La calma retornó a Nicaragua, donde todavía se escucha el eco de cientos de balas que las fuerzas gubernamentales dispararon esta semana, especialmente sangrienta, en la que las armas sandinistas segaron la vida de 14 personas, pero no lograron callar las voces de una ciudadanía sedienta de paz.
EFE
“Resistiremos hasta que se vayan, aguantaremos hasta recuperar la paz y la justicia para Nicaragua”. Desde hace poco más de dos meses, el país centroamericano amanece cada día con el clamor de las consignas que forman ya parte de la rutina de un pueblo que sangra, que llora por las 212 víctimas mortales de una crisis sociopolítica, que colocó a la nación al borde de una guerra civil.
Rostros anónimos de estudiantes, campesinos, jóvenes de toda condición, ancianos y diversos grupos sociales hablan el mismo lenguaje, el lenguaje de la resistencia, de la lucha por la recuperación de una Nicaragua libre, un país alegre y feliz, tal y como lo recuerdan en un pasado que, aunque todavía cercano, el paso de los días lo difumina poco a poco.
La sospechosa calma que se respira en algunas jornadas hace temer lo peor. Los nicaragüenses saben que viven en territorio hostil, que en cualquier momento y lugar puede llegar una bala procedente de alguna trinchera que esconde a un francotirador sandinista, siempre listo para matar sin piedad.
“No caminen por el centro de la calla, péguense a la orilla, crucen deprisa, agáchense, vengan, vengan rápido, entren a mi casa, los tiros vienen de allá”. Palabras que se repiten en las calles día tras día. Los pobladores han aprendido a cuidarse entre sí, a velar por la seguridad mutua.
La aparente tranquilidad hace pensar que los sandinistas están preparando algo, quizá una masacre, saqueos, secuestros, o tal vez alguna estrategia que, a buen seguro, no será un anuncio de alto al fuego. Los ciudadanos lo saben, lo piensan y lo comentan entre ellos en un tono de voz casi inaudible, un susurro fruto del miedo constante.
Y ante las justificadas sospechas, los “chavalos” levantan más barricadas de adoquines arrancados de las calles a modo de protección y defensa, sabedores de que esa es su única baza para parar las balas de los fusiles de los que se han erigido como el mayor enemigo de quienes se han propuesto acabar con el régimen de Daniel Ortega.
Pero no solo el presidente está en la mira de los ciudadanos agotados por un régimen que se hace eterno. El mandatario cuenta con la mano dura de su esposa y vicepresidenta del Ejecutivo, Rosario Murillo, de quien dicen los nicaragüenses, es la ejecutora real de la crisis actual.
Según una gran parte de la población, ella es quien gobierna realmente, quien se hizo con el bastón de mando años atrás. Otros ven un tándem perfectamente articulado, apoyado por personas de su plena confianza que asienten a los deseos de sus “dioses” en las figuras de Ortega y Murillo.
Las protestas contra Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, comenzaron el 18 de abril por unas fallidas reformas a la seguridad social y se convirtieron en un reclamo que pide la renuncia del mandatario, después de once años en el poder, con acusaciones de abuso y corrupción en su contra.