La palabra anhelada, entre otras tantas. ¿Llegaremos a ella? Parecemos encaminados, pero con mayor lentitud de la soportable. Pareciera faltar tiempo todavía y el tiempo en contra es un peligro inminente para contener los eventuales aspirantes de sablazos perturbadores de cualquier aspiración a la paz, también anhelada, de ahora y de luego. El hambre y la desesperación que ella ocasiona, sumada a la hiperinflación no parecen ingredientes factibles para posiciones timoratas. La angustia genera deseos de cualquier cosa.
Los chiriperos
Amalgamar chiripas realengas en función de un logro supremo de desplazamiento seguirá costando. Esta infinidad de partidos parecidos entre sí, con diferenciaciones signadas no por ideologías políticas precisamente sino por los rostros delineados en la creencia de irremediables líderes salvadores, con aspiraciones de hacerse del poder, contribuye a la confusión actual en demasía, impide la delineación de una real concreción de extirpar finalmente el mal cancerígeno que se aferra inclemente a lo único que parece quedarle: la silla de Miraflores. Habría que adornársela muy bien para que se la lleve adherida al alma si quiere.
La renuncia
De no ser obligada, como ocurrió con anterioridad en distintas oportunidades, ya sabemos que es muy poco probable que se produzca. Cercado el gobierno con la sólida red tejida en el exterior para señalarlo y acosarlo, sólo le queda escapar hacia dentro, hacia más adentro. Ahora, la renuncia sería la lógica alternativa a la imposibilidad de gobernar esta sequía de todo, enfrascados como andan los rojos en una introspección absoluta que los lleva a aislarse de la realidad y procurar ahondar la amplitud de la desgracia, buscando ampliar los mendicantes pidiéndoles sorbos, así eso les cueste entregar el voto por quien sea, no importa.
Las “elecciones”
Háganlas o no, carecen de validez interna y externa. Pueden ser el detonante definitivo de la eclosión. El propio gobierno lo sabe; pospuestas una vez, podría seguir posponiéndolas mientras un milagroso respiro le oxigena las arcas con petros, con oro, con algo, y les brinda alicientes políticos para una permanencia que se percibe acartonada y hueca. Algunos personeros de la oposición blandengue han lanzado ya, como el presidente de la Asamblea Nacional, sus deseos de participar en elecciones más luego, sin parecer importar el cómo. Mientras los aferrados de uñas al poder urden diariamente estratagemas: marginan partidos, tachan candidatos, aupan la ilegítima Asamblea Constituyente, segregan al irresponsable CNE y hasta escogen los posibles adversarios. Otros, chapucean buscando que alguito les caiga en esta posible repartición de piñata que vislumbran su último tranvía: Claudio Fermín, Eduardo Fernández; se adhieren a la sombra del ensombrecido Falcón, el favorito para el placé. Carece de sentido el evento electoral, como no sean los deseos populares de una mayor frecuencia en la repartición, no venta, de las migajas de comida y de los bonos por depósito.
La transición
Luego de la caída, por inercia al parecer, dada la debilidad política que ha impedido un real agrupamiento común, firme, incluyente, abarcador y sincero, sin desconocimiento del otro como factor indispensable en lo complicadísimo del porvenir, vendrá la anhelada articulación del rompecabezas, la espita de la democracia, del mandato civil con respaldo militar, como se debe. Estos procesos de codazos y zancadillas previos a la caída podrían ser pininos cariñosos en comparación con el desgarrador proceso posterior si después de todo no se sientan a acordar la salida todos los factores políticos y sociales: partidos, trabajadores, sindicatos, iglesia, militares, estudiantes, en una juntura que ha tenido extraordinarios precedentes históricos con viabilidad manifiesta. Pero en la rebatiña todos quieren tener la primicia. Con esos egoísmos, personalismos y partidismos esmirriados, el resultado es esta confusión y debilidad hacia el desmayo. La transición ha de ser larga, si finalmente se pacta y se sale de esto, para recomponer, refundar y estabilizar este cuerpo enfermo que todavía llamamos país. Los vericuetos de ella implicarán, incluso, momentos muy desagradables e indeseados por los más radicales: la indispensable reconciliación nacional. La transición podría ser, si finalmente, como anhelamos, la caída se produce en unidad, un momento político estelar para la necesaria reconstrucción democrática y libertaria nacional. Pero antes de ella está la víspera. Tiene que ocurrir la caída hasta ahora invisible.
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