Hablar de la unidad de las fuerzas democráticas en Venezuela luce como un tópico, un lugar común, un “llover sobre mojado”, porque todo el mundo cree en su sensata pertinencia, pero no termina de consolidarse. Sin embargo, no seguir insistiendo en la unidad, para cambiar de régimen, habida cuenta de la continuidad del camino hacia el precipicio a que nos lleva este gobierno, más que un desatino sería un crimen, con lo cual daríamos la razón, mutatis mutandis, a la premonición de Unamuno en la época de preguerra civil, cuando decía: “Tengo los más agoreros presentimientos. Nadie ve claro y muchos no quieren mirar”. Esto, aquí y ahora, debe revertirse de inmediato. En el marco de nuestro 77 aniversario, queremos abordar este tema unitario sin esguinces.
No soy de los opositores a este régimen que cae en el chantaje del radicalismo, según el cual, todos tenemos la misma responsabilidad frente a lo que ocurre en la arena política, porque eso tampoco es cierto y se trata de una terrible injusticia, pero la diáspora que se observa, en el sector opositor, debe ser corregida, precisamente, para enfrentar decididamente a esos críticos irreflexivos de la unidad y la necesaria derrota de su insensata política. Hacia allá va esta propuesta.
Desde AD tenemos mucho tiempo insistiendo, que para lograr la unidad debemos colocar los bueyes delante de la carreta y no al contrario. Eso de hacer cálculos personales, de parte de algunos “predestinados”, imaginando que el gobierno está caído y, en consecuencia, de lo que se trata de dilucidar es quién va a ser el próximo Presidente es, por decir lo menos, una fantasía fútil, pero perversa. Esa memez no luce como desatino, sino como tema siquiátrico de urgente tratamiento, chaqueta de fuerza incluida.
Vamos, entonces, a tratar de superar esa necedad planteándole a la nación un plan coherente de salida a la crisis y de recuperación de Venezuela.
La alternativa democrática venezolana ha tenido y sigue teniendo, a pesar de sus obvias diferencias, algunos triunfos y grandes méritos. Entre los primeros: haber logrado derrotar a un gobierno de tendencia totalitaria y comunista, en varias oportunidades; la más importante de todas cuando logró controlar, gracias a su unidad, la Asamblea Nacional. Por cierto, es menester decir que nuestro Parlamento sigue jugando un rol estelar, al ser la institución donde se refugia la única resistencia legal al régimen, lo que nos ha dado la imagen institucional que permite el reconocimiento de los organismos multilaterales del mundo civilizado.
Los méritos, también son muchos, pero mencionemos el más relevante: haber logrado, durante más de veinte años, ponerle la mano en el pecho a los comunistas de todo el mundo que han querido instaurar en Venezuela una ideología de reemplazo (Carrera Damas dixit), al fracasado régimen atrasado y sangriento de las dictaduras de izquierda en el mundo. Frenarlos e impedir, hasta ahora, su entronización definitiva es un mérito, pero es imprescindible derrotarlos y hacia allá debemos marchar.
Hemos venido observando con optimismo creciente cómo, sin declararlo expresamente, los principales voceros de la alternativa democrática han venido coincidiendo en los temas económicos que debemos acometer, de consuno, para revertir este desastre que va a acabar con Venezuela.
Superar los antiguos prejuicios ideológicos -que no solo han atado las manos de los principales actores del régimen, sino también a muchos de nosotros, herederos de un populismo demodé imposible de sostener- es una necesidad que se ha entendido y debemos revertir definitivamente.
La alternativa democrática venezolana tiene, en Venezuela y en el exterior, los técnicos más preparados, brillantes economistas y los más experimentados hombres de Estado de América Latina. Hay que hacerlos trabajar, a todos juntos, en torno a un programa coherente de largo aliento para proponérselo a los venezolanos y acordarnos en torno a temas que eran tabú: como la privatización de empresas que han sido estatizadas, la unificación cambiaria, el déficit fiscal cero, la autonomía del Banco Central y de PDVSA, el incentivo a la libre competencia, el empoderamiento de los emprendedores, la reforma laboral y todo un plan económico global para poder acudir a los organismos multilaterales de financiamiento a corto, mediano y largo plazo. Todo lo cual nos permitirá resolver los urgentes problemas de hambruna, desabastecimiento, paralización productiva petrolera e industrial y un largo etcétera, que debemos acordar resolver sin complejos ideológicos de cualquier tipo.
Si nos ponemos de acuerdo, desde aquí y el exterior, sobre el plan de gobernabilidad de los próximos veinte años, no nos debería importar, entonces, quien sea el próximo Presidente porque, en lo adelante, serán todos demócratas… siempre y cuando salgamos, antes que nada, de esta pesadilla. Para salir de ella, todos debemos imbricarnos en la lucha social permanente, al lado de la protesta, con el proyecto de una nueva Venezuela aprobado con antelación, que revele a todos los venezolanos la inviabilidad de un gobierno distinto al que proponemos.
Esa es nuestra propuesta y esperamos oír otras para concretarlas de una vez, porque así, solo así, podremos decir: ¡sí hay futuro en Venezuela!
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