En Vente Venezuela siempre hemos estado de acuerdo en que tenemos que dirigir toda nuestra fuerza ciudadana hacia un mismo propósito; sacar el régimen, salvar a Venezuela, reconstruir nuestro país. Coincidimos además que es urgente la salida de esta tragedia, ya que cada día que pasa se traduce en pérdidas irreparables.
En esta oportunidad, quise escribir sobre una experiencia que me ha conmovido muchísimo, pero que además le ha dado soporte al estar aquí de pie luchando por mi país.
Hace aproximadamente 9 meses, me encontraba bastante afectada por la diáspora, ya me había tocado despedir a varios integrantes de mi familia y a mi última amiga de la infancia. Al mismo tiempo, me tocó enfrentar la enfermedad de un ser querido, cuya situación me generó muchísima preocupación por no encontrar el medicamento que necesitaba.
Durante mi tortuoso recorrido por todo el centro de Mérida en búsqueda del tratamiento me encontré haciendo una cola en una farmacia ubicada en el Mercado Principal de la ciudad. Decidí reaccionar ante aquella situación y aprovechando el aglomerado de personas que probablemente estaban atravesando la misma angustia, me atreví a dirigirme a ellos y saludé en voz alta “Buenas tardes merideños” para dar pie a expresarles todo lo que estaba viviendo aquel día caótico.
Siempre con el mensaje final de que tenemos la responsabilidad de seguir luchando, recuerdo que textualmente les dije “no es fácil hablar de libertad en estos momentos tan duros, pero siento que mi deber es hacerlo y el de ustedes también, debemos sentirnos orgullosos de ser Venezolanos, de ser Merideños indoblegables, valientes, libertadores.”
Casi de inmediato entre las sonrisas, bendiciones y aplausos sale un joven, cuya edad calculé en unos 17 años, me abraza sonriente y dice reconocerme por la lucha que hemos dado llamándome por un sobrenombre que mucha gente me suele decir de cariño, me presenta inmediatamente a su madre que la tenía a un lado quien seguidamente me toma fuerte de la mano y mirándome a los ojos dirigió hacia mí una bendición. “Claro que seguimos luchando por Venezuela” fue la despedida que recibí de aquel muchacho.
Ese día salí renovada del mercado principal, ya que además de lograr conseguir el medicamento que buscaba, me fui satisfecha de dejar ese mensaje a todos los que se encontraban en el lugar. Pero la historia no termina allí.
Hace un mes, otra vez afectada por la situación del país, me sentía abatida porque, y lo cuento sin ánimos de generar lastima, estaba comiendo dos veces al día; me acostaba temprano y dormía hasta tarde cuando no tenía clases para que no me diera hambre en la mañana y así poder rendir la comida.
En esos días, logré vender algunas pertenencias a las que ya no le daba uso y logre reunir dinero para realizar un mercado medianamente surtido; me sentí un poco aliviada al mismo tiempo que debía asistir a una actividad del partido, salí con mis volantes y mi camisa azul y al llegar a la actividad noto a unas señoras haciendo una cola para comprar harina, se veían bastante agobiadas, me dirigí a ellas y me presente. Hablé muy pausado y con mucha serenidad, tratando de llamar su atención de forma sutil. Fui haciendo contacto visual con cada una de ellas y empecé a sentir que lo había logrado, tenía la atención que quería para poder darles mi mensaje:
“No es fácil hablar de esperanza cuando tal vez no tengas nada en el estómago, pero yo confío en que ustedes al igual que yo sacaremos este país adelante, Venezuela es hermosa y no nos permitimos abandonarla”. Sobrevinieron aplausos y me sentí fortalecida.
Al darme media vuelta posaron unas manos frías y suaves sobre mi brazo. Al voltear vi a una señora de baja estatura y con lágrimas en los ojos que me resultaba muy familiar, me da un abrazo y me dice: “murió, él murió libre” yo le pregunto que quien había muerto, y me contesta ya envuelta en llanto: “Mi hijo, recuerdas que hace tiempo en el mercado principal él te saludo, era mi hijo mayor y se encargaba de ayudar con los gastos de la casa. El año pasado siempre llegaba con olor a gasolina, sucio del mugre que recogía en la calle, y me decía que al otro día íbamos a salir del estado de calamidad en el que vivimos porque él iba a tumbar esta dictadura, y no íbamos a pasar más nunca por esto”.
De inmediato bajé la mirada y me pedía a mí misma no llorar. Ella continuó: “Murió porque él iba llegando a la casa y escucho unos gritos de un muchacho que estaban robando, él fue corriendo para ayudarlo y lo apuñalaron, yo salí a mirar que sucedía entre aquel escándalo y me lo encontré tirado y ensangrentado, intentamos llevarlo al hospital, pero llegó sin vida”.
Ante aquella avalancha de emociones, yo solo le apreté la mano y le dije que lo sentía mucho, ella se calmó y sonrió genuinamente diciendo “Mi muchacho murió libre, porque el siempre soñó con la libertad y eso le bastaba para sonreír todos los días”.
Aquel día me fui de allí dispersa, tenía ganas de llorar. Al llegar a mi casa reflexioné por largos minutos, comencé a experimentar un sentimiento de profundo orgullo, nunca antes sentí tanta motivación para seguir luchando, nunca antes sentí tanto compromiso de que hay que continuar y lo tenemos que lograr.
A esos valientes les juro que no abandonaré esta lucha por la democracia y la libertad. Ustedes son mi razón para seguir. Ustedes son mis hermanos a los que siempre rendiré honor.
@VeroMezz
Coord. Vente Joven Mérida