalo: si fuese candidatos, si la gente votara por él, si contaran los votos como es debido, podría ser presidente de Venezuela y del mundo si fuese necesario. Es un argumento tramposillo, para después achacarle la derrota de Falcón, no al fraude Maduro sino a la abstención.
Lo que se ha de ver, ya se sabe. Si es que la tierra no tiembla antes, asqueada de tanta realidad.