José Luis Rodríguez Zapatero ha viajado 33 veces a Venezuela en el curso de los últimos tres años. Hace valer su condición de viajero frecuente en el curso de una entrevista concedida, el pasado 29 de junio, al diario argentino Clarín.
Zapatero insiste en describirse a sí mismo como un filantrópico y porfiado apóstol del diálogo entre Maduro y la hoy descoyuntada e inconducente oposición venezolana. La alternativa al diálogo, afirma, es la guerra civil.
“Hay que buscar el diálogo”, postula, perseverante. “Si no, ¿cuál es la alternativa? Provocar la implosión de Venezuela. Espero que ese designio no se convierta en realidad, porque si eso ocurriera viviríamos una catástrofe”.
Zapatero atribuye a ignorancia de la realidad venezolana el universal consenso de que Maduro usurpa la presidencia de la República gracias a unas elecciones convocadas por un organismo ilegítimo y supervisadas por un colegio electoral de paniaguados especialistas en chanchullos.
Denuncia lo que considera “prejuicios muy instalados” por la obsesiva fijación contra Maduro que ofusca a mucha gente dentro y fuera de Venezuela. Glosa el argumento madurista de que la oposición política no es auténticamente democrática, que entre sus figuras hubo quien apoyó el golpe de 2002 contra Chávez. “Yo he ido 33 veces, conozco la sociedad venezolana. Conozco los actores, lo que pasa. (…) En la hipótesis de que todas las críticas que le hacen a Maduro algunos Gobiernos o algunos periodistas fueran ciertas, la respuesta no es, ni tampoco es lo que corresponde, aplicar sanciones, aislarlo, presionarlo y llevarlo a un bloqueo financiero más intenso que el que tuvo Cuba”.
¿Habrá que decir que la catástrofe de la que habla Zapatero no es hipotética? Ya se había abatido brutalmente sobre millones de venezolanos mucho antes de que el expresidente del Gobierno español comenzase sus peregrinaciones al palacio de Miraflores. La hambruna, la escasez de medicinas, el cotidiano abuso contra los derechos humanos de quienes protestan por la criminal desaprensión del régimen, la hiperinflación, el acoso a la oposición política, el continuado fraude electoral y los 2,8 millones de venezolanos arrojados al exilio tampoco son hipótesis sino hechos incontrovertibles que fundan el repudio, ya no de “algunos”, sino de una cincuentena de Gobiernos al régimen de Caracas.
¿Por qué persevera Zapatero en abogar por Maduro bajo la capa de promover un diálogo del que nadie con algo de juicio espera ya nada en Venezuela?
Nadie, corrijo, salvo la logia de viejos routiers del chavismo e inextinguibles, añosas figuras del bipartidismo anterior a la era Chávez que integran la novísima Concertación para el cambio encabezada por el excandidato Henri Falcón.
Los argumentos que esta agrupación brinda en pro del diálogo con Maduro son llamativamente congruentes con los de Zapatero al pedir una nueva oportunidad para el mandatario. Tanto Zapatero como Falcón piensan que la farsa electoral del 20 de mayo fue una ocasión perdida por el resto de la oposición. De no haber mediado la abrumadora abstención de casi el 70% del padrón, afirman ambos, y si el descontento que ella testimonia se hubiese decantado hacia Falcón, quizá Maduro ya no sería presidente y acaso los venezolanos seríamos más felices.
La Concertación, es evidente, busca copar el vacío dejado por la desvencijada y desacreditada Mesa de Unidad Democrática. Nada placería más a Maduro que una oposición pelele, sin figuras de relieve ni lucha callejera, que aporte una pizca de gesticulación pluralista a las farsas electorales por venir y pintarrajear de democracia el rostro de la dictadura. Una tortuosa operación de cosmética política, en verdad. Tan tortuosa como fue la de tutelar los fementidos diálogos de República Dominicana y, como estos, a la medida del insumergible y habilidoso canciller Zapatero.
Solo que, a diferencia de entonces, esta vez sí podría resultar.
@ibsenmartinez