Durante las últimas semanas, los lectores, radioescuchas y televidentes de medios de comunicación tradicionales y digitales han sido saturados de información respecto de si conviene o no dolarizar la economía venezolana. Algunas personalidades de la actual “oposición”, en respuesta a su ciego afán electorero, han tomado la dolarización como una bandera para hacer campaña indicando que sería la medida más urgente que ejecutarían para abatir la inflación desenfrenada que tenemos, en caso de ganar las supuestas elecciones que se aproximan. Desde un punto de vista estrictamente técnico, en Econintech, creemos que una propuesta de dolarización como la del Dr. Steve Hanke –que hemos también explicado en conferencias y eventos educativos– sí frenaría el salvajismo inflacionario al que nos han sometido gobiernos y banco central por décadas, pero no apoyamos una propuesta de tal naturaleza por la necesidad de legitimar la inmoralidad del sistema actual, como lo hacen muchos, sino con la vista puesta en uno de los derechos naturales más fundamentales que existe: la protección del fruto del trabajo del ciudadano común.
¿Qué ventajas tiene eliminar el curso forzoso del bolívar?
Quienes conocen nuestra labor conjunta como think tank desde 2015 y nuestra labor profesional individual de los últimos quince años saben que hemos hecho mucho hincapié en la necesidad de desarrollar instituciones para proteger al ciudadano de los experimentos monetarios que la sociedad política de turno, respaldada por el mensaje vendido como verdad absoluta de algunos académicos venezolanos, casi todos de corte keynesiano, tenga a bien diseñar.
En ese sentido, hemos sido recurrentes hasta el cansancio en proponer, para un entorno de gravísima inmadurez institucional como lo ha sido nuestra economía de las últimas seis décadas, el mecanismo que consideramos más protector del ahorro y del ingreso del venezolano de a pie: la libertad monetaria, inspirado en el trabajo del célebre ganador del Premio Nobel F. A. Hayek, titulado La desnacionalización del dinero. En su forma más simple, ese mecanismo pasa por la necesaria eliminación del curso forzoso del bolívar como moneda (medio de intercambio), lo cual es distinto de eliminar el bolívar por decreto. Un arreglo de esta naturaleza pondría a la moneda local a competir con otras, como el dólar estadounidense, el euro o el franco suizo, por la preferencia de los venezolanos. El ciudadano de a pie no estaría forzado a “pasar por la alcabala del bolívar” para acceder al dólar o al euro, tendría la posibilidad de negociar con su empleador la moneda en la que recibiría sus pagos como trabajador y, más importante aún, tendría opciones rápidas y fáciles en Venezuela para protegerse ante los desmanes devaluadores e inflacionarios que pudiera intentar cualquier gobierno de turno. Se crearían incentivos sanos para que la dupla gobierno-banco central se comportase de manera más cónsona con los principios fundamentales de protección de la propiedad privada.
El arreglo monetario propuesto podría perfectamente englobar el escenario de monedas generadas por la banca privada con respaldo en oro o en una canasta de bienes básicos, y otras opciones. Y sería el mercado –es decir los ciudadanos– el que de forma voluntaria y con base en la opción que le fuese más útil, el que descartaría las monedas que menos preservasen su valor, como ocurrió durante gran parte de la historia de la humanidad. En resumen, no se coartaría el derecho ciudadano de elegir con libertad en qué moneda transar.
El imperio de la ley (rule of law) se haría más patente en Venezuela porque gobiernos y banco central no podrían privilegiar a las élites que les son cercanas a expensas de destruir el poder de compra de millones de personas, como se ha hecho en el país por décadas. Las empresas ineficientes, que contra toda moral imponen altos costos a los ciudadanos, tendrían más presión sobre sus hombros para volverse eficientes y aprender a competir.
¿Qué argumentos hay en contra del esquema?
Algunos venden la idea de que implementar libertad monetaria no solucionaría todos los problemas del país, y en eso coincidimos, pero definitivamente sí contribuiría a solucionar uno de los más graves: cómo preservar de la mejor forma el fruto del trabajo de la gente. Es evidente que para que el desastre económico y moral venezolano se solucione y nos enrumbemos por un sendero de prosperidad sostenible, tenemos que complementar medidas como la libertad monetaria con otros cambios institucionales de raíz: la devolución del petróleo a los ciudadanos (la renta total en dólares y las acciones de PDVSA), el saneamiento del sistema judicial, la implementación de una libertad plena de comercio, la reducción drástica del costo de hacer negocios en Venezuela, la simplificación del sistema tributario, la flexibilización de las leyes laborales, la protección sagrada de la propiedad privada bien habida, la reducción del tamaño del Estado, la creación de mecanismos efectivos de monitorización y control del Estado por parte de la sociedad civil, entre otras. Por cierto, medidas todas que son contrarias a lo que proponen nuestros tradicionales políticos e intelectuales keynesianos, marxistas, socialdemócratas, socialcristianos y progresistas, de un bando y del otro.
Nuestra gran fragilidad institucional hace imposible que ideas como un “fondo de estabilización macroeconómica”, por ejemplo, tengan el éxito que se espera. La historia ha demostrado de manera consistente que el gobierno de turno hace y deshace lo que quiere con el dinero de un fondo de tal naturaleza, dados los incentivos perversos que supone tener ese inmenso poder en sus manos. Una alternativa contracíclica más sencilla y ética sería subordinar al gobierno a la necesidad de manejar su gasto sobre la base de su deuda: pagarla en años de bonanza petrolera y adquirirla en años de recesión. Los mercados internacionales premiarían a los gobiernos responsables (aquellos que honrasen de manera oportuna sus compromisos de pago) con tasas de interés bajas y castigaría a los irresponsables con tasas de interés altas. Al hacerlo de esta manera y no con un fondo de estabilización, los incentivos para expandir con ligereza el gasto público se verían reducidos. En otras palabras, se trata de cambiar la ecuación: someter al gobierno a la disciplina de los mercados y no someter a la gente a la indisciplina de los gobiernos.
Otra línea de argumentación común en contra de la libertad monetaria indica de manera continua que los salarios del venezolano se verían pulverizados al dolarizar o al permitir libre uso monetario. Nos preguntamos entonces: ¿acaso no están pulverizados ya? ¿Cuál es el poder de compra real que tienen los salarios venezolanos en bolívares? Todo lo contrario. Impedir institucionalmente que la gente se proteja ganando, gastando y ahorrando en otras monedas allanaría el camino para que los salarios se siguieran pulverizando aún más. Es cierto que la conversión a otras monedas de los salarios actuales en bolívares significaría, en principio, muy pocas unidades monetarias en las manos de los venezolanos, pero significaría también el abatimiento de la hiperinflación de una forma eficiente y rápida. Además, según el profesor Steve Hanke ha indicado cuando le hemos tenido en vivo en conferencias que hemos realizado, los sueldos tenderían de forma paulatina a un nivel propicio para nuestra economía.
En ocasiones se confunde, quizás de manera intencional, el objetivo de dolarizar o de implementar libertad monetaria. Un artículo de opinión reciente de un venezolano, exministro de Cordiplan, afirma que la dolarización en Ecuador fue exitosa porque allí hubo ingresos fiscales. Pese a que reconocemos que es probable que en el caso venezolano no tengamos unos ingresos tales, nos parece que el artículo pone el foco de atención sobre la obtención de una ganancia fiscal temporal y no sobre la eliminación de una institución que excluye a la mayoría de los venezolanos (el curso forzoso del bolívar) de la posibilidad de usar el dólar para proteger mejor el fruto de su trabajo. Un esquema monetario como el actual excluye a la mayoría y no a las élites, y genera, en consecuencia, mayor conflictividad social. Lo que sí propiciaría un esquema de libertad monetaria, por el contrario, sería una estabilidad mucho mayor, unas tasas de interés más bajas y el financiamiento a largo plazo.
Se suele argumentar también que no habría posibilidad de pagar la deuda actual porque el Estado no tendría ingresos en dólares suficientes para hacerlo, pero una opción sana, viable y además necesaria contempla la venta de una serie de activos del Estado para honrar la deuda con los ingresos obtenidos por ese concepto, activos que, por cierto, no tienen ni han tenido nunca por qué ser de propiedad estatal.
Que el Estado no podría proteger la propiedad privada si implementásemos un sistema de libertad monetaria, dicen otros economistas detractores, como si en Panamá no se protegiera (o no se protegiera mucho más que en Venezuela, por ejemplo); que las escuelas de economía del país no tendrían razón de ser porque no habría política monetaria que controlar, como si el valor agregado de la carrera de economía radicara en enseñar a manipular la moneda; que ya tuvimos libertad monetaria en los cuarenta años precedentes a los últimos veinte y no resultó, como si no hubiese diferencia entre libertad cambiaria (que fue lo que tuvimos en la “IV República”, cercenada por la presencia de varios controles de cambio) y libertad monetaria (que es lo que proponemos y engloba a la cambiaria); y muchos otros.
Si nos propusiéramos enumerar todos los sofismas que muchos de nuestros intelectuales, empresarios ineficientes y políticos usan para intentar desacreditar la dolarización o la implantación de un modelo de libertad monetaria, no terminaríamos nunca. Pero lo que sale a relucir con argumentaciones tan insistentes y falaces como las que hemos descrito acá es el temor que tienen algunos de no poder planificar centralmente la economía, de perder ellos el control y transferírselo a la sociedad civil; en fin, una manifestación más de La fatal arrogancia descrita por Hayek y señalada con toda precisión por Luis Henrique Ball en su artículo de opinión reciente. En definitiva, a lo que le temen algunos es a tener que someterse y no poder someter, a que la gente –habiendo saboreado las mieles de la libertad económica plena y de la prosperidad consecuente que ésta genera– no quiera retroceder nunca más.
Directiva y Equipo Académico y de Investigación de Econintech
Escrito y revisado por:
Acevedo, Rafael
Cirocco, Luis
Faría, Hugo
Lorca-Susino, Maria
Parada, Dakar