El profesor universitario posee unas (auto) exigencias muy altas en las instituciones donde imparte sus conocimientos, donde lo busca, donde se nutre para divulgarlo a la comunidad nacional e internacional. El profesor universitario es un científico y/o humanista que cumple los propósitos para los cuales existe una institución del saber en su más elevado nivel. Así se inicia la Ley de Universidades: “Artículo 1. La Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”. La búsqueda de la verdad y el afianzamiento de esos valores trascendentales del hombre requieren un individuo capacitado, formado, instruido, en un área específica o en varias.
Si la universidad posee el más elevado nivel en los rangos educacionales, se hace obvio que los profesores que la integran deben también poseerlo y lo poseen. Un profesor ingresa a impartir sus conocimientos a una institución universitaria después de haber obtenido su diploma que lo certifica como egresado de al menos un estudio de cuarto nivel (postgrado), cuando menos debe estar por finalizar esos estudios.
Además, al profesor universitario, para ingresar a enseñar en una universidad, se le solicitan varios otros requisitos fundamentales: experiencia docente comprobable, investigación demostrable en el área en la que aspira dictar sus clases, solvencia moral y académica, a la par de aprobar rigurosos sistemas de ingreso: concurso de oposición o de credenciales. Y al incorporarse se le determina cuántos cursos debe impartir, cuánta investigación debe desarrollar y cuánto y cómo debe enfrentar sus proyectos de extensión. Por lo general, en un profesor universitario el país ha invertido ingentes recursos económicos, y ese país espera de él la devolución en producción de conocimientos y el traslado de ese conocimiento a la sociedad. Sociedad de la que no puede desapegarse y, muy probablemente tampoco quiere hacerlo; está obligado por los fines institucionales superiores. Volvamos a la Ley: “Artículo 2. Las Universidades son Instituciones al servicio de la Nación y a ellas corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales”.
El profesor universitario y la institución que lo alberga son altamente respetables en cualquier país del orbe. La figura de un profesor universitario ha sido tradicionalmente apreciada y valorada en su comunidad, en el país, en el mundo. Luciría hasta innecesario exponer todo esto hoy aquí si no fuera por la extrema situación de agobio que hoy padecen el profesor y sus universidades en un modelo por demás caótico de país que nos tiene peligrosamente al borde de una intervención extranjera, no porque se haya malquistado con alguna nación vecina (Guyana es lo más cercano por el diferendo, en ese sentido, ahora) sino por el acoso que se impone desde el poder gubernamental a todos los venezolanos con el hambre, con la desatención en salud, en medicamentos. En esa misma situación del país estamos quienes debemos poseer el más alto nivel de conocimientos, el más alto nivel de respeto.
Se le desconoce a las universidades y a los profesores permanentemente su derecho a la salud con un sistema improvisado e inapropiado. Las condiciones físicas y materiales de nuestro trabajo son cada vez más depauperadas, escasean los mínimos materiales para el desempeño de las actividades; las bibliotecas, albergues del conocimiento, se reducen en sus funciones: están desasistidas en las posibilidades de adquisición de nuevos ejemplares en sus diversos formatos. El canalla atentado con la intervención fáctica de diversas instituciones universitarias por parte del gobierno es inmoral a la vez de ilegal, desconoce nuestra autonomía estatuida en la constitución con saña de voraz animal salvaje. Hasta lo más elemental se convierte en atropello permanente: electrificación y agua, otros servicios: dónde y cómo comer, cómo transportarse. Y, finalmente, la gota para el gran vaso rebasado: pretenden desconocer los más recientes ajustes económicos, colocándonos en una inaceptable, por irrespetuosa, escala ínfima de sueldos, ínfima e infame, sobre la escala ya ridícula existente, si se evalúan los alcances internacionales al respecto. Ese irrespeto y todas las condiciones vitales cercenadas en el país, en el campo laboral, son los productores directos de la diáspora de nuestros calificados profesores por el mundo. También de toda la ciudadanía, es verdad. Pero en el sentido universitario la pérdida es progresiva, en aumento y, temiblemente, de muy difícil recuperación. En Venezuela, por órdenes gubernamentales, se ha perdido el respeto a los profesores universitarios y a los recintos a las instituciones, que albergan su labor. Se ha perdido el respeto por el conocimiento y su difusión. Tenemos la obligación de recuperarlos sin demora alguna.
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