Quien suscribe, un elector que no se atribuye representación, que aspira interpretar sentimientos, lo hace desde el alma y con indignación. Ni los parlamentarios entienden lo que son ni lo que deben hacer, ni el ciudadano comprende para qué se postularon y se hicieron diputados. Aunque algunos hace tiempo se quitaron la careta, engañaron y se burlaron; ambicionaban gobernaciones y alcaldías.
Nos traicionaron tras la clarísima y contundente disposición popular del 16 de julio 2017, hicieron lo contrario, violaron y ofendieron el mandato de 7.5 millones de personas. Pocos tuvieron el coraje de mandar al carajo a los jefes de sus partidos que les ordenaban ignorar y desconocer, a la ciudadanía que había participado crecida en ánimo, desbordada de esperanza y atiborrada de confianza.
Por ésa y muchas razones nace la Fracción Parlamentaria 16J que, con esfuerzo, escasos recursos, sin cobertura mediática y a la callada, está dando la pelea y poniendo la cara de manera encomiable por la ciudadanía que los eligió. Representan gallardos los principios éticos y valores morales de nuestro país. No mienten, ni negocian cargos o favores.
Los demás no aprenden, echaron a la basura el mandato público, avalaron la estafa de elecciones fraudulentas y trampeadas convocadas por la constituyente cubana que dicen desconocer, y salieron trasquilados, fueron a buscar “espacios” -o sea, cargos-, y se quedaron en la calle, sin oficio ni credibilidad.
Llevan tres años alardeando ser diputados, descargando adjetivos y pomposidades en cuanto micrófono se les pone por delante. ¿Qué han hecho aparte de hablar sin freno y quitar retratos? Su obligación es legislar, velar y establecer el Orden Constitucional.
Era su deber y compromiso cambiar a las tramperas del Consejo Nacional Electoral, pero irresponsablemente no hicieron el quórum, y ellas siguen tan tranquilas, preparando nuevas fullerías y simulaciones a conveniencia oficialista. Tampoco iban a prorrogar a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia que calificaron de írritos y fraudulentos, en medio de informes, negociaciones oscuras, dudas y verborreas discursivas esplendorosas que levantaban aplausos automáticos, no fue sino hasta el último momento cuando lo hicieron, más como tenderete de plaza parroquial que con la habitual y protocolar majestad parlamentaria. Los juramentaron y dejaron abandonados, sin previsión, reclamos ni valor, y en 24 horas estaban presos, asilados o fugados.
Nada o muy poco hicieron para protegerlos, fueron carajeados por el oficialismo como sucedió con el presidente del parlamento, empujado sin respeto ni consideración de su alta investidura por un militar guasón y abusador, luego condecorado como héroe por la hazaña realizada. Eso, sin contar las demasiadas veces que ni siquiera asisten a las sesiones.
Desacreditados y sin fe popular, la viajadera continua y nadie sabe ¿quién y cómo pagan?, parecen paseos turísticos, son expertos en selfis que resaltan acomodos plásticos, dientes pelados y mandíbula batiente, como si el ambiente estuviera para entretenimientos, con el agravante de que viajan para repetir lo que todos saben, que mandatarios y personalidades del mundo han dicho y ratificado varias veces y mejor.
Otra vez tienen la oportunidad para demostrar que no son los pusilánimes acomodaticios que la ciudadanía percibe, sino verdaderos representantes de la voluntad ciudadana. No hay más espacio para el guabineo después que los mismos magistrados que nombraron y posesionaron emitieron un veredicto, reunidos en Bogotá -difícil congregarse en la cárcel de los sepultureros del régimen- un laudo que, por mandato constitucional, deben analizar, debatir, ratificar o no, ustedes, los electos por los ciudadanos. Lo que concluyan quedará grabado en la historia.
Lo acostumbrado -sin eximir la decisión inmediata- y ante la gravedad, es declararse en Sesión Permanente, nombrar una Comisión plural y creíble -no de cogollos poco confiables- que, en una semana de tiempo máximo, estudie y presente un informe sobre la petición del tribunal. Pero les dio aprensión, divagaron, negaron conocer un fallo que ya era celebrado, se hicieron los locos y sacaron de la manga cómplice un tecnicismo para rehuir resolver.
Hay quienes no están de acuerdo con lo decidido por los magistrados legítimos en el exilio, pero tienen miedo de reconocerlo. Existen otros que sí están convencidos, pero tienen aún más miedo a difundirlo. El problema no es el miedo sino el coraje. Y a los escépticos en relación al tribunal y sus providencias, revisen el impacto nacional e internacional. Deben abrir caminos para la dimisión del régimen y no cerrarlos, como colaboracionistas que se expresan criticando lo que ellos aprobaron y algún desvergonzado imbécil tratando de frustrar el dictamen prevaricando. ¡Sinvergüenza!
Reconozcamos que no es fácil la vida penduleando entre temores, pero el problema del miedo, señoras y señores representantes del pueblo, no es tenerlo sino vencerlo. Lo mismo pasa con las conveniencias políticas. Todos tenemos miedo -yo lo tengo y mucho, hasta para escribir estas líneas- a los cuerpos de seguridad de una dictadura que ha demostrado crueldad permanente. La mayoría sufrimos el terror de la inseguridad, hambre, pobreza, falta de medicinas, el inconmensurable desastre que han construido el chavismo-madurismo conjuntamente con el castrismo y sus cómplices, para traernos hasta el fondo de este pozo de miseria y exasperación.
Los ciudadanos sentimos desconfianza y desasosiego, pero nos prometieron y se comprometieron a vencerlos y liberarnos. Ha resultado que parecen temer enfrentarlos. Es el trabajo que ofrecieron realizar a cambio de nuestros votos, no es labor del vecino, campesino, obrero, motorizado, profesional o técnico; es el de ustedes porque son el Poder Legislativo.
Entonces, embraguétense, desempeñen sus funciones, cumplan el deber que solicitaron y juraron. Tienen una nueva oportunidad ante el mundo, y especialmente con los venezolanos. Regresemos a la coherencia, atiborrémonos de valor ciudadano, voten a mano alzada, vociferando orgullosos sus nombres y apellidos para que la Patria os premie. Y si van a cometer perjurio, mejor váyanse de una vez, ya veremos los ciudadanos qué haremos. Después de todo, ayudan poco y es mejor estar solos que mal acompañados.
¡El miedo no es libre cuando se tiene un compromiso con los electores!
@ArmandoMartini