Automatizadas sus incursiones en las redes sociales, en días recientes Nicolás Maduro recordó el 137º aniversario del decreto de Guzmán Blanco, consagrando el “Gloria al bravo pueblo” como Himno Nacional. Se dirá que el recordatorio nada tiene de particular, aunque es necesario advertir sobre el probable problema que pueden suscitar las disposiciones legales vigentes.
En efecto, la Ley de Bandera, Escudo e Himno Nacional de fecha 09/03/2006, en sus capítulos I y IV, reconoce el “Gloria al bravo pueblo” como Himno Nacional, pero no especifica la letra universalmente atribuida a Vicente Salias. Al parecer, no hubo necesidad de hacerlo, según la historia legislativa en la materia, siendo objeto de una reglamentación en la que, incluso, las más (auto) reconocidas dictaduras militares que tuvimos, solían respetar el legado. Sin embargo, no es descabellado pensar que el régimen prevaleciente hoy en Venezuela, cuya naturaleza es radicalmente distinta a la de los precedentes, incurra o pueda incurrir en una interesada y quirúrgica modificación, yendo al nervio mismo del imaginario social.
Imposible una nueva habilitación presidencial, espurio el artefacto constituyente que inventó, no podrá trastocar la ley, aunque sí pudiese alegar y usar sus facultades reglamentarias para pretextar alguna actualización histórica o historiográfica, conveniente al despliegue de una estrategia psicológica que lo reafirme, como aconteció con la bandera nacional al agregar la octava estrella, modificando puntualmente la ley del 10/02/1954. Consideremos que, siempre que les convenga, siendo uno el discurso antes de ejercer el poder y otro, al ejercerlo y muy desmedidamente, que los prohombres y relacionados del régimen son harto convencionales, celosamente ortodoxos y hasta ridículamente patrioteros al tratarse de la simbología o identidad nacional, pisando los terrenos del derecho penal (por ejemplo, véase el texto de Juan Martorano, en: https://www.aporrea.org/ddhh/a140840.html).
Estamos muy lejos de pretender que toda la vida social ha de regularse formalmente, haciendo objeto de leyes y reglamentaciones cualesquiera vicisitudes que se nos antoje. Existen países que ni siquiera cuentan con leyes para sus símbolos patrios, preservándolos eficazmente, pero – en nuestro caso – resulta indispensable evitar toda manipulación, pues, comprobado, los socialistas de esta hora tan aciaga, carecen de escrúpulos: defienden con una asfixiante retórica la soberanía que, continuamente, en la práctica, traicionan y, así, como en un despacho viceministerial, el titular celebra la única bandera que tiene sobre el escritorio, la de Cuba, como nos comentó consternado un dirigente del gremio profesoral que diligenció personalmente las demandas del sector, también nos ha hundido en una insólita hambruna.
Por consiguiente, la Ley de Bandera, Escudo e Himno Nacional urge de una preventiva reforma que puntualice muy bien la letra del “Gloria al bravo pueblo” y, aunque no seamos optimistas al respecto, no hay peor diligencia que la que no se hace. A nadie podrá sorprenderle que, mañana, por la vía reglamentaria, demuelan los versos e, incluso, los socialistas de esta hora, agreguen estrofas que canten al 4-F y al comandante eterno de sus insomnios.