En Venezuela vivimos una larga pesadilla chavomadurista, caracterizada por el hambre, la corrupción y la destrucción del país que veníamos siendo.
Sin embargo, a diferencia de las pesadillas del sueño, la que hoy sufrimos los venezolanos no termina aún porque no hemos despertado, como debía ser. Por diversas razones, seguimos siendo incapaces de terminar con ella, mientras cada vez más esa misma pesadilla sigue devorándonos con su carga de muerte, odio y destrucción.
Son veinte años ya de dominio por parte de una cáfila de desadaptados, resentidos y criminales, cuya incapacidad y corrupción han destruido un país que ahora podría estar entre los más desarrollados y progresistas del mundo, y no convertido en una nación donde campean la miseria, el hambre, la corrupción y las enfermedades.
No deja de ser una ironía que Venezuela, la misma que con Bolívar, Sucre y otros guerreros encabezó la lucha por la libertad de buena parte del continente suramericano, casi 200 años después se haya convertido en un país secuestrado por el despotismo autoritario de un grupo de forajidos que hoy la someten al hambre, la miseria y la tiranía.
Y más sorprendente aún resulta que hayamos permitido que esta opresión dictatorial se prolongue en el tiempo y que, en pleno siglo XXI, mientras casi todos los demás países del hemisferio constituyen democracias en pleno funcionamiento, la nuestra haya muerto y hoy la sustituya una mascarada que sólo oculta un perverso sistema inspirado por la monstruosidad castrocomunista.
Porque si algo debemos tener muy claro los venezolanos es que toda esta pesadilla no es una mera casualidad. No, en absoluto. Ella forma parte de la ofensiva de destrucción y arrase que desarrolla el actual régimen y que tiene objetivos muy claros.
El primero de ellos lo constituye la exclusión, el sectarismo y la división entre los venezolanos, con su carga de odios y enfrentamientos. El segundo objetivo ha sido la destrucción de las instituciones democráticas que venían funcionando regularmente desde 1958. Así, Venezuela ha retrocedido al siglo XIX, pues desde el poder se ha privilegiado el caudillismo y la violencia armada contra los ciudadanos y sus derechos, mediante la violación sistemática de la Constitución y las leyes.
Otro objetivo logrado por el régimen ha sido la destrucción de la clase media y el empeoramiento de las condiciones de vida de los pobres, depauperando a la primera y llevando a la miseria más deplorable a los segundos. Para lograr tan retorcido propósito ha liquidado las inversiones nacionales y extranjeras, desconocido el derecho de propiedad privada, cerrado miles de fábricas e invadido y arruinado otras miles de fincas agropecuarias productivas y, por consecuencia, acabado con millones de puestos de trabajo. Por eso mismo -y no por la mentira de “la guerra económica”- hoy escasean la comida, las medicinas y los empleos, al punto de convertirnos ya en un país africano marcado por el hambre y el desempleo.
Igualmente el régimen ha liquidado el progreso alcanzado luego de varios años por los venezolanos. Así, los logros fundamentales de la República Civil entre 1959 y 1998, que crearon una clase media en ascenso y sacaron de la pobreza a centenares de miles de familias, han sido destruidos por el empeño en establecer aquí un modelo calcado de la dictadura castrocomunista cubana, una de las estafas ideológicas más grandes de la historia, que ha hundido en el hambre y la pobreza a todo un pueblo entero desde hace 60 años. Lo mismo quieren hacer aquí: igualarnos por debajo para empobrecernos a todos, menos a la cúpula podrida del régimen, cada vez más rica.
A quien más ha perjudicado esta expresa y deliberada política de destrucción ha sido a la juventud venezolana, no sólo por la muerte de centenares de jóvenes en manifestaciones y protestas contra el régimen, sino también por cerrarle las puertas hacia un futuro mejor. Eso explica por qué millones de nuestros muchachos huyen hacia otros países en busca de mejores oportunidades.
Mientras tanto, el país se cae a pedazos, la anarquía avanza incontenible, las instituciones han sido destruidas, los servicios públicos no funcionan, la salud dejó de ser un derecho y hoy mueren muchos venezolanos por carecer de medicinas y de falta de atención médica en hospitales públicos o privados.
La onda destructora del régimen también ha condenado al hambre a muchos venezolanos, ya sea por haber arruinado el aparato productivo nacional con su consecuencia directa, el desabastecimiento y la escasez, y también por la mega inflación que ha liquidado la capacidad adquisitiva de los venezolanos. Por desgracia, sus menguados salarios ya no alcanzan para nada y cada día se les hace más difícil adquirir los alimentos necesarios para mantener a su familia.
Hay que despertar ya de esta pesadilla. Hagamos nuestra aquella significativa consigna del Papa San Juan Pablo II en una de sus visitas a Venezuela: “Despierta y reacciona. Es el momento…”
@gehardcartay