Una cruz de 150 metros, una basílica horadada en la montaña por presos políticos, y muchas flores frescas. Así es la tumba de Francisco Franco en el Valle de los Caídos, un monumento que divide a España y del que podrían salir en breve los restos del dictador.
“Han pasado generaciones y seguimos estando separados por una guerra que no hemos conocido”, lamenta bajo la inmensa cruz Cristina Campo, una mujer aragonesa de 42 años que vino de visita con su familia.
El gobierno socialista está trabajando para que se efectúe el traslado este mismo mes. Según el presidente Pedro Sánchez, en el poder desde junio, “España no se puede permitir, como democracia consolidada y europea que es, símbolos que separen a españoles”.
El general que ganó la Guerra Civil (1936-1939) tras un golpe de Estado contra la II República y dirigió el país hasta su muerte en 1975 podría estar pasando así sus últimos días en este monumento.
Al llenarlo con los cadáveres de miles de partidarios y también de republicanos, él mismo lo presentó como un lugar de “reconciliación”, pero sus detractores lo ven como un símbolo excluyente.
Ubicado a 50 kilómetros al norte de Madrid, en un paraje montañoso cubierto de pinos, el Valle de los Caídos impresiona por su inmensa cruz de granito y hormigón, de 150 metros de alto.
La cruz, visible a muchos kilómetros a la redonda, domina una gigantesca explanada y una basílica custodiada por monjes benedictinos, donde reposan los restos del “generalísimo”.
Los símbolos religiosos son omnipresentes, lo que ilustra “la simbiosis perfecta que había entre el poder que gana la guerra civil (…) y la Iglesia” católica, explica a la AFP el historiador Julián Casanova.
El pesado portón metálico de entrada, bajo una Piedad de basta factura, reproduce un Resucitado, junto con escenas de la Anunciación, el nacimiento y la Pasión de Cristo. Nada más entrar, una placa de piedra recuerda que el lugar fue inaugurado por Franco, “caudillo de España”, el 1 de abril de 1959.
Avanzando unos pasos, el visitante se ve apabullado por dos arcángeles masivos, que empuñan sendas espadas en forma de cruz. Arranca ahí una larga y lúgubre nave cavada bajo la montaña, con suelo de mármol negro, que desemboca en una cúpula dominada por un altar y un Crucificado.
De un lado de éste se encuentra la tumba de José Antonio Primo de Rivera, fundador del partido fascista Falange Española, fusilado por los republicanos en 1936, y del otro la tumba de Franco, ambas cubiertas con ramos de rosas y claveles.
– La familia, en contra –
“El acto de exhumar no es difícil (…) más o menos en una hora se podría hacer”, explica frente al monumento y rodeado de turistas Gabino Abánades, el hombre que el 23 de noviembre de 1975 dirigió la cuadrilla encargada de inhumar el cadáver embalsamado del dictador, tres días después de muerto.
Según él, “lo lógico y normal” es que los restos vayan a la cripta que la familia Franco tiene en el cementerio de El Pardo, cerca de Madrid.
Sin embargo, sus descendientes están en completo desacuerdo, pese a la promesa del gobierno de actuar “con el debido respeto”. Y argumentan que el único autorizado para aprobar la exhumación es el abad benedictino, en tanto que custodio.
“Los siete nietos, de forma unánime, han firmado una carta que han entregado al prior de la abadía benedictina, en la cual muestran su oposición a la exhumación”, explica Juan Chicharro, presidente de la Fundación Francisco Franco, que defiende la memoria del dictador.
– Un trato desigual –
En la construcción del monumento, entre 1940 y 1959, participaron unos 20.000 presos políticos del régimen, que a golpe de dinamita horadaron el risco en que se encuentra la basílica y edificaron también el monasterio benedictino y una hospedería.
En la montaña yacen los restos de unos 27.000 combatientes franquistas y de unos 10.000 republicanos, estos últimos sacados de fosas comunes y cementerios y llevados allí sin previo aviso a las familias.
Casanova incide en que los franquistas enterrados “tienen un registro de salida del cementerio y un registro de entrada en el Valle de los Caídos. En el caso de los republicanos (…) no hay registro de salida cuando se los llevan, y el registro de entrada es muy inexacto. Ése es el problema”.
Símbolo de un pasado difícil de digerir, el Valle de los Caídos sigue suscitando discordia. En los últimos días aparecieron pegatinas en algunas calles de Madrid con el lema “El Valle no se toca”, sobre una fotografía del lugar y una bandera española.
AFP