Dijo López Obrador que no quería opinar sobre algunos gobiernos, dictaduras para todos y para Jorge Ramos, porque no quería que mañana los demás se metieran en los asuntos internos de México. Muy fácil posición, cómoda, pero muy clara en cuanto a la naturaleza política de un candidato marginal que ha logrado popularidad y captar votos, especialmente de los descontentos con el sistema mexicano de los últimos años, tal como ocurrió en Venezuela en 1998 cuando muchos se aliaron con el que sería luego su verdugo, Hugo Chávez, para acabar con los adecos y los copeyanos cuyas cabezas decía debía freír el revolucionario hoy difunto.
Es de esperar que los mexicanos no se coman el populismo de López Obrador, como hicieron los colombianos que rechazaron a Petro, el chavista que anunció otro “por ahora”, en claro mensaje de acuerdo con el Chavismo, anunciando, al mismo ritmo que acá en su momento, no llegaban al poder pero que seguirían en la lucha.
Estos candidatos suelen capitalizar el descontento con ofertas muy atractivas que resultan destructivas después. Engañan, manipulan, someten a través de la dádiva. La intención común es establecer un “nuevo” sistema político, económico y social que les permita perpetuarse en el poder, obligando a muchos a emigrar dejando el espacio más propicio para tal dominación.
La región se ha venido liberando de los “revolucionarios” del Foro de Sao Paolo, indicados de corruptos todos, presos unos y otros a punto. Ahora México, un pueblo hermano, tiene ante sí la oportunidad de decidir su futuro, sin complejos y sin engaños.
¡Ya veremos! Si llega López Obrador no solo México sufrirá el desatino de los descontentos, sino la región y más aún el pueblo venezolano que perderá un aliado y comprometido con la democracia y la libertad en Venezuela.
Robert Carmona-Borjas