Volviendo al siglo XXI que nos tiene por precarios inquilinos, el socialismo depredador ha abusado enfermizamente de los términos izquierda y derecha. En un caso, para la propia calificación graciosa; y, en el otro, para la descalificación de sus adversarios reales, circunstanciales y ficticios.
Objetivamente, muy poco o nada revelan ambos vocablos, aunque Norberto Bobbio ha hecho un esfuerzo notable de sistematización, refiriéndolos a los valores de la libertad e igualdad, advirtiendo que “el juicio de valor positivo o negativo que se da sobre la derecha o izquierda es parte integrante de la misma lucha política, donde la metáfora espacial ha perdido totalmente el significado originario y representa dos lugares no axiológicamente connotados”, pues, “un lenguaje como el político es ya de por sí poco riguroso” (“Derecha e izquierda”, Taurus, Madrid, 1998: 107, 122). A pesar de los esfuerzos teóricos realizados, como el de Octavio Rodríguez Araujo, en las obras que llevan el sello de Siglo Veintiuno Editores, podemos concluir que serán de izquierda o de derecha, quienes sencillamente se tengan por tales.
Apartando la consideración del centro y de sus extremos, el binomio ha domiciliado una tan infinita confusión que, según el canon dominante, se puede ser de izquierda, siendo realmente de derecha, y viceversa. Dependerá de las convicciones, conductas y realizaciones efectivas en juego, a pesar que, por ejemplo, Manuel Camino señaló que pocas veces la distinción fue tan decisiva en la centuria anterior, propensos a sustantivos y adjetivos de una mayor claridad y mejor significación (“En el laberinto de la izquierda y el socialismo”. El Nacional, Caracas, 31/12/1984).
Optando por una solución práctica, antes que teórica, en la búsqueda de los referentes de la vieja polémica venezolana, a modo de ilustración tomamos la materia petrolera para el rápido ejercicio que nos proponemos. Así, por una parte, puede estimarse como una posición de derecha, la de Arturo Uslar Pietri al proponer que se otorgaran nuevas concesiones que, por lo demás, reafirmarán la inevitable condición del país petrolero (“¿Somos o no, un país petrolero?”, ibídem: 30/03/1960); y, por otra, como una postura de izquierda la de Juan Nuño que, definiéndonos como una colonia petrolera, le respondió como un firme partidario de la inmediata nacionalización de la industria (“La voz de su amo: No somos un país petrolero”: Crítica Contemporánea, Caracas, 05/1960).
Curioso, se impuso la perspectiva del centro político, por cierto, propia de la principales realizaciones del llamado puntofijismo, como ha sostenido Juan Carlos Rey (“El sistema de partidos venezolano, 1830-1999”, Gumilla-UCAB, Caracas, 2009). Vale decir, la política (de Estado) iniciada por el ministro Juan Pablo Pérez Alfonso de no más concesiones, comisión coordinadora de las actividades del sector, mayor participación del Estado en las ganancias, CVP y OPEP (“El pentágono petrolero: la política nacionalista de defensa y conservación del petróleo”, Revista Política, Caracas, 1967).
Paradójicamente, la izquierda actual, adueñada de Miraflores, heredera legítima y directa de la que así se catalogó en la centuria anterior, no sólo quebró la industria, sino que, de hecho, ha entregado la Faja del Orinoco a las transnacionales, como quizá no hubiese ocurrido con el mismo Gómez o Pérez Jiménez. Literalmente, arrasó con la gerencia especializada, formada en varias décadas, convertida PDVSA en un fantasma – para más señas – constitucionalizado.
Entonces, eso de izquierda y derecha, si no fuesen tan trágicos los estereotipos, pasaría por un divertimento más. Cierto, el binomio encubre el dilema muy real entre la libertad y la esclavitud, el atraso y la contemporaneidad, el Estado y el mercado, la cosificación y la persona humana, todo un detalle que no debemos olvidar.