Hasta ayer viernes LA PRENSA tenía verificada una lista de 30 muertos por la represión de las protestas estudiantiles contra la reforma inconsulta e impopular del sistema de seguridad social.
La protesta estudiantil que comenzó el jueves 19 de abril, no hubiera pasado a más si Daniel Ortega no ordena a sus fuerzas represivas atacar con extrema ferocidad a los estudiantes en el Camino de Oriente de Managua. Las muchachas y muchachos se defendieron lo mejor que pudieron y a partir de allí los paramilitares y los policías orteguistas perpetraron la peor masacre que ha ocurrido en la historia de Nicaragua.
“Fue un error”, dicen algunos miembros y aliados del régimen de Daniel Ortega que han salido a dar la cara por él. Pero al mismo tiempo dirigentes de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN), un brazo operativo de la represión callejera del orteguismo, han tenido el descaro de decir que los mismos estudiantes rebeldes se mataron entre ellos, infiltrados por el partido opositor MRS. Obviamente, esta ha sido una canallesca estratagema del orteguismo para evadir o disminuir la responsabilidad personal de Ortega por la masacre.
Masacre, dice el diccionario, es una “matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida”. Este ha sido el caso de la gran cantidad de personas masacradas del 19 al 23 de abril por las fuerzas represivas del orteguismo.
Según historiadores, el concepto de masacre apareció o fue creado en la antigüedad para establecer un supuesto derecho que tenía el déspota o monarca absoluto, para ejercer su poder mediante la represión sin límites contra quienes se rebelaran. Pero eso era en la antigüedad, cuando el mundo todavía no era civilizado y ni siquiera se pensaba en que las personas humanas tienen una dignidad natural y por lo tanto no se conocía el derecho humanitario. En la actualidad es absolutamente intolerable que dictadores como Daniel Ortega pretendan tener el “derecho” de masacrar a las personas que se les oponen, a cuantos cuestionan su poder inclusive de manera cívica y pacífica.
LA PRENSA publicó en su edición de ayer una nota de la periodista Leonor Álvarez —quien fue una de las agredidas por las turbas y los policías durante la feroz represión de las protestas estudiantiles—, en la cual compara la masacre estudiantil del 23 de julio de 1959 perpetrada por la Guardia Nacional somocista, que dejó el saldo de cuatro muertos, con la masacre de abril de 2018 que causó al menos 30 muertes y hasta más de 60 según organismos de derechos humanos.
Muy pocos nicaragüenses podían imaginar que el régimen orteguista llegaría a ser peor que la dictadura somocista también en cuanto a la ferocidad represiva. En realidad, el somocismo era despiadado solo cuando reprimía conspiraciones e insurrecciones armadas, sobre todo las sandinistas de 1978 y 1979 a las que enfrentó hasta bombardeando algunas ciudades. Y la matanza del 22 de enero de 1967 fue provocada por un grupo armado de la oposición que disparó con armas de fuego contra efectivos de la Guardia Nacional, durante una manifestación electoral.
Pero esta matanza de abril ha sido de estudiantes desarmados. Es un crimen contra la humanidad que no puede ser perdonado. La sangre de los masacrados clama justicia. Ortega y Murillo tienen que dejar el poder.