Desde el estallido de la crisis financiera de 2008 no ha habido región del planeta sin protestas callejeras. La lista es larga y el occidente desarrollado no es ajeno, arrancando por el 15-M español o el Occuppy Wall Street estadounidense.
Por Jesús Manuel Pérez Triana en Guerras Posmodernas
La Primavera Árabe, que tuvo su prólogo en El Aaiún en noviembre de 2010, sacudió desde Mauritania a Baréin. Por razones diversas, la gente salió a la calle en Argentina en 2013 y en Hong Kong en 2014. Sin olvidar Ucrania y Venezuela o más recientemente Nicaragua y Armenia.
Desde hace tiempo observo un fenómeno curioso. Las protestas estudiantiles y en defensa de unas pensiones públicas en Chile fueron saludadas por los mismos que aplaudían la represión de los estudiantes venezolanos y los manifestantes nicaragüenses que protestaban por la reforma de las pensiones. Me refiero a esa ultraizquierda parlamentaria española que se dedica, como la ultraderecha, a hacer metapolítica desde las redes sociales. Entonces caí en la cuenta de un indicador curioso que permite anticipar si una protesta social recibirá apoyo como ejemplo del pueblo en lucha o por el contrario será denunciada como una conspiración golpista de la CIA o una “primavera sorosiana”: los intereses geopolíticos rusos y los contratos de venta de armamento.
Casi podemos anticipar mecánicamente que allí donde la agencia ROSOBORONEXPORT haya firmado contratos relevantes para Rusia desde el punto de vista económico, geopolítico o ambos cuando surjan protestas contra el gobierno en las calles la legión de fans de Putin denunciará su falta de legitimidad y su falta de espontaneidad. Repasen la prensa y las redes sociales de los últimos meses y verán que la fórmula funciona como un reloj para los casos de Venezuela, Irán, Nicaragua y Armenia, sin olvidar los casos anteriores de Siria y Ucrania. Los bulos y las noticias falsas del aparato mediático del Kremlin nunca aparecen de forma inocente y son parte de una estrategia informativa.