Los realistas que fueron contemporáneos de estos sucesos, han descrito el funesto terremoto que asoló a media Venezuela como un castigo de Dios por el atrevimiento republicano en usurpar el poder del Rey de España, por atentar contra el clero y abolir los principales “fundamentos” que sostuvieron la sociedad colonial. No hay que olvidar que a lo largo de la contienda la mayoría de los obispos y prelados de la jerarquía eclesiástica fueron fervientes partidarios de la causa del Rey y en esta circunstancia no desaprovecharon la ocasión para utilizar la catástrofe como medio de propaganda para desacreditar a los republicanos.
Para el Arzobispo de Caracas, Narciso Coll y Prat (1754-1822), cabeza de la Iglesia venezolana en ese entonces, el terremoto vino a significar el pronunciamiento de Dios respecto a los revolucionarios: ”El terremoto del jueves santo veinte y seis de marzo de aquel propio año, así como fue el merecido azote con que el Cielo vengó tantos delitos, tantas impiedades, y la sacrílega profanación de igual día de ochocientos diez, fue considerado bajo otra relación el medio próximo que la divina Providencia empleó para la disolución de los nacientes Gobiernos, que abortados en el tumulto, y reglados por principios exiciales, iban en alcance de los religionarios, y de todos los antisociales que habían de producir la anarquía. Dios, según la expresión del Profeta, volviendo de un profundo sueño, levantó su brazo, e hizo conocer que jamás el pecador le insulta impunemente. Pocos segundos fueron bastantes para dar a conocer una parte de su justicia.
Y no nos cabe la menor duda de que este desgraciado infortunio de la naturaleza, que llevó a la tumba a 13.000 personas, desmoralizó casi por completo las aspiraciones más genuinas de los dirigentes de la Primera República venezolana en lograr mantener y darle continuidad al proyecto iniciado en la histórica jornada del 5 de julio de 1811. En un documento de la época emanado por el Ayuntamiento de Caracas, ésta vez en manos de los realistas, se describió el suceso:
“A las cuatro y siete minutos de la tarde del Jueves Santo, hora en que dos años antes se despojó a las autoridades legítimas, se cerraron los Templos, y se abandonaron del todo las Santas solemnidades, el omnipotente manifestó su ira contra estos Pueblos, sacudiendo la tierra con un terremoto espantoso, y destruyendo en pocos instantes la obra de tres siglos. Caracas vio arruinar una grande parte de sus edificios, caer casi todos sus templos, y perecer bajo sus escombros más de cinco mil habitantes. La Guaira y sus pueblos circunvecinos, Barquisimeto y San Felipe quedaron del todo exterminados, siendo proporcionadamente mayor en ellos la mortandad y los desastres”.
Una fuente importante para reconstruir las vicisitudes de los primeros tiempos de la revolución venezolana fueron los informes de los distintos Administradores de Correos provinciales, quienes los elaboraron en su momento para mantener informados a sus superiores en la península de las convulsiones políticas que en Venezuela se estaban viviendo. La magnitud del terremoto no podía dejar de escapar la siguiente observación realizada por el funcionario de Correos en la ciudad de Maracaibo:
“… en este lastimoso estado se hallaban hasta el día 26 de marzo pasado (Jueves Santo, día memorable por todos títulos y en que prendieron a las autoridades legítimas en Caracas el año de 1810) a las cuatro y cuarto de su tarde hubo un temblor de tierra que derribó la mitad de los edificios de Caracas, según dos avisos del Gobernador de Curazao al de esta ciudad han muerto más de 10.000 personas; en el Puerto de la Guaira han quedado únicamente cinco casas, todas las fortalezas desechas sin que haya quedado un solo cañón, se calculan los muertos a 30.000, de otro puerto se han fugado varios españoles que estaban en bóvedas y han llegado a Curazao.
En otro día y hora en la ciudad de Barquisimeto estando las insurgentes tropas de Caracas en número de 2.000 acaudillados por el infame español D. Diego Jalón, echando brindis y jurando nuevamente la Independencia fueron sepultados en aquel instante desapareciendo hasta los árboles, y quedando la tierra abierta echando un olor fétido; las citadas tropas venían a auxiliar a las que tenían en Siquisiqui, y ciudad de Carora, por haber ocupado las nuestras, estas en número de 300 al mando del teniente coronel don Domingo Monteverde, el 19 del pasado acometieron a mil de aquellos, los derrotaron completamente, quedando en poder de Monteverde hasta lo más mínimo, quien ofrece adelantar la conquista de Venezuela; visiblemente nos favorece el Altísimo de todos modos, pues aquí el temblor no ha causado el más leve daño”.
Monteverde y su escasa tropa tuvo la gran suerte de no verse afectado por esta convulsión de la naturaleza, de la misma manera que las ciudades realistas de Maracaibo y Guayana, mientras que las zonas republicanas, salvo en el oriente, se vieron todas muy afectadas.
Las torpes medidas de gobierno en los distintos ámbitos como consecuencia de la inexperiencia política de los legisladores y jefes venezolanos; la debilidad propia del sistema federal adoptado por la nueva Constitución; la incapacidad operativa de un Ejército improvisado y desmoralizado en articularse con las exigencias y necesidades políticas del nuevo gobierno, y el terremoto de 1812, crearon las condiciones para que la reacción realista bajo el liderazgo de Domingo de Monteverde tuviera el impresionante éxito que tuvo.
Los planes ofensivos que se pensaban llevar a cabo con una expedición invasora hasta Guayana fueron pospuestos. Miranda, jefe militar de los ejércitos republicanos, sólo tenía mando efectivo sobre sus tropas más cercanas alrededor del dispositivo central y su ascendencia sobre esa tropa demostró en la práctica no ser la mejor. Cada provincia aliada tenía que asumir la defensa de su territorio y la ayuda que podía esperar de algún vecino era algo remoto, tanto por la escasez de recursos militares como por las largas distancias que se tenían que recorrer. Esta situación bien sirve para explicar los espectaculares triunfos de Monteverde en 1812 y de Bolívar en 1813, donde ambos con un pequeño ejército pudieron conquistar las principales ciudades del occidente del país en una marcha triunfal hasta la capital Caracas. La velocidad en los movimientos y la audacia en sostener acciones militares en cualquier terreno con la determinación adecuada, fueron actitudes usadas por estos dos jefes. Mientras avanzaban y se iban apoderando de los pueblos y ciudades, sus fuerzas y víveres también iban en aumento; las fuerzas derrotadas rápidamente pasaban a engrosar las filas del Ejército triunfador, que les premiaba con los consabidos saqueos sobre los bienes y las propiedades que se iban tomando a lo largo de la campaña. No pocas autoridades realistas se encargaron de denunciar los abusos cometidos por Monteverde a lo largo de su campaña.
Con el terremoto de 1812 y la “guerra de conquista” que practicó Monteverde el clima de anarquía se apoderó del país; las instituciones más importantes colapsaron y los movimientos migratorios internos fueron algo constante, motivado por la búsqueda de la tranquilidad y seguridad. El país empezaba a vivir en carne propia los sufrimientos de una guerra que iba en escalada y cuyas consecuencias nadie se atrevió a prever.
Dr. Angel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ