Ahora, en el país más grande de habla hispana, el vecino del sur del ‘gigante de occidente’, la segunda economía de América Latina, por primera vez en su historial un político que batea a la izquierda, curtido en política social ha ascendido al poder. Se ha convertido en el presidente con más respaldo popular en la historia de la tierra Azteca. No hizo falta, en cualquier caso, esperar los resultados oficiales. Sólo con las encuestas de salida, sus principales adversarios reconocieron y felicitaron su triunfo. La victoria supone un tsunami político. Eso, tiene su lectura y no es precisamente superficial.
Hace ya 18 años, México decidió ponerle fin a la hegemonía de poder a uno de los partidos tradicionales que llevaba las riendas por 70 años. Luego de décadas de alternancias, el país decidió abrirse a un gobierno de transición con miras a mejorar su realidad y su futuro. Esté triunfo es la constatación de que el país exige a gritos un cambio profundo. El hartazgo, decepción, rechazo y enojo con el sistema actual han podido más que cualquier otro factor. México le brinda la oportunidad a quien se lo había negado en dos ocasiones. Eso, no es poca cosa.
Aunque, en la actualidad todavía existen algunos personajes que aspiran el poder de sus países que se dejan dominar por “el gen stalinista” que llevan en sus venas y retroceden a sus naciones a la época feudal en donde el monarca gobernaba tiránicamente sin derecho a objetar y protestar por las migajas recibidas, los pueblos han ido evolucionando con el pasar de los años. El continuismo ya es repudiado en su totalidad en cualquier parte del globo. La gente siempre aspira un cambio o una transformación sin importarle la preferencia de “malo conocido qué bueno por conocer..”
Sin tenerla fácil porque aún siguen considerado que el nuevo presidente tiene escondido al lobo detrás de un discurso de reconciliación y tranquilidad para el sector empresarial e inversor, ha sabido incorporar críticos a su proyecto y manejar muy bien a sus furibundos detractores este nuevo líder del pueblo mexicano recibirá un país con problemas económicos, la mayor ola de violencia en 80 años, una incierta renegociación de su principal acuerdo comercial, escándalos de corrupción, múltiples denuncias por violación a derechos humanos entre otros puntos en sus primeros días de gobierno.
Por si fuera poco, con la principal fuerza en el Congreso, pone a la izquierda ante un reto ingente, en la medida de que el triunfo lo ha logrado en coalición con un partido. En el polo idelogo opuesto, la formación evangélica se prepara para tener en el Congreso un peso que jamás había soñado. El nuevo gobierno nacional contará con el apoyo de los gobiernos de las entidades regionales y locales. México afronta desde ya una nueva era. Un desafío que trasciende a un país de más de 120 millones de personas, que han decidido abrirle la puerta del poder a la izquierda.
El futuro de los partidos tradicionales de México luce algo fuerte e incierto. Empieza una travesía en el desierto al no tener resultados concretos. Tendrán que solventar sus problemas internos, limpiar su fachada de colaboracionistas, corruptos y hegemónicos, hacer política de altura con propuestas y mejoras para el pueblo al que se deben. El próximo año será trascendental para todos ellos. Ahora, lo imperioso en este momento para los espectadores del mundo es cultivar aún más el concepto del espectro político que se posea, nutrirlo y mejorarlo para no rechazarlos de buenas a primeras, sacarle el mejor jugo y análisis a los procesos que el mundo tenga ya que, todo tiene una lectura y un por que.
@JorgeFSambrano
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