Confieso que me costó mucho escribir este artículo. Lo hice por lo que ha significado la detención arbitraria y aislamiento del diputado Juan Requesens. La tortura como método de sometimiento e instrumento político en Venezuela la inauguró Juan Vicente Gómez quien con su policía llamada “La sagrada” implantó el terror en los calabozos de La Rotunda, hoy Plaza La Concordia en Caracas. Fueron muchas las víctimas, pero sobresalen dos: Pio Tamayo y Jóvito Villalba quienes soportaron los rigores de aquellos hombres sin alma dirigidos por Nereo Pacheco. Muerto Gómez se abre un paréntesis con los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita donde la represión da paso a la lucha política abierta y en las cárceles no se documentan casos de tortura física porque no había presos políticos, al menos cuando Medina. Con el golpe de Estado de noviembre de 1948 y luego con Pérez Jiménez en el poder se estableció una política represiva muy agresiva contra los partidos políticos y quien llevó la peor parte fue AD y luego el PCV. La Seguridad Nacional dirigida por Pedro Estrada sembró el terror entre los activistas políticos usando un sofisticado aparato represivo cuyo ejecutor fue Miguel Silvio Sanz. Aparte de los asesinatos de Ruiz Pineda y Pinto Salinas, entre tantos muchos, un caso de crueldad fue el de Luis Hurtado Higuera, quien fue un dirigente sindical adeco. Fue detenido por una comisión de la Seguridad Nacional cuyos integrantes eran José Vicente Pacheco (Pachequito), Jesús Añez (el Alcatraz), Gregorio González, entre otros. Luis Hurtado fue molido a golpes y al fallecer fue envuelto en dos colchones y desaparecido. Los detalles de este hecho se conocieron al caer Pérez Jiménez y confesar uno de los implicados en el asesinato. A la lista de torturadores de Pérez Jiménez y Pedro Estrada hay que agregar a dos que se hicieron muy famosos hasta 1957: el bachiller Castro y uno llamado “Suela de Espuma”. Caído Pérez Jiménez, los jefes de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada y Manuel Silvio Sanz lograron huir. Otros no, y les cayó el largo brazo de la justicia. Algunos fueron linchados en medio de la ira popular al tomar el pueblo la sede de la Seguridad Nacional.
Con la declaratoria de la guerra por parte del PCV y el MIR contra el gobierno de Rómulo Betancourt en 1961, la acción represiva de la Digepol (sustituta de la Seguridad Nacional) tuvo episodios lamentables como la muerte de Alberto Lovera, capturado por el famoso “Capitán” Vegas y Olimpo de Armas. La muerte de Lovera fue un escándalo nacional en 1965 y de allí saltamos al caso de Jorge Rodríguez en 1976. Éste cae preso y es sometido a torturas en la Disip, que había sustituido a la Digepol, dada la mala imagen de este cuerpo policial. Jorge Rodríguez fue torturado con saña hasta la muerte. Era presidente Carlos Andrés Pérez y Octavio Lepage ministro del Interior. La opinión pública reaccionó con indignación ante el hecho y recuerdo la rueda de prensa de Lepage reconociendo el hecho y mostrando las caras de los cuatro funcionarios implicados en el homicidio de Rodríguez y señalando que los mismos pasarían a la orden de un tribunal para su condena. Y así fue. Un torturador es un ser enfermo, tanto él como quien le da la orden. El torturador imbuido en la tortura piensa que el poder es para siempre y que nunca enfrentará la justicia. Grave error. Los jefes se van y ellos se quedan. Que Requesens haya estado aislado durante cuatro días es indicativo de que algo le estaban haciendo. Los hechos lo demostraron. Quienes ayer criticaban la tortura hoy callan.