Nicolás Maduro copia todos los días las recetas comunistas que se encuentran en las páginas del Manual del Dictador, escrito y guardado en algún lugar por Fidel Castro. El éxodo de 2.3 millones de venezolanos que, según la ONU, se han marchado de Venezuela hacia diferentes países de América Latina, Europa y Estados Unidos, no ha sido un hecho producto del azar. Todo indica que fue parte de una estrategia gubernamental, dirigida, provocada y estimulada por la tiranía para que en Venezuela sólo se queden aquellos que no tienen otra cosa que no sea depender, económica y políticamente, del régimen.
El colapso de los servicios públicos como agua, luz y transporte; la destrucción de la infraestructura vial; el deterioro de la calidad de vida de los venezolanos; la escasez de alimentos y medicinas; la aniquilación del aparato productivo; las expropiaciones; la toma por la fuerza de empresas privadas; el corralito financiero; el estrangulamiento de la banca privada; la destrucción de las escuelas, liceos y universidades públicas y privadas; las persistentes fallas en el servicio de internet; y más recientemente, el censo de transporte automotor y la venta de gasolina mediante el carnet de la patria, forman parte de un plan destinado a crear las condiciones para que mucha gente salga despavorida del país.
Nada ha sido casual. Todo ha sido fríamente calculado. Maduro y sus asesores cubanos hicieron todo lo necesario para expulsar sin decreto a casi 3 millones de personas que desde los últimos 2 años han tomado la decisión de irse bien lejos. Si a eso se suma el hecho de que las fuerzas opositoras venezolanas lucen desconcertadas, perdidas en el espacio, como un barco a la deriva, sin un plan de acción, sin una hoja de ruta, peleando por botellas vacías, jugando al sálvese quien pueda, es perfectamente comprensible entender porque hay mucha gente que ha tomado el difícil y tortuoso camino de emigrar, recorriendo miles de kilómetros a pie, y exponiendo la vida, en lugares tan peligrosos como el Páramo de Berlín, en Colombia, antes que quedarse en Venezuela, esperando una muerte casi segura.
Los cubanos tuvieron hace 28 años el éxodo de Mariel. Los venezolanos tenemos hoy día el éxodo de San Antonio. En la Cuba gobernada por Fidel Castro, más de 125 mil cubanos partieron del Puerto de Mariel hacia los Estados Unidos, entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980. Los venezolanos hemos tenido, desde 2015, el éxodo de San Antonio (en honor a la ciudad fronteriza del estado Táchira) por donde pasan cada día, cerca de 30 mil personas, de las cuales unas 5 mil cruzan el puente internacional Simón Bolívar, para no regresar jamás. O al menos, no mientras la tiranía de Maduro siga destruyendo este país
El éxodo de Mariel, en Cuba, se produjo luego del asalto a la embajada del Perú por parte de un grupo de civiles cubanos a bordo de un autobús público, quienes querían entrar al recinto para solicitar asilo político. Perú dio albergue al grupo de cubanos rebeldes. Castro amenazó a la embajada peruana (un país con el que mantenía relaciones tensas) con retirar la seguridad si no entregaban a los asaltantes. La embajada se negó y concedió protección diplomática a los cubanos.
Fidel cumplió su amenaza y autorizó que todo el que quisiera asilarse en la embajada podría hacerlo sin represalias. La respuesta fue abrumadora: 10.800 cubanos se refugiaron en los jardines de la embajada del Perú.
Molesto, Castro, anunció la apertura del puerto del Mariel, a unos 40 kilómetros de La Habana, para que todo el que quisiera emigrar de Cuba lo hiciera. La respuesta no se hizo esperar: más de 125 mil cubanos salieron por el puerto del Mariel (aproximadamente el 1,3 % de la población según censo de la Oficina Nacional de Estadísticas cubana, 1981). Fue el segundo éxodo de cubanos que huían de la dictadura. El primero fue el éxodo de Camariocas en 1965, en el que salieron de la isla aproximadamente 30 mil ciudadanos rumbo a EEUU.
El gobierno de Estados Unidos dijo en 1981 que recibiría con los brazos abiertos a todos los cubanos que huyeran de la isla. Castro aprovechó el ofrecimiento americano y ordenó embarcar a 25 mil presos que estaban en las cárceles, la mayoría de ellos delincuentes muy peligrosos, y obligó a los propietarios de los barcos a que se los llevaran con ellos a Miami. Algo parecido hizo la tiranía venezolana: envió al Perú a una famosa banda de delincuentes (el tren de Aragua) para que asaltara bancos y joyerías en Lima. Por fortuna las autoridades peruanas los atraparon y les aplicaron todo el peso de la ley, algo que, en Venezuela, ninguna autoridad se atrevió a hacer.
Maduro no ha necesitado barcos para que los venezolanos que no están de acuerdo con su pseudo revolución se hayan ido del país. La frontera terrestre entre Venezuela y Colombia, al igual que la frontera con Brasil, han servido para tal fin. Esa es la razón por la cual Maduro no ha cerrado la frontera por completo. El 19 de agosto de 2015, el ex chofer del Metro de Caracas ordenó cerrar la frontera con Colombia al paso vehicular, pero permitió el paso peatonal. Por allí se han ido aproximadamente más de 2 millones de venezolanos. La otra parte se ha ido por la frontera con Brasil, que tampoco está cerrada. Y un mínimo porcentaje se ha ido en los pocos vuelos internacionales que todavía quedan en Maiquetía.
En Cuba, el éxodo de Mariel sirvió para que la mayoría de quienes se oponían a la dictadura de Castro se fueran a vivir a Estados Unidos. En Venezuela, el éxodo de San Antonio ha servido para que la mayoría de los opositores más combativos y luchadores contra la tiranía de Maduro, se hayan ido a vivir a otros países. No fue una decisión fácil: había que elegir entre seguir luchando y buscar dinero para mantener a las familias. La mayoría optó por lo segundo.
Pero el éxodo, provocado y estimulado por la tiranía, terminó convirtiéndose en un boomerang contra al régimen de Maduro. El flujo de venezolanos ha comenzado a generar toda clase de problemas e inconvenientes en los países vecinos. Colombia, Ecuador, Chile, Argentina y Brasil, por sólo citar cinco naciones, han empezado a sentir el peso de la emigración venezolana. Y como ninguno de estos países estaba preparado para el impacto que suponía atender de un momento a otro un volumen tan grande de gente, se dispararon las alarmas y ahora todos quieren buscar, lo antes posible una solución al problema.
El éxodo de venezolanos se convirtió, en pocos meses, en una crisis migratoria de grandes proporciones. Los periodistas de todo el mundo informan todos los días, muestran videos, reportajes, fotografías, historias impactantes, que han sensibilizado al mundo entero, y que han servido para que los gobiernos de todo el planeta se den cuenta de la magnitud y la gravedad de la tragedia humanitaria que vive Venezuela. La OEA, la ONU, la Unión Europea, el Grupo de Lima, todo el mundo está hablando de la crisis humanitaria venezolana, que ha superado con creces otras crisis migratorias ocurridas en Europa y Asia.
La tiranía se dio cuenta muy tarde, que el éxodo de San Antonio se le estaba convirtiendo en un problema. Y para tratar de enmendar la plana, montaron un plan, que ahora llaman pomposamente “Vuelta a la Patria” para invitar a los venezolanos a que regresen a su país. Por supuesto, la punta de lanza del plan fue un falso positivo montado también en Lima, Perú, a donde enviaron a un grupo de chavistas disfrazados de emigrantes, a quienes repatriaron pocas semanas después, en un avión de Conviasa, montando un show digno de un capítulo de los tres chiflados.
Lo que no imaginaba la tiranía era que el éxodo provocado, estimulado y promovido por el propio régimen, se le convertiría en un grave dolor de cabeza, porque la tragedia humana generada por Nicolás Maduro, lanzando a las afueras de su país a millones de venezolanos, podría convertirse en breve tiempo, en la razón que necesita el gobierno de Estado Unidos y los gobiernos democráticos de América Latina para proponer y justificar una acción humanitaria internacional en Venezuela. Tanto es así, que en todo el mundo ya se habla, sin ningún desparpajo, de la necesidad de una intervención.
Maduro y sus 40 ladrones se dieron cuenta muy tarde del gravísimo error que habían cometido. El éxodo de San Antonio se les revirtió. Y ahora andan desesperados tratando de convencer a muchos venezolanos para que regresen cuanto antes a su país. El desespero llega a tal extremo que el gobierno celebró como si fuera un 31 de diciembre la llegada de 89 emigrantes infiltrados en Perú. El ministro Jorge Rodríguez informó que el próximo miércoles un avión traerá a grupos de venezolanos desde Ecuador, el sábado desde Perú y el próximo lunes desde Argentina.
Pronto veremos en los periódicos y televisoras de América Latina, anuncios del gobierno de Maduro ofreciendo bonos, lingotes de oro, apartamentos, carros y gasolina gratis por un año a los que se decidan a regresar. “Vendrán los aviones con venezolanos voluntariamente repatriados y aquí los esperamos para recibirlos con los brazos abiertos”, manifestó Jorge Rodríguez.
Con toda seguridad veremos en los próximos días otro show similar al que se montó con los falsos emigrantes que estaban en Lima, Perú. Por fortuna, la burda novela fue desmontada rápidamente, gracias al testimonio de venezolanos como Oscar José Peimbert, quien llegó hace tres meses al Perú, y quien denunció a su ex amigo Luis Santeliz, uno de los falsos emigrantes.
Oscar Peimbert dijo que los casi 100 venezolanos que salieron del Perú hacia Venezuela formaban parte un grupo sembrado por el régimen de Maduro para que hablaran mal del Perú. Todo indica que no solamente sembraron falsos emigrantes en tierras peruanas, sino que también lo hicieron en Ecuador, Colombia y Argentina.
En conclusión, el éxodo de San Antonio no salió también como el éxodo de Mariel. Aunque parezca mentira, algunas recetas del castro comunismo, aplicadas en Cuba, no parecen dar el mismo resultado en Venezuela. La crisis humanitaria venezolana pica y se extiende. La comunidad internacional se está moviendo. Muchos gobiernos vecinos hablan de intervención. De la boca para afuera rechazan la salida militar y alegan no estar de acuerdo. Pero puertas adentro, la historia es otra. Estamos en cuenta regresiva.