El comunismo soviético y el fascismo alemán le mostraron al mundo un nuevo tipo de tiranía: un gobierno despótico inspirado en un sistema de creencias y en un ambicioso ideal moral. Estos dos elementos (creencias e ideales) justificaron el uso ilimitado de la violencia en ambos casos y llevaron la aniquilación a un nuevo nivel. El comunismo soviético y el fascismo alemán, mediante una inusual combinación secular de creencias y terror, le confirieron un nuevo carácter al despotismo e instituyeron una nueva forma de tiranía: la tiranía totalitaria.
Las tiranías totalitarias fueron tiranías inspiradas en ideas más que en ambiciones o intereses brutos; en la puesta en práctica de proyectos revolucionarios regeneradores más que en las ventajas del poder o en el bienestar de la riqueza; concibieron la destrucción y el exterminio como un imperativo moral más que como un medio pragmático al servicio del poder; estuvieron conectadas con sus propios pueblos y fueron defendidas por ellos a pesar de toda su dureza. Las nuevas tiranías instituyeron una forma de dominación extrema (total) que amalgamaba creencias y terror de una manera única. Veamos.
Creencias e ideales
Las nuevas tiranías modernas, a diferencia de las tiranías tradicionales, no fueron producto del autointerés del gobernante o de su entorno y justificaron su conquista del poder más allá de él. A diferencia de las tiranías antiguas, las nuevas tiranías modernas contaron con una base ideológica que las impulsaba a tomar y a permanecer en el poder, que definía su ejercicio y justificaba toda su crudeza.
El comunismo soviético tuvo como base ideológica el socialismo marxista. El socialismo marxista consideraba la propiedad privada como la causa principal de los grandes males sociales de la humanidad (la desigualdad, la explotación y la pobreza) y estimaba su erradicación como nuestra liberación definitiva de ellos. Veía en la lucha violenta entre las clases la fuerza que movía la historia y en la superestructura de la sociedad (instituciones políticas, jurídicas, culturales y religiosas) la manifestación de los intereses de los sectores dominantes. Concebía al capitalismo como un sistema económico perverso que daba lugar a formas de vida degeneradas y al comunismo como el único modo de producción y apropiación capaz de hacer posible una sociedad auténticamente humana. Creía que el capitalismo –como el capitalista y la cultura burguesa- estaba destinado a desaparecer y que un modelo económico y una nueva sociedad de corte colectivista -verdaderamente justas- emergerían en su lugar.
El fascismo alemán tuvo como base ideológica una forma de darwinismo social: un darwinismo que combinada una visión jerarquizada de las razas con nociones del ideario pangermánico y algunos de los conceptos más extravagantes de Nietzsche. El nazismo alemán creía en la superioridad de la raza aria y en su alto destino histórico. Aspiraba la reunificación social y política del pueblo alemán diseminado por Europa y contemplaba la conquista de un “espacio vital” para su adecuado desarrollo. El pueblo judío y la cultura judeo-cristiana constituían, entre otros, los principales obstáculos en esta aspiración y en este destino. La sociedad germánica tenía el imperativo histórico de reencontrarse consigo misma y con sus propias fuerzas originarias para regenerarse y regenerarlas, para optimizarse y optimizarlas.
El conjunto de creencias básicas e ideales que unos y otros adoptaron hizo posible toda la destrucción que pudimos conocer posteriormente. La historia más sombría tanto del comunismo soviético como del fascismo alemán es consecuencia directa de las ideas básicas que profesaron y de sus respectivos intentos por hacer realidad los anhelos asociados a ellas.
Violencia y terror
Para las tiranías tradicionales, la violencia y el terror fueron recursos inherentes a la conservación del poder. Sin embargo, la violencia y el terror, para las antiguas tiranías, sólo fue eso: medios pragmáticos al servicio del control del poder. Las nuevas tiranías modernas, en cambio, a diferencia de las tiranías tradicionales, contaron con una base doctrinal que justificaba y estimulaba el uso la violencia y el terror al margen de la mera conservación del poder. Para estas nuevas tiranías modernas, la violencia y el terror fueron recursos buenos (moralmente idóneos) al servicio de buenos ideales.
El socialismo soviético aspiraba recrear la humanidad por medio de la emancipación de la sociedad de cualquier forma de alienación o mal social. Para conseguirlo, debía emplear un programa de reingeniería social radical (erradicación de clases sociales e instituciones). El fascismo nazi, por su parte, deseaba regenerar la humanidad por medio de la restauración de la raza aria. Para lograrlo, debía implementar un programa de “higiene racial” extremo (eliminación de razas). Para ambos, la violencia y el exterminio eran medios naturales inevitables y correctos para materializar sus respectivos ideales.
La destrucción y la aniquilación provocadas por el Estado soviético y por el Estado nazi no fueron elementos accidentales o fortuitos; fueron aspectos inherentes a sus propios sistemas de creencias. Dentro de estos sistemas, la violencia adquirió un nuevo significado y una nueva cualidad moral. Se convirtió en un método de profilaxis social al servicio de un proyecto “redentor”. Y, tal como ocurrió con el antiguo inquisidor, esta visión no sólo le permitió, al comunismo y al fascismo, provocar las mayores desgracias y realizar los peores abusos, sino –peor aún- acometerlos con buena conciencia y rostro feliz.
El sistema de creencias básicas del comunista y del fascista fue la principal justificación –y el mayor estímulo- para el uso extremo de la violencia y la puesta en marcha sistemática de la destrucción. Las nuevas ideologías políticas fueron, así, formas contemporáneas de “opio” social: discursos interesados orientados al engaño colectivo y al autoengaño personal con el propósito de mantener un estado de dominación.
Control y dominación
Las nuevas tiranías modernas, a diferencia de las tiranías tradicionales, extendieron su poder e influencia a todos los ámbitos de la vida social (pública y privada) y ejercieron un control férreo sobre cada una ellas. Para las nuevas tiranías modernas, el control de cada uno de los elementos y procesos de la vida social por parte del Estado constituía un aspecto inseparable del ejercicio del poder.
Los grandiosos proyectos de reforma social adelantados por el Estado soviético (la construcción del “hombre nuevo”) y por el Estado fascista (la “regeneración de la humanidad”) requerían una intervención dramática y exhaustiva de la sociedad en todos sus órdenes: la eliminación revolucionaria de un antiguo estado general de cosas y la construcción de una nueva realidad dirigida verticalmente desde arriba. La construcción de esta nueva realidad exigía la reeducación total de la población, la creación global de nuevas instituciones y la vigilancia permanente e ilimitada sobre ambas (población e instituciones).
Las nuevas tiranías modernas fueron, de este modo, sistemas de orientación y control total, sistemas de dominación y opresión de toda la sociedad. Junto con el apoyo de la propaganda, el culto a la personalidad del líder y los nuevos mecanismos de control social (trabajo, vivienda y alimentos), las nuevas tiranías modernas fueron más allá de las tiranías tradicionales y consiguieron algo que las antiguas tiranías no solían conseguir: la cooperación activa de la población ya físicamente sometida, la sujeción mental y la servidumbre voluntaria de las masas.
El Estado soviético y el Estado fascista alemán fueron adversarios y se enfrentaron mortalmente entre sí. Sin embargo, eran la cara y la cruz de una misma moneda: ambos persiguieron dos proyectos utópicos y elaboraron un gran relato épico de reparación y redención; ejercieron el poder de la misma forma absolutista y sectaria y conformaron sociedades cerradas y homogéneas altamente jerarquizadas; fueron exponentes de una forma análoga de “tribalismo moral” y crearon unos ambientes sociales tóxicos; instituyeron un estado permanente de agitación y llevaron sus sociedades al colapso y a la desintegración.
El Estado soviético y el Estado fascista alemán constituyeron las dos mayores catástrofes humanas del siglo XX y dos de las peores formas de despotismo conocidas. Las nuevas tiranías modernas ratifican que la tentativa humana de poner el poder ilimitado al servicio de la utopía conduce, inexorablemente, a la misma forma de opresión y colapso (la distopía totalitaria) y al mismo tipo de verdugo (el Estado inquisidor interesado). La historia reciente de las nuevas tiranías totalitarias hace una vez más evidente que la reunión de utopía y poder ilimitado es una conjunción muy infortunada que una sociedad debe evitar a toda costa por cualquier medio.